1/09/2016

Afrocolombianas usan el “comadreo” para acompañar el dolor

   Estrategia de la Red de Mariposas de Alas Nuevas
   Primera de dos partes

 “La violencia no nos ha dañado el comadreo”, afirma Bibiana Peñaranda Sepúlveda, lideresa de la Red Mariposas de Alas Nuevas Construyendo futuro de Buenaventura.

Bibiana Peñara pertenece a esta red de mujeres afrocolombianas que esperan mejorar las relaciones comunales a través del comadreo: un saber étnico y cultural fundamental, una estrategia “femenina” y no violenta  de acompañamiento en el dolor.

Acompañamiento que ofrecen en barrios y comunas del puerto colombiano de Buenaventura donde viven y que pretende reconstruir tejidos sociales rotos. “En las reuniones, la mujer habla de lo que quiere hablar, si quiere llorar, gritar y pedir ayuda… es un momento en que la dejamos ser. Hacemos que sienta la fuerza del grupo, del comadreo”, explica Bibiana.

El objetivo es darle palabras de aliento. Le ofrecen a la mujer la posibilidad de hablar con una amiga, de acompañarla a la Fiscalía, para que se sienta más segura al exigir sus derechos, ella decide cómo continuar.

Hay mucho dolor en estos espacios.  “Uno de los elementos que se expresa cuando las mujeres no han sido tratadas, por psicólogos ni psiquiatras, es que en el momento que se trata algún tema que les recuerde su victimización empieza el llanto”, añade.

 DUELO, HUMOR, CANTO

Las mujeres se acompañan sabiendo que todas han experimentado alguna forma de violencia y crean un ambiente de complicidad que ayuda a disipar esos dolores. Elaborando el duelo, comenta Bibiana, disminuye la afectación mental. Por eso realizan una atención en crisis, antes de empezar el trabajo de “sanación mental”, pues aunque las mujeres no usan expresiones como salud mental o trastorno mental, saben que existen.

“Lo sabemos y lo tratamos –asegura Bibiana- La mujer se ha enfermado cuando el hijo es desaparecido y le dijeron: ¡Ya no lo busque más! Esos hechos no son más ni menos graves que la violencia sexual, el desplazamiento, el asesinato de los hijos, del marido, las mujeres intentan trabajarlo a través del comadreo”.

En los encuentros y círculos de saberes se detectan mujeres con mucha tristeza. Pero también encuentran antídotos como el humor, esa capacidad de reírse incluso de los problemas, para superarla.

“El humor es un elemento importante que te ayuda a mirar que el dolor no es lo absoluto; otro es el juego, el comadreo facilita eso, es encontrarse con otro ser humano. El comadreo es una herencia ancestral, el primer bautismo inicial, que lo hacen el compadre y la comadre. El comadreo en las casas, ayuda al encuentro comunitario, a crear un ambiente diferente al violento, distensiona la mente, relaja a las mujeres y crea un espacio fraterno”, dice Bibiana.

Otro recurso es el canto. Danelly Estupiñán defensora de derechos humanos del Proceso de las Comunidades Negras (PCN) de Buenaventura observó cómo las canciones se incorporaron al proceso del duelo. “Generalmente las personas que han sido víctimas de hechos violentos componen canciones de sus situaciones, cantan sus penas y hacen versos. Uno lo entiende como una terapia y como parte de ese duelo. Las composiciones narran el sufrimiento pero son esperanzadoras; todo está en el marco del legado cultural pues somos seres rítmicos en la vida y en la muerte”.

BRISEIDA, JACKELINE, DANELLY

Briseida López, una mujer afro de 69 años ha participado en reuniones convocadas por la Red Mariposas de Alas Nuevas Construyendo Futuro y otros grupos de mujeres.

Se unió a estas organizaciones de mujeres cuando  su hija fue diagnosticada con VIH. Después el asesinato de un nieto, de 17 años, y la desaparición de otro, hace cinco años, la acercaron más a estas iniciativas.

“Me tocó ir cambiando de un lugar a otro porque supe quiénes mataron a mi primer nieto –recuerda con voz firme Briseida- yo supe quiénes desaparecieron al otro, supe quién se lo llevó y a dónde. ¿Para qué lo dice uno? En el momento que uno abra la boca, peligra la vida de uno; además, los sueltan al otro día. Es mejor dejar las cosas así”.

Briseida decidió asistir a los talleres y es una de esas comadres que apoyan a quienes les han asesinado a sus familiares y a personas con enfermedades como VIH y tuberculosis.

