Sara Sefchovich
En su discurso de recepción del Premio Nobel de Literatura en 1982, Gabriel García Márquez dijo que en América Latina hay “mujeres históricas cuya terquedad sin fin se confunde con la leyenda.”
En México lo sabemos. Este año lo vimos cuando, a raíz de los festejos del Bicentenario y Centenario, nos mostraron a las heroínas de la Independencia y la Revolución.
Pero son más, muchas más. Quiero cerrar el año hablando de algunas que durante este 2010 destacaron por su lucha a favor de los derechos humanos:
—Isabel Miranda de Wallace, quien durante cinco años se dedicó a buscar a los asesinos de su hijo, empujando a quienes debían haberlo investigado y logrando que se detuviera y castigara a los culpables, el último de ellos hace apenas algunas semanas. Conmovía verla impávida como si no le doliera, encarando al asesino, escuchando su descripción de la muerte brutal del secuestrado y presidiendo las excavaciones para hallar su cadáver. Ahora que mataron a Marisela Escobedo, que también luchaba para que se castigara al asesino de su hija, es más evidente lo que se necesita para atreverse a hacer estas cosas.
—Sanjuana Martínez, periodista que no le da tregua a la Iglesia todopoderosa y a sus jerarcas todopoderosos, cuyas fechorías denuncia así la amenacen y persigan. Hace algunas semanas, en la Feria del Libro de Guadalajara, en un acto de presentación de un volumen que reúne los sermones del cardenal Sandoval Íñiguez, y en medio de un auditorio repleto de seguidores y defensores del prelado, le espetó: “Además del rostro que se muestra en este libro, hay otro que se muestra en los medios de comunicación, que es el de un cardenal homófobo, misógino, violador del Estado laico, con la sombra de la malversación de limosnas y del narcotráfico. Entonces, quisiera que se refiriera a eso también”. La respuesta del interpelado fue “Ah, caray”, y luego agregó: “Son temas que no merecen ser tratados”.
—María Consuelo Mejía, fundadora de Católicas por el Derecho a Decidir, una organización que en su promoción y gestión de los derechos humanos de las mujeres incluye los derechos sexuales y reproductivos —desde el derecho al placer, hasta la despenalización del aborto—, lo cual la contrapone a la Iglesia y a muchas mujeres católicas que, aun siendo defensoras de las mujeres, no lo son de esto, como por ejemplo la primera dama Margarita Zavala.
—Denise Maerker, comunicadora que un día de julio suspendió su emisión televisiva semanal, dejando la pantalla en negro para protestar por el secuestro de cuatro periodistas que cubrían un mitin de protesta: “No estoy dispuesta a fingir que no pasa nada —dijo—, pues esto representa el secuestro de todo el periodismo”.
—Lydia Cacho, fundadora de un centro especializado de atención a mujeres, niños y niñas víctimas de violencia doméstica y sexual, que este año publicó uno más de sus libros brutales en el que documenta y denuncia la explotación sexual en el mundo, un comercio que deja millones de euros a los expolotadores y nada a quienes fueron raptadas o sacadas de sus casas con engaños.
—Ofelia Medina, fundadora del Fideicomiso para la Salud de los Niños Indígenas de México, que lleva alimento y juguetes a los pequeños de las regiones más pobres del país; y de Mujeres sin Miedo, que se dedica al apoyo de causas populares como la lucha en Atenco, que en agosto de este año vio la excarcelación de los presos.
Según los datos del censo más reciente, de los 112 millones de mexicanos que radican en el territorio, poco más de la mitad son mujeres. Estas que menciono son solamente algunas de las más visibles defensoras de las mejores causas. Junto a ellas hay otras que, por razones de espacio, no puedo mencionar: indígenas, defensoras de los animales, abogadas de activistas. Honor a quien honor merece.
Y repudio a quien repudio merece: este año, el Senado de la República, ese que paga millones de pesos en publicidad para decirnos cuánto nos quiere y cuánto nos sirve a los ciudadanos, cerró el Centro de Desarrollo Infantil que se ubicaba en sus instalaciones, y les informó a las trabajadoras madres de familia que en la lujosa y carísima nueva sede que se están construyendo “no hay espacio para el Cendi”. Una vergüenza más.
sarasef@prodigy.net.mx
Escritora e investigadora en la UNAM
En México lo sabemos. Este año lo vimos cuando, a raíz de los festejos del Bicentenario y Centenario, nos mostraron a las heroínas de la Independencia y la Revolución.
