Carlos Bonfil
Oldies but goodies.
A los 84 años el camaleónico actor y cineasta estadunidense Clint
Eastwood es capaz aún de sorprender a sus seguidores y a quienes no lo
han sido tanto. Además de haber incursionado memorablemente en el cine
genérico, tanto en el western como en el thriller, el
personaje se ha labrado sorprendentemente desde los años 90 una sólida
reputación de autor. Como en el caso de Woody Allen, es conocida su
afición paralela a la música, particularmente el blues y el jazz, y en
su filmografía destaca una notable biografía de Charlie Parker, Bird (1988), estelarizada por Forest Whitaker.
Lo que hoy acomete el veterano Eastwood en Jersey boys, su
trigésimocuarto largometraje, es el recuento biográfico de uno de sus
intérpretes musicales más apreciados, el ítalo-estadunidense Francis
Stephen Casteluccio, nacido en Newark, Nueva Jersey, y mejor conocido
por su nombre artístico definitivo Frankie Valli, quien fue vocalista
estrella del grupo Las cuatro estaciones (The Four Seasons) en los años
60. La cinta retoma lo esencial de la producción teatral homónima
presentada en Broadway en 2005, y ganadora un año después del Tony
Award como mejor musical. Los guionistas de la cinta, Marshall Brickman
y Rick Elice, adaptan su propio libreto teatral y tres de los
protagonistas proceden de la puesta escénica original.
Con todo esto, cabría esperar un traslado rutinario a la pantalla de
un éxito de Broadway. En parte sucede precisamente eso, y sin embargo Jersey boys recupera
y enaltece, gracias a la inspiración de Eastwood, el ritmo frenético y
el tono despreocupado de toda una época, esos años 50 en que transcurre
la primera parte de la cinta, con el auge de una cultura popular y sus
mitologías instantáneas, para describir después, en tonos más oscuros,
propios del autor de J. Edgar (2011), la decadencia del grupo
musical Las cuatro estaciones, sintomática a su vez del derumbe
paulatino del gran sueño estadunidense.
Clint Eastwood elige una narración fílmica muy cercana al estilo trepidante de Buenos muchachos (Goodfellas, Scorsese, 1990), con el voice over
de algún personaje dirigiéndose al espectador, comentando las acciones
o el comportamiento de otro protagonista, con el recurso brechtiano
que, uno supone, se utilizó en la obra original en Broadway. Así es
posible saber de entrada que en la saga musical que describe Jersey boys, en
la jungla urbana a la que alude y en aquellos años de prosperidad
capitalista, la clave del éxito de toda banda de musica pop consistía
en dejarse apadrinar convenientemente por una mafia omnipresente e
ineludible, encarnada aquí, en los límites de la caricatura, por el
capo Gyp de Carlo (un estupendo Christopher Walken).
Retomar
los esquemas teatrales y prescindir de reconocidos actores
cinematográficos para encarnar a los cuatro integrantes del grupo
musical, es sin duda una apuesta arriesgada, pero al parecer Eastwood
insiste en no apartarse demasiado de la propuesta escénica original. No
hay aquí ningún James Franco o estrella de moda parecida; en lugar de
ello, el director brinda su gran oportunidad al carismático actor de
series televisivas John Lloyd Young, quien interpreta a Frankie Valli,
el artista con espléndido registro vocal y característico falsetto que
hace lo imposible por mantener unido al grupo musical.
Es difícil seguir con interés sostenido las formas en que Frankie
tiene que lidiar con el duelo de egolatrías de dos de sus compañeros o
con el caracter acomplejado del tercero, o con la esposa que se siente
desdeñada por su entrega total a las giras artísticas, o por la hija
adolescente que naufraga en la depresión y en las drogas por el
abandono paterno. Nada de esto contribuye a colocar a esta obra entre
las mejores realizaciones del cineasta.
Jersey boys es, ni duda cabe, un melodrama con fuertes
cargas de testosterona, ágil en su fascinante crescendo musical, pero
con baches narrativos y personajes secundarios apenas esbozados o
abandonados a medio camino. Lo importante es el modo en que Eastwood
vuelve palpitante una época casi olvidada, la de éxitos musicales tan
rotundos como Sherry o Can’t take my eyes out of you, en
un meritorio intento por retomar la vena tradicional de un cine popular
auténticamente genérico, desplazado hoy por la mercadotecnia de los blockbusters
más híbridos y rutinarios. El entretenimiento de calidad lo garantiza
hoy el infatigable octogenario que, con los altibajos de rigor, sigue
marcando la pauta del mejor cine hollywoodense.
Twitter: @CarlosBonfil1
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