Ella vive en la Comuna 12 de Buenaventura. Pertenecer a estos grupos le permite estar equilibrada, conversar con otras mujeres. “¿Cómo manejas los duelos? Superado o no superado, hay momentos en que se le viene a la mente y uno pregunta: ¿Por qué? Pero poco a poco lo manejas porque hay personas que lo necesitan a uno”, afirma.

Ella ha acompañado también a mujeres que han sido maltratadas y abusadas sexualmente en este puerto del Pacífico colombiano. Por eso conoce la revictimización de la que son objeto.

“En un mes una mujer ha recorrido más de 20 personas que le preguntan qué le pasó, si iba desnuda ¿Pero y usted por qué andaba a esa hora, por qué andaba en shores en la calle, no tenía otra ropa? -asegura Briseida- la moral se la tiran al piso, en lugar de darle moral y no vuelve. Como no volvieron dicen que no pasa nada pero está pasando (…)”.

Jackeline Micolta Victoria, lideresa afro de Buenaventura, ha acompañado a mujeres víctimas de la violencia sexual y múltiples violencias en su ciudad. “Desde mi trabajo en organizaciones de mujeres y como coordinadora del colectivo juvenil de violencia de género y derechos sexuales, he podido estar cerca de víctimas y he evidenciado que lo más difícil es perdonar”, asegura.

También ha observado que algunas de ellas se sienten inferiores, que no pudieron hacer nada y sentirse impotentes les genera barreras mentales para enfrentar su vida.

“Conocí una joven de 13 años de edad embarazada de su victimario –dice Jackeline- y pude ver esa mirada triste. Le pregunté qué nombre le iba a poner, me decía que se llamaría Gabriel porque le parecía bonito ese nombre. Verla en esas condiciones era muy triste”.

Salome es santandereana y llegó a Buenaventura hace 21 años. Hace 15 años, cuando trabajaba en un establecimiento de la ciudad de su hermana, fue retenida y violada. Salome es una de las muchas supervivientes de la violencia sexual que es usada como arma de guerra en Buenaventura y en varios departamentos de Colombia.

También ha sido revictimizada por personas cercanas quienes le dijeron: “Ojalá la hubieran violado todos” y por el sistema de salud. Cuando habla Salome parece tranquila pero ella se apresura a aclarar: “Por fuera entera, por dentro con depresión. Sufro mucho de depresión y al año que volví, porque pusieron escoltas en el negocio de mi hermana donde trabajaba, todos se me parecían, todos. Yo declaré hace un año y lo único que quiero es que cojan escarmiento”.

Le asignaron un psicólogo y recibió ayuda de Médicos Sin Fronteras, pero ese acompañamiento terminó. Salome, quien tiene depresión crónica, solicitó una cita con el psiquiatra en el hospital; esperó tres meses, la atendió en 10 minutos. Le asignaron otra cita por la cual debió esperar dos meses más.

“Uno no puede esperar dos meses. A veces estoy mal, me duele la cabeza, estoy estresada desde eso; ni mi hija ni yo tenemos trabajo, hay unos días duros”, afirma Salome.

Danelly Estupiñán, amenazada de muerte hace apenas dos semanas,  sabe que el caso de Salomé no es el único. En los acompañamientos que ha realizado, como defensora de derechos humanos del Proceso de Comunidades Negras, ha observado que en los últimos 10 años las afectaciones emocionales se han convertido en un problema de salud pública en Buenaventura y sugiere la apertura de una clínica especializada.

“No hay interés ni de visibilizar ni de atender, por parte del gobierno local ni nacional, esto ha generado un incremento en el número de personas que están enfermas mentalmente y eso se evidencia en la calle, en la gente. Es difícil ocultarlo, en mujeres jóvenes de 30, 17, 25 años.

“Otros trastornos que a veces no son tan evidentes son el insomnio y las afectaciones del sistema nervioso relacionadas con los escenarios de intensas violencias en barrios y comunas”, opina Danelly.


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Buscan que en Colombia se les incluya en el proceso de paz


   Segunda de dos partes


Mujeres afro se asumen como pueblo en resistencia





Pese a la violencia de género y en las comunidades que enfrentan las mujeres afrocolombianas, Danelly Estupiñán Valencia, activista por los Derechos Humanos (DH) del Proceso de las Comunidades Negras (PCN), en Colombia, confía en la fortaleza de su gente para hacer frente a las consecuencias en su salud mental y física.

La defensora de los derechos de la población afrodescendiente incluso prefiere usar el término “resistente” en lugar de superviviente o víctima, para referirse a las mujeres que han sido agredidas o discriminadas.