Pero son más, muchas más. Quiero cerrar el año hablando de algunas que durante este 2010 destacaron por su lucha a favor de los derechos humanos:
—Isabel Miranda de Wallace, quien durante cinco años se dedicó a buscar a los asesinos de su hijo, empujando a quienes debían haberlo investigado y logrando que se detuviera y castigara a los culpables, el último de ellos hace apenas algunas semanas. Conmovía verla impávida como si no le doliera, encarando al asesino, escuchando su descripción de la muerte brutal del secuestrado y presidiendo las excavaciones para hallar su cadáver. Ahora que mataron a Marisela Escobedo, que también luchaba para que se castigara al asesino de su hija, es más evidente lo que se necesita para atreverse a hacer estas cosas.
—Sanjuana Martínez, periodista que no le da tregua a la Iglesia todopoderosa y a sus jerarcas todopoderosos, cuyas fechorías denuncia así la amenacen y persigan. Hace algunas semanas, en la Feria del Libro de Guadalajara, en un acto de presentación de un volumen que reúne los sermones del cardenal Sandoval Íñiguez, y en medio de un auditorio repleto de seguidores y defensores del prelado, le espetó: “Además del rostro que se muestra en este libro, hay otro que se muestra en los medios de comunicación, que es el de un cardenal homófobo, misógino, violador del Estado laico, con la sombra de la malversación de limosnas y del narcotráfico. Entonces, quisiera que se refiriera a eso también”. La respuesta del interpelado fue “Ah, caray”, y luego agregó: “Son temas que no merecen ser tratados”.
—María Consuelo Mejía, fundadora de Católicas por el Derecho a Decidir, una organización que en su promoción y gestión de los derechos humanos de las mujeres incluye los derechos sexuales y reproductivos —desde el derecho al placer, hasta la despenalización del aborto—, lo cual la contrapone a la Iglesia y a muchas mujeres católicas que, aun siendo defensoras de las mujeres, no lo son de esto, como por ejemplo la primera dama Margarita Zavala.
—Denise Maerker, comunicadora que un día de julio suspendió su emisión televisiva semanal, dejando la pantalla en negro para protestar por el secuestro de cuatro periodistas que cubrían un mitin de protesta: “No estoy dispuesta a fingir que no pasa nada —dijo—, pues esto representa el secuestro de todo el periodismo”.
—Lydia Cacho, fundadora de un centro especializado de atención a mujeres, niños y niñas víctimas de violencia doméstica y sexual, que este año publicó uno más de sus libros brutales en el que documenta y denuncia la explotación sexual en el mundo, un comercio que deja millones de euros a los expolotadores y nada a quienes fueron raptadas o sacadas de sus casas con engaños.
—Ofelia Medina, fundadora del Fideicomiso para la Salud de los Niños Indígenas de México, que lleva alimento y juguetes a los pequeños de las regiones más pobres del país; y de Mujeres sin Miedo, que se dedica al apoyo de causas populares como la lucha en Atenco, que en agosto de este año vio la excarcelación de los presos.
Según los datos del censo más reciente, de los 112 millones de mexicanos que radican en el territorio, poco más de la mitad son mujeres. Estas que menciono son solamente algunas de las más visibles defensoras de las mejores causas. Junto a ellas hay otras que, por razones de espacio, no puedo mencionar: indígenas, defensoras de los animales, abogadas de activistas. Honor a quien honor merece.
Y repudio a quien repudio merece: este año, el Senado de la República, ese que paga millones de pesos en publicidad para decirnos cuánto nos quiere y cuánto nos sirve a los ciudadanos, cerró el Centro de Desarrollo Infantil que se ubicaba en sus instalaciones, y les informó a las trabajadoras madres de familia que en la lujosa y carísima nueva sede que se están construyendo “no hay espacio para el Cendi”. Una vergüenza más.
sarasef@prodigy.net.mx
Escritora e investigadora en la UNAM
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