Editorial La Jornada
El señalamiento es tan atendible como preocupante, en la medida en que la clase política en su conjunto habla y actúa como si en el país existiera plena normalidad democrática y alimenta, con ese ejercicio de simulación, su propio déficit de credibilidad. La institucionalidad formalmente vigente aparece cada vez más distanciada de los ciudadanos, cada vez más ajena a sus problemas y cada vez más próxima a una condición escenográfica. Ello puede apreciarse en el perseverante triunfalismo gubernamental –expuesto ayer de nuevo en un artículo firmado por el titular del Ejecutivo federal y publicado en Le Monde–, en la incapacidad del Legislativo para actuar con independencia respecto de los poderes empresariales y mediáticos, en la tendencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) a actuar como mera instancia culpadora de funcionarios y políticos. La desconfianza de la sociedad hacia las dependencias públicas y sus ocupantes es una consecuencia, más que una causa, de la crisis por la que atraviesa la institucionalidad nacional.
Semejante falta de credibilidad cierra un círculo vicioso que impide el funcionamiento correcto de las instancias del poder formal y de sus mecanismos de integración y renovación, y obstaculiza, hasta el punto de hacerlas inviables, las decisiones adoptadas por los gobernantes, así sean en principio correctas. El poder público no tendrá éxito en lograr el respaldo masivo y decidido de la sociedad a sus estrategias de seguridad en tanto la gente siga percibiendo que la ley es sistemáticamente ignorada por el propio convocante; la tendencia a la evasión fiscal no podrá erradicarse en tanto no se erradiquen la corrupción monumental, el dispendio y la frivolidad en el manejo de los presupuestos; las persistentes violaciones a los derechos humanos por los cuerpos de seguridad del Estado generan temor, sin duda, pero no respeto a la autoridad.
Sería superfluo, por lo demás, replicar a los señalamientos mencionados con el argumento de que lo dicho por Martínez-Solimán se reduce a un problema de percepción –como ha argumentado el discurso oficial ante la catástrofe de seguridad pública en la que se encuentra el país–, pues confianza y desconfianza se construyen, en esencia, con base en percepciones: si un grupo humano no se siente representado por un individuo o equipo, no hay poder legal ni institucional capaz de convertir a los segundos en representantes legítimos y mínimamente funcionales.
La discusión es relevante de cara a los comicios previstos para 2012, pues el sistema electoral del país genera desconfianza en vastos sectores sociales, a consecuencia del desaseo, la inequidad y las irregularidades que tuvieron lugar en la elección presidencial de julio de 2006. La renovación de autoridades programada para dentro de dos años puede ser una oportunidad para restituir la confiabilidad y la legitimidad del régimen político. Pero si la clase política no establece reglas claras y precisas para verificar los resultados –por ejemplo, la obligatoriedad del recuento voto por voto en casos de triunfos dudosos o cuestionados–, para impedir que las autoridades constituidas actúen en forma facciosa –como lo hizo la presidencia de Vicente Fox para beneficiar a los aspirantes de su partido y perjudicar a sus rivales– y para evitar la irrupción indebida de los poderes fácticos en las campañas –como las que realizaron los grupos empresariales en favor del entonces candidato presidencial panista, Felipe Calderón–, 2012 puede convertirse en la demolición definitiva de las vías electorales y democráticas en el país.
