8/17/2010

La columna de Sabina Berman


Si se legaliza la mariguana
Sabina Berman 1.

El presidente Franklin D. Roosevelt se inclinó para firmar el documento que anulaba la prohibición del alcohol y a continuación dijo: “Creo que este es un buen momento para beber una cerveza”. Cosa que su gabinete pasó a tomar en un salón contiguo, mientras en los speakeasies del país, un minuto antes clandestinos, ahora legales, cientos de miles de ciudadanos alzaban sus copas y las chocaban para brindar.

Así terminó la guerra contra el alcohol en Estados Unidos. Con el clinc de un brindis y no con el bang de un disparo.

Fue un alivio el fin de aquella guerra que no disminuyó el consumo del alcohol y sí elevó el poder económico y balístico del crimen organizado. Una guerra que mató inútilmente a miles, que no moralizó al país, como soñaron los prohibicionistas, y en cambio sí destruyó la industria de las bebidas alcohólicas, antes floreciente en California.

Si se legaliza la mota en México durante el mandato del presidente Calderón, no lo veremos prender un carrujo en un gesto de reconciliación de la autoridad con la yerba. Sería demasiado incongruente. Pero si es otro el presidente mexicano quien firma su legalización, y eso no es improbable, debiera hacer el gesto de encender el carrujo porque la mota se debería volver una industria. Todavía más: se debería volver una importante exportación.

Tal y como al cabo de la extinción de su prohibición, y al cabo de una década de cultivo paciente y esmerado de los viñedos de Kansas y California, las bebidas alcohólicas se fueron volviendo para Estados Unidos. Por cierto, tal y como sucederá en California si en noviembre se legaliza la mota. Con amplios campos ya cultivados de mariguana, con sistemas de distribución ya bien establecidos, California se volverá probablemente en noviembre el primer exportador mundial de la yerba.

Es una lástima. Históricamente a nosotros nos debiera haber correspondido esa ganancia económica. Fue en México en donde la mariguana se consumió en tiempos precolombinos con reverencia, en usos medicinales, afrodisiacos y religiosos.

Si la mariguana se legaliza en México, es decir: si su cultivo y empaquetamiento y tráfico se legalizan, porque su consumo no es ahora ilegal, el gobierno se equivocaría al esquinar su venta en farmacias, como opinan los pudibundos que debiera hacer. Decirle sí a la mota debería decirle sí, completamente. Decirle sí a la yerba que los aztecas llamaron santa, debiera ser un sí que implique el impulso a su cultivo y exportación.

2.

Y sin embargo, luego de la legalización de la mariguana, ahí seguiría el crimen organizado. Sus ingresos afectados brutalmente, claro. El tráfico de mariguana representa, según algunos expertos como Luis Astorga, la parte mayoritaria de sus ingresos, pero la otra parte se calcula entre 10 y 25 billones de dólares.

El crimen organizado seguirá robando, secuestrando y extorsionando, las actividades criminales que realmente afectan a la población. Seguirá infiltrado en las policías del país. Seguirá infiltrado en la política. Seguirá matando periodistas. Seguirá mandando como la más alta autoridad en regiones completas del país. Ahora manda en una cuarta parte, a decir del general de división Luis Garfias, y en esa cuarta parte del territorio nacional se atrincheraría, probablemente, radicalizando su violencia.

Desmantelar el poder del crimen para robar, secuestrar, extorsionar a la población y corromper al Estado debió haber sido el objetivo de esta guerra desenfocada que vivimos en México. Si la mariguana se legaliza, la guerra debiera continuar, ahora sí focalizándose en eso que importa. Y debiera ser una guerra que ahora sí emplee las fuerzas que el Estado posee y el crimen no.

Ahora sí el Estado tendría que planificar la guerra antes de emprenderla, y planificarla con inteligencia. Es decir, sabiéndolo todo sobre el poder del enemigo. Debiera antes de la guerra bloquear sus abastecimientos de dinero y armamento. Es decir, pactar con la banca internacional el congelamiento de las redes económicas del narco y pactar con Estados Unidos la no venta de armamentos a mexicanos. Y debiera antes de la guerra limpiar a las policías. Según cálculos del primer secretario de Seguridad Pública de México, Alejandro Gertz Manero, hoy uno de cada dos policías mexicanos está en las nóminas del crimen.

3.

Finalmente, si se legaliza la mariguana y fumarse un chubi se vuelve tan normal como tomarse un martini, ahí seguirá el infierno de la adicción.

Es una ilusión suponer que la legalización de la mariguana no aumentará su consumo y su abuso. Simplemente las experiencias internacionales refutan ese optimismo. En Holanda, al legalizarse la mariguana, el consumo se elevó a la estratosfera y una generación de adolescentes quedó marcada por la indolencia a la que conduce la mariguana cuando se consume a diario. En Estados Unidos el fin de la prohibición del alcohol condujo a un aumento exponencial del alcoholismo que dio origen a la creación de miles de clubes de Alcohólicos Anónimos.

Es verdad lo que ahora empieza a decirse con ligereza: la adicción a la mariguana y a otras sustancias es un problema de salud personal que no amerita una guerra civil. Pero también es verdad que la educación respecto al uso y abuso de sustancias de efectos químicos considerables debiera ser un problema de Estado. Si se legaliza la mariguana, es deber del Estado reeducar a la población sobre la mariguana.

La mariguana no es el diablo, como este gobierno se afanó en convencernos. Pero si los aztecas la llamaron la yerba santa fue porque sabían en qué medida y cómo ingerirla, para propiciar sus éxtasis y esquivar sus infiernos.

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