7/22/2010

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Jazz

Emmanuel Mora y Troker

Antonio Malacara

Las preguntas son un tanto inquisitoriales y llegan firmadas por Mario G., desde Aguascalientes: ¿Por qué siempre escribes puras flores para el jazz de México, de veras son tan buenos, no hay nada malo? Las respuestas son fáciles y las hago públicas para aclarar ciertas dudas entre algunos personajes del medio:

Mario: el siempre escribes me dice que lees esta columna con cierta regularidad y eso se agradece. Te diré que desde hace un buen rato –12-15 años– la actividad jazzística en el país es enorme en cantidad y calidad; desde Ensenada hasta Mérida, los músicos de jazz se multiplican y mantienen muy altos niveles de creatividad y calidad instrumental; como para pararse (de hecho algunos lo hacen) en cualquier escenario del planeta. El Festival Nacional de Jazz 2008 nos despejó cualquier duda al respecto.

Aunque por supuesto que también hay cosas muy regulares y otras de a tiro malitas. Lo que sucede es que tenemos tan poco espacio para hablar de nuestro jazz, que lo poco que hay lo aprovechamos para reseñar los ires y venires que valen la pena, y éstos son, créemelo, muchísimos. Siempre nos quedamos con cosas en el tintero.

Sin embargo, ya en alguna ocasión, a insistencia del interesado, hemos hablado de cosas no muy logradas; y estos distinguidos personajes se han molestado a tal punto que nos han retirado la palabra (de por sí nunca hemos hecho mucha vida social). Son pocos los que asimilan una crítica adversa, y todavía menos los que tienen capacidad de autocrítica. Ergo, cuando una obra no es redonda mejor la archivamos, prefiriendo abocar las palabras y desbocar las emociones en discos como Estaciones y El rey del camino.

Emmanuel Mora, compositor y guitarrista campechano avecindado en el DF (aunque nunca ha dejado de viajar a Campeche para trabajar con el grupo Xamán), acaba de presentar su cuarto disco solista, Estaciones, siete lienzos de gran factura y largas pinceladas, donde las cuerdas wess de Emmanuel se las ingenian (sobradamente) para presentar una impresionante multiplicidad de voces en apenas una fracción de segundos. La impresión, obviamente, no está en la velocidad.

El disco abre con Angler, pieza construida con alegres y recónditos ecos del choro brasileño, que se pasean con soltura cuerda a cuerda, traste a traste, medio siglo después de que Charlie Parker se arrimara también a beber algunos sorbos de este chorinho. Con igual solidez aparecen la balada o los francos guiños al rock setentero de calor caribeño o de color progresivo; esa fusión que tanto y tan bien suena como jazz rock.

Aunque en Nostalgias se desprenden fuertes aires del Orfeo negro de Luiz Bonfá, el conjunto de la obra se enmarca ya en un estilo propio de Emmanuel Mora, y eso, por supuesto, es siempre un placer para el oído y la curiosidad. Lo acompañan los músicos de Xamán: Alejandro Mora (bajo), Rodrigo Mora (órgano) y Tirso Buenfil (batería); además del sax alto y la flauta de Bruno Cruz.

En la escena tapatía resalta y vuelve a saltar la presencia de Troker, una banda de chavales subversivos y bien formados (e informados) en las lides de la síncopa, los metales y el scratch; pero sobre todo, en el secreto milenario del ritmo y su poder para levantar a los muertos, redimir a los crudos y fabricar discos molotov. Pero no ese ritmo machacante (y válido) que se concreta a remover los músculos. No. El ritmo entreverado, el beat de Troker y sus semejantes (aquél que se materializa de tal forma que parece que puedes palpar con las manos) te revoluciona entrañas y cerebro a la par, y te lleva sin escalas a geometrías no exploradas del espacio exterior y de todos tus interiores.

En las cuestiones armónicas y conceptuales, este sexteto tiene una deuda evidente con los impresionistas, con los interludios ancestrales de los clásicos, con los desplazamientos The Flock en general y de Jerry Goodman en particular; aunque su manera de manejar el funk (tan en boga en Guanatos), la energía atómica, las curvas de la sicodelia, la candente frialdad de la electrónica, la reptante cadencia de su tornamesa y la elegancia explosiva de sus propios discursos, hacen que su música suene simple y llanamente a Troker.

Apenas en su segundo cedé, El rey del camino, Troker es ya identificado como prototipo de las nuevas gramáticas musicales (whatever it means). Hacedor de músicas visuales, épicas, cinematográficas, filtrada por la impecable producción de Gerry Rosado.

Cómo no hablar tan bien y tan de buenas de estas espirales, mi querido Mario.

Salud.

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