Un tríptico sentimental. Luego de Un toque de pecado, su implacable radiografía social de la China actual, dividida en cuatro episodios, Jia Zhang-Ke (Plataforma, Naturaleza muerta),
un realizador hasta hace muy poco minimalista y complejo, propone, con
admirable sencillez narrativa, un sorprendente retrato de familia.
Dividida en tres partes, Las montañas deben partir relata
primeramente la historia de Tao (Zhao Tao, formidable actriz y esposa
del cineasta), joven cortejada al mismo tiempo por dos hombres
socialmente opuestos, Liangzi, trabajador minero, y Zhang Yi, empresario
arribista.
Este arranque se sitúa en 1999, en la víspera de la celebración del
nuevo milenio, con la descripción de un país dinámico, donde se acentúan
las desigualdades sociales y se impone el modelo económico de un
capitalismo de Estado. Al elegir finalmente como esposo a Zhang Yi,
hombre voraz e insensible, la joven opta al mismo tiempo por una
situación social y un estilo de vida occidentales, y la cinta señala las
consecuencias morales y culturales de esa decisión.
Quince años después, en un segundo segmento situado en 2014, los
derroteros sociales y las contradicciones de cada personaje se han
precisado de modo dramático. El desencanto moral es ahora inocultable,
los estilos de vida de los protagonistas se han polarizado todavía más, y
la desigualdad social se ha incrementado al mismo ritmo de la
transformación de un país entregado de lleno a un liberalismo económico
salvaje.
En el tercer episodio, situado en un hipotético 2025, los
protagonistas centrales se han diluido sorprendentemente, víctimas de la
enfermedad, la frustración, la neurosis o el alcoholismo, y lo que
queda en un primerísimo plano, y en un país distinto (Australia), es el
adolescente Dollar, hijo de Tao y Zhang Yi, separado ya de ambos, como
un renegado cultural que ya sólo habla y entiende el idioma inglés, y
cuya orfandad espiritual refleja con exactitud, y de modo pesimista, el
desasosiego moral que desde hoy le anticipa el realizador a la nación
china en su irrefrenable proceso de deshumanización capitalista. El
cineasta presenta cada segmento de su cinta en formatos diferentes, más
para precisar y redondear su estructura dramática, que como un recurso
artificial de experimentación formal. Las actuaciones son soberbias, en
particular la de la joven Tao, cuyo proceso de madurez emocional,
capturado a lo largo de tres décadas, es asombroso.
La cinta cuestiona y desmitifica las nociones tradicionales de
maternidad y familia, al tiempo que expone las inclemencias del
desarraigo cultural y de la voracidad materialista. Lejos de librarse a
una añoranza acrítica de las tradiciones ancestrales, la lucidez del
cineasta avizora, en los personajes de una Tao emancipada, y en el
inconformismo de su hijo Dollar, la posibilidad de un futuro mejor,
ajeno ya a la decadencia de ese orden social inoperante que con tanto
dramatismo encarna el vencido capitalista Zhang Yi.
Se exhibe en la sala 2 de la Cineteca Nacional. 14:30 y 20:15 horas
Twitter: @Carlos.Bonfil1
No hay comentarios.:
Publicar un comentario