“La palabra víctima la acuñamos desde un sentido político (…); entendemos que son personas que sufrieron de manera intensa situaciones violentas, en el marco de un contexto de guerra. La norma colombiana ha usado este concepto y a través de éste da ciertas respuestas institucionales a la problemática de la guerra.

“Lo usamos en nuestro discurso, pero nosotras nos asumimos más como un pueblo en resistencia –precisa Danelly–, para nosotros el resistir no es aguantar, sino la forma de construir un nuevo país, un país que nos respete, nos incluya, nos valore (…). Desde nuestro punto de vista la resistencia no es más que la verdadera construcción de la paz”, observa.

Para esta defensora de DH, el bienestar colectivo es fundamental y considera que no se puede vivir bien en un ambiente de violencia. No poder salir a la calle al tener “fronteras invisibles” y vivir en medio de megaproyectos, como la explotación de carbón a cielo abierto o la construcción de una estación portuaria, son situaciones que –en su opinión– avasallan a la población.

RESILIENCIA Y CULTURA

La resistencia, la resiliencia y los elementos culturales, en general, juegan un papel muy importante en el Pacífico colombiano:

“Como cultura afro somos ricos. Podemos ver que las canciones, la poesía, todo está relacionado con el marco del conflicto: sacan danzas donde narran la violencia, las historias y se visibiliza cómo salir de ella. Las expresiones culturales están narrando el conflicto, el abuso sexual contra las mujeres.

“Muchas organizaciones han incorporado lo cultural como estrategia de recuperación terapéutica”, añade Jackeline Micolta Victoria, líder del puerto colombiano de Buenaventura.

Y asegura que otra forma de expresarse y sanar que han elegido las mujeres son los murales, ya que sirven para visibilizar cualquier problemática, como comunicación masiva, y contribuyen a la prevención de la violencia. En los murales se presentan los estereotipos que deben eliminarse y ayudan a explicar que la violencia contra las mujeres no es un asunto privado sino público.

Los murales fueron pintados para expresar que a las mujeres no les gusta que las maltraten –aclara–, que merecen vivir una vida libre de violencias y esto es representado de múltiples maneras, como un faro o una mariposa volando.

Las mujeres de Buenaventura han participado en la elaboración de murales, en mesas de trabajo y han establecido alianzas para aumentar el impacto de sus acciones a favor de los DH, detalla la activista.

LAS ACTIVISTAS CON LAS INSTITUCIONES

De acuerdo con Luz Nefalia Alegría, titular de la Secretaría de Convivencia, Mujer y Género, de Buenaventura, las instituciones que brindan atención a mujeres víctimas necesitan sumar esfuerzos.

“No es un trabajo que podamos hacer solos. En Buenaventura se trabaja en una mesa intersectorial donde están instituciones que hacen parte de la ruta de salud, género, de violencia y salud mental. Las organizaciones de mujeres son las primeras en atender porque están en la comunidad y porque hay un lenguaje desde lo afectivo, desde la cercanía”, abunda.

También participan algunas entidades de cooperación internacional, como secretarías de salud, educación, de convivencia, mujer y género, de medicina legal y el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, que suman conocimientos para intentar responder a las necesidades de las mujeres del puerto.

Según esta funcionaria local “estamos en el mejor momento de trabajo en equipo. Otra ganancia es el comité interinstitucional que exige transversalidad en todas las secretarías para cambiar esquemas de género”.

Por su parte, Margarita María Cañaveral, coordinadora de Salud Mental del Distrito Especial de Buenaventura, afirma que se ha logrado visibilizar la salud mental como un derecho fundamental en las agendas locales.

Y agrega: “estamos preparando un plan para la recuperación emocional de las mujeres víctimas de la violencia sexual que han sido atendidas en la mesa de violencia por asuntos de género”.

Margarita es consciente de que aunque el Programa de Atención Psicosocial y Salud Integral a Víctimas (Papsivi) atiende diferentes problemas de la población víctima del conflicto armado, por las características de la violencia sexual y las condiciones de los tiempos de la intervención que estos equipos hacen por familia, es difícil que estos casos sean diagnosticados.

“Además el tratamiento psicológico no alcanza a ser abordado por estos equipos, ya que la recuperación de las víctimas no puede estar sujeta a un número de horas ni de sesiones determinado”, advierte la funcionaria.

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Imagen retomada de la Revista Enheduanna
Por: Gabriela Montoya
Cimacnoticias/Revista Enheduanna | San Cristóbal de las Casas, Chis.-

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