Sandra Lorenzano
En primer plano: tres pistolas sostenidas por sendas manos. Tres pistolas que apuntan hacia nosotros. En un segundo plano, las imágenes borrosas de los tres hombres que sostienen las pistolas. ¿El título de la fotografía? “La vida loca”. Y no, aunque lo parece, no es una imagen captada entre pandilleros de Los Ángeles o Chicago. Son cholos de Neza. Aquí nomás: tras la esquina. Hay algo de juego, de desafío un poco inconsciente en la actitud. Algo de provocación. En otra de las fotos, vemos avanzar por la calle un grupo de ¿diez, doce? jóvenes con camisetas negras con leyendas en inglés y estrafalarios peinados; de ésos que lleva un tiempo largo y muchas horas de gel y pintura armar.
Piercings, tatuajes, pantalones enormes que van cayéndose, paliacates, gorras, lentes oscuros y la infaltable virgen de Guadalupe. Este es el mundo de los nuevos migrantes: jóvenes indígenas y campesinos que salieron de sus pueblos y llegaron a una ciudad que no les ha cumplido nada de lo que parecía prometerles. Algunos trabajan. Sobre todo en la industria de la construcción (ellos) y en el servicio doméstico (ellas). Pero la mayor parte engrosa las filas de los “ni-ni”. Excluidos del sistema, marginados, desterrados de su cultura de origen, buscan una nueva identidad que les permita reconocerse en el mundo ajeno y hostil de las grandes urbes. Hay algunos que prefieren el punk, otros van más por el look emo o darketo.
Pero lo que domina sobre todo es la mezcla, el cruce. Nacen así – dice Federico Gama, el fotógrafo que ha creado una mirada cómplice con estos protagonistas de la vida urbana– los “mazahuacholoskatopunk”. “Me impactó cómo iban cambiando su aspecto en apenas unos meses. Llegaban con sus atuendos rurales y terminaban punk o andaban tirando barrio estilo cholo. En este proceso agregaban elementos de las culturas juveniles urbanas y conservaban otros de sus comunidades de origen.” Las migraciones culturales, las identidades juveniles, la indumentaria callejera son los temas que le apasionan a Federico. Porque son el modo en que puede ir haciendo inteligible el mundo en el que vivimos. Es la manera en que puede entender a esos miles de jóvenes que se reúnen en la Alameda Central o en el Chopo o en la feria de Tacubaya. Y así, a través de un amoroso y muy cuidado trabajo de fotografía documental, nos permite también a nosotros espectadores asomarnos a una realidad que – como tantas otras cosas en este país– preferimos no mirar.
De a poco cambia también no sólo el atuendo sino el lenguaje corporal, la actitud. Por eso, Federico empezó a usar telefoto para poder registrarlos “tal cual son”. La transformación que estos jóvenes viven al llegar a la ciudad les va dando sentido de pertenencia, seguridad en sí mismos: se vuelven independientes, comienzan a apropiarse de las calles, se reconocen en otros como ellos. Hasta ayer eran campesinos o indígenas, hoy son miembros de una de las tantas subculturas urbanas. Buscan una vida mejor que la que tuvieron sus padres. Pero aquí los esperan también la violencia, el consumo de drogas, la dificultad para encontrar un trabajo estable o para acceder a la educación, la falta de información sexual, la precariedad de la vivienda, el alcohol, las pandillas…
Dije que el trabajo de Federico Gama es amoroso. Lo es por el respeto con que observa a esos “otros” de nuestra vida, por el cuidado con el selecciona sus imágenes, por el compromiso con el que crea sus proyectos.
Y en cada foto va dejando de manera sutil pero implacable la pregunta por nuestra propia actitud, por nuestros propios prejuicios, por nuestros miedos. Y tú ¿qué miras?
Piercings, tatuajes, pantalones enormes que van cayéndose, paliacates, gorras, lentes oscuros y la infaltable virgen de Guadalupe. Este es el mundo de los nuevos migrantes: jóvenes indígenas y campesinos que salieron de sus pueblos y llegaron a una ciudad que no les ha cumplido nada de lo que parecía prometerles. Algunos trabajan. Sobre todo en la industria de la construcción (ellos) y en el servicio doméstico (ellas). Pero la mayor parte engrosa las filas de los “ni-ni”. Excluidos del sistema, marginados, desterrados de su cultura de origen, buscan una nueva identidad que les permita reconocerse en el mundo ajeno y hostil de las grandes urbes. Hay algunos que prefieren el punk, otros van más por el look emo o darketo.
Pero lo que domina sobre todo es la mezcla, el cruce. Nacen así – dice Federico Gama, el fotógrafo que ha creado una mirada cómplice con estos protagonistas de la vida urbana– los “mazahuacholoskatopunk”. “Me impactó cómo iban cambiando su aspecto en apenas unos meses. Llegaban con sus atuendos rurales y terminaban punk o andaban tirando barrio estilo cholo. En este proceso agregaban elementos de las culturas juveniles urbanas y conservaban otros de sus comunidades de origen.” Las migraciones culturales, las identidades juveniles, la indumentaria callejera son los temas que le apasionan a Federico. Porque son el modo en que puede ir haciendo inteligible el mundo en el que vivimos. Es la manera en que puede entender a esos miles de jóvenes que se reúnen en la Alameda Central o en el Chopo o en la feria de Tacubaya. Y así, a través de un amoroso y muy cuidado trabajo de fotografía documental, nos permite también a nosotros espectadores asomarnos a una realidad que – como tantas otras cosas en este país– preferimos no mirar.
De a poco cambia también no sólo el atuendo sino el lenguaje corporal, la actitud. Por eso, Federico empezó a usar telefoto para poder registrarlos “tal cual son”. La transformación que estos jóvenes viven al llegar a la ciudad les va dando sentido de pertenencia, seguridad en sí mismos: se vuelven independientes, comienzan a apropiarse de las calles, se reconocen en otros como ellos. Hasta ayer eran campesinos o indígenas, hoy son miembros de una de las tantas subculturas urbanas. Buscan una vida mejor que la que tuvieron sus padres. Pero aquí los esperan también la violencia, el consumo de drogas, la dificultad para encontrar un trabajo estable o para acceder a la educación, la falta de información sexual, la precariedad de la vivienda, el alcohol, las pandillas…
Dije que el trabajo de Federico Gama es amoroso. Lo es por el respeto con que observa a esos “otros” de nuestra vida, por el cuidado con el selecciona sus imágenes, por el compromiso con el que crea sus proyectos.
Y en cada foto va dejando de manera sutil pero implacable la pregunta por nuestra propia actitud, por nuestros propios prejuicios, por nuestros miedos. Y tú ¿qué miras?
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