Alberto Aziz NassifLa pregunta se ha instalado como parte del debate actual: en el probable caso de un regreso del PRI a Los Pinos en el 2012, ¿estaríamos ante un retroceso democrático, o sería un poco más de lo mismo que vivimos hoy en día? Una parte del debate se da dentro de la misma clase política y los partidos que, como actores centrales de esta lucha por el poder, han empezado a marcar sus posiciones. En la opinión pública también hay diversas posturas que, prácticamente todos los días, hacen referencia al tema. En las diferentes lógicas de la vida política en que se pueda entender el escenario de la discusión, ya sea en el eje de democracia-autoritarismo, el eje de consolidación o crisis de la democracia, el de los proyectos de país en términos de más equidad o más competencia (izquierda o derecha), se hacen cálculos sobre qué significa un posible regreso del PRI a la Presidencia. Pero los argumentos que se plantean tienen que ver con los datos del día de hoy, es decir, dos años antes de las elecciones del 2012. Lo cual implica de entrada que aún no están las piezas que van a construir la sucesión presidencial; por lo pronto, aparecen algunos de los posibles jugadores, pero no se sabe en qué condiciones llegarán a la contienda. Falta por saber ¿qué pasará con el gobierno de Calderón?, ¿cómo serán los próximos 18 meses?; ¿habrá alianzas para la elección del Estado de México?; ¿qué pasará en cada uno de los partidos?, ¿quiénes serán los candidatos?, ¿en qué condición serán postulados?, ¿habrá conflicto interno? Ya sabemos que una candidatura que se anuncia victoriosa se puede venir abajo y una candidatura débil se puede fortalecer. Una primera conclusión es que no se puede comprender el 2012 con los datos del 2010. Bastante descompuesto está el país: severamente deteriorado se encuentra el Estado, gravemente vulnerada está la democracia, como para establecer una distinción precisa entre qué significa seguir con lo que tenemos o retroceder. Sin duda, las instituciones y los actores que toman las decisiones del país, tienen algún tipo de registro de la crisis por la que atraviesa México, pero hay cambios. Crisis como la entiende Stiglitz: erosión de la confianza y debilitamiento de los tejidos institucionales. Sin duda, estamos frente a una crisis de futuro. Una segunda conclusión es que no se ve en el horizonte una propuesta de futuro, un proyecto que pueda darle una vuelta de tuerca a la actual situación, ni mucho menos, las redes y los liderazgos que puedan llevar adelante ese proyecto. En meses previos a los comicios de julio, tuvieron particular visibilidad expresiones de lo que es el PRI hoy, de sus resortes más íntimos para jugar al poder. Un partido que tiene personajes como los gobernadores de Oaxaca, Puebla y Veracruz, no es un partido que represente ninguna expresión de modernidad, futuro, ni un atisbo de respeto democrático. Pero al mirar a otros partidos, vemos que tampoco cantan mal las rancheras, quizá con menor estridencia o cinismo, pero en PAN y en PRD también hay personajes muy lejos de las promesas democráticas que hicieron hace años esos partidos. Tal vez una explicación sea que con la alternancia no ha habido transformación de instituciones y desempeños, por lo cual las prácticas son muy similares a las que había con el PRI. Ya hemos visto los graves errores del panismo gobernante que se ha desdibujado por completo respecto a sus ofertas democráticas. Con el tricolor en el gobierno puede haber mayor sintonía con los intereses fácticos y caciquiles y los contrapesos, que han perdido peso, serían más débiles que hoy. Una tercera conclusión es que con ese tipo de PRI, el regreso a Los Pinos sí representa un abierto retroceso. Si los colores partidarios no representan grandes diferencias en las prácticas de gobierno, quedan sólo algunas contradicciones que pueden hacer cierta diferencia. Es posible que con gobiernos de PRD o del PAN, la sintonía con intereses caciquiles y poderes fácticos tenga mayores contradicciones y, por lo tanto, haya más visibilidad de los problemas, como sucede ahora. Las alianzas opositores de izquierdas y derechas en 2010 lograron detener la reproducción inmediata de gobiernos que representan un abierto retroceso; aunque tampoco hay que entusiasmarse porque ha habido decenas de alternancias que no han representado el más mínimo avance democrático. Pronto se empezarán a despejar las interrogantes y veremos el acomodo de piezas y, si la grilla lo permite, los proyectos frente a los cuales se decidirá y se votará el futuro del país. Investigador del CIESAS
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