Tom y Carlos
Finalmente, en 2004 decide irse a Denton para estudiar jazz en la Universidad del Norte de Texas. Por acá nos dejaba un buen sabor de boca y un disco epónimo del HJT repleto de buenas intenciones y con una técnica instrumentl que –al menos en él– empezaba a despuntar con elegancia y a adquirir voz propia.
Hace unas semanas llegó hasta nosotros Fogumi, disco en el que Tom Kessler vuelve a armar su jazz mediante un trío de guitarra, contrabajo y batería, aunque a diferencia de los comprensiblemente tímidos y temblorosos trazos con que se iba construyendo el Harlem Jazz Tapatrío, en esta ocasión el joven maestro nos sorprende y nos saca de golpe de la depresión con una obra pulcra y balanceada, sobria, en la que las imágenes y los fraseos son tan elegantes como energéticos, todo perfectamente medido y nunca encuadrado, con una fluidez y una coherencia que, insisto, en verdad asombran. Déjenme emocionar, pues.
Kessler no quiere ni experimentar ni descubrir el hilo tibio; sencillamente parte de los cánones multifacéticos del jazz clásico, los filtra por la contemporaneidad de sus veintitantos años y los va destilando sin prisa, rediseñándolos entre la inmediatez y la paradoja de su gramática. Me explico: la batería abre con un personalísimo sentido de la fuerza y el groove y el beat y los ritmos que se cruzan y se vuelven a cruzar sin titubeos pero sin desfiguros, mientras guitarra y contrabajo dialogan desde la frágil y serena gramática de su discurso. La batería pasa entonces corriendo entre las cuerdas, y aunque éstas nunca renuncian a su propia dinámica, ahora ya no sólo observan a tambores y platillos en su alboroto y sus correrías, ahora se unen a ellos, pero sin moverse
de su sitio, desde extremos opuestos
, y son uno solo, una suerte de santísima trinidad: tres instrumentos distintos y un solo jazz verdadero.
Pero bajémosle y limitémonos a concluir diciendo que, aparte de todo lo ya dicho, Tom Kessler armó su nuevo trío con músicos de su imponente generación y de su jalisciense estado. Vico Díaz al contrabajo y Giovanni Figueroa (de lo mejor en la historia de nuestro jazz) en la batería. Líneas delgadas y ondulantes que construyen amplias avenidas, documentando aún más nuestro añejo optimismo en el porvenir y el porllegar.
Estas últimas líneas iban a ser precedidas por un off jazz que a final de cuentas no resultó necesario. Es una carta cerrada.
Carlos:
Tu muerte y tu vida han sido tema de conversación durante muchos días, aun entre quienes no han leído uno solo de tus libros. Es extraño. Lástima que no estés por aquí para tratar de explicarte y explicarnos los porqués y los asegunes.
A mí la noticia me agarró entre una fiebre quebradiza y una tos de perro. Por un momento todo fue como de mentiras, como de cristal. No lloré. Pero un dolor seco se me embarraba por todos lados… hasta medio me asusté, pues. Luego me dormí.
Ya sé que te quedé a deber un disco de Chet Baker y uno de Lester Young. Pero bueno, tú tampoco vas a presentarte en el próximo Festival Nacional de Jazz. A mano. Me escribió Pablo Argüelles para preguntarme si te gustaba el jazz. Yo le contesté de inmediato que sí, que en dos o tres ocasiones me hablaste de lo sabroso que era escuchar varias músicas en una sola pieza. Pero… sí, siempre había demasiado quehacer.
Me hubiera gustado ser tu amigo. Aunque, bueno, me alcanzó para que presentaras dos de mis libros. Me acuerdo que en el de Alfredo Arcos llegaste todavía afiebrado, que te recogieron directamente en el consultorio y vas pa’ Neza; pero aun así pudimos platicar casi dos horas sobre muralismo y cultura popular ante un auditorio atestado de asombros y preguntas. Gracias otra vez. Salud.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario