Carlos Bonfil
Retrato de familia en filigrana. Después de su exitoso melodrama De tal padre, tal hijo (2013), el realizador japonés Hirokazu Kore-eda retoma la exploración de la vida doméstica en Nuestra pequeña hermana (Umimachi diary, 2015)
y propone la historia de tres hermanas adultas que invitan a convivir
con ellas a Suzu, la media hermana adolescente cuya existencia descubren
al momento en que muere su padre. Abandonadas las tres jóvenes por el
padre, quien elige formar un hogar en otra parte, y por la madre, que no
resiste esa situación y a su vez también se aleja, dejándolas al
cuidado de una abuela, cada una debe formarse, de modo independiente,
una vida profesional y mantener sólidos los lazos fraternales.
La llegada de Suzu a sus vidas replantea la convivencia familiar,
estrecha con mayor vigor los vínculos de solidaridad, aunque vuelve a
abrir, de modo inevitable, las heridas sentimentales que parecían
cicatrizadas.
Como un tributo evidente al maestro Yasujiro Ozu y su minucioso
registro de la faena cotidiana doméstica, también a la defensa de
tradiciones familiares de cara a la modernidad y la deshumanización
industrial, el cine de Kore-eda elige un tono abiertamente contemplativo
y elegiaco para diseccionar las emociones de sus protagonistas. Se
observan así los dilemas morales de la hermana primogénita encargada de
atender enfermos terminales y velar también por el bienestar de sus
hermanas, los esfuerzos de las demás jóvenes por conquistar una sólida
posición profesional y la inquietud común de conseguir un equilibrio en
sus vidas amorosas y evitar caer en los errores de sus padres.
La joven Suzu será el catalizador ideal de esa azarosa
formación moral de sus hermanas mayores. Nada, en suma, que no haya
explorado anteriormente el taiwanés Ang Lee en sus retratos de familia
(de modo especial en Comer, amar, beber, 1994), sólo que en
este caso resulta fascinante el finísimo modo en que las protagonistas
deciden lidiar con la vieja disfunción familiar y una ya larga orfandad
afectiva.
Cuentos de un poblado a orillas del mar, título
original de esta cinta, cuyo origen fue un relato por episodios en clave
de manga (lo que explica la sucesión de pequeñas viñetas narrativas y
su laborioso ordenamiento en un guión cinematográfico), tiene como
corolario el elogio de una femineidad autónoma y vigorosa, los
gratificantes saldos de la reconciliación familiar, y el perdón como un
contrapeso necesario del rencor y el individualismo. Temas, todos ellos,
venturosamente recurrentes en la mejor tradición del cine oriental.
Se exhibe en la sala 3 de la Cineteca Nacional, a las 12 y 17:30 horas.
Twitter: @Carlos.Bonfil1
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