Javier Flores
En una de sus conferencias de
prensa matutinas, el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO)
explicó cómo decidió nombrar a la doctora María Elena Álvarez-Buylla
Roces como directora del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología
(Conacyt). Ante una pregunta que llamó mucho la atención, pues la
formularon los niños reporteros de Radio Aventureros, el primer
mandatario reconoció que él no la conocía, pero vio su currículum y
advirtió que era una buena científica y que había obtenido el Premio
Nacional de Ciencias en 2017. Fue una decisión basada en méritos. En el
medio científico su nombramiento fue bien recibido, precisamente por
tratarse de una investigadora, pues se interpretó como una ventaja, si
se considera que en algunos periodos previos este nombramiento recayó en
administradores y políticos sin un conocimiento pleno de los problemas
que enfrentan los investigadores y la ciencia de nuestro país. No
obstante, la nueva directora, lejos de observar al sistema nacional de
ciencia y tecnología como un fenómeno que puede estudiarse y guiarse
para impulsar el avance de la ciencia –como se esperaría en un enfoque
científico–, introdujo un criterio esencialmente político, al trasladar
al Conacyt un proyecto personal, su guerra contra los organismos
genéticamente modificados (OGM), con la pretensión de convertirla en la
columna vertebral de la política de ciencia y tecnología del gobierno de
AMLO. Al respecto ha surgido y se ha alimentado una confusión con
relación a los OGM: una cosa es la siembra de semillas y el cultivo de
plantas transgénicas a cielo abierto en el territorio nacional –tema que
corresponde a la agricultura y está sujeto a diversas regulaciones– y
otra muy distinta la creación de variedades genéticas mediante la
investigación científica, bajo condiciones controladas, para indagar sus
potenciales beneficios y riesgos. Así, cada vez que AMLO reitera su
oposición a la siembra de semillas transgénicas, en el actual Conacyt no
disimulan su alegría y lo difunden profusamente en las redes sociales.
Pero, ojo, el Presidente no se está refiriendo a la investigación
científica. La iniciativa de decreto para crear una nueva ley de
humanidades, ciencias y tecnologías presentada ante el pleno del Senado
por la legisladora de Morena Ana Lilia Rivera Rivera, fue el primer
intento por convertir el activismo contra los OMG en la política de
ciencia de la 4T. Aunque la directora del consejo lo ha negado
reiteradamente, cada día se acumulan más pruebas de su participación en
la creación del citado proyecto de ley. Tengo frente a mí un documento
elaborado por uno de sus directores adjuntos, Raymundo Espinoza
Hernández, con la colaboración de dos de sus directores de área, José
Antonio Ruiz Martínez y Rosenda Cruz Vixtha, en el que están contenidas
las ideas principales de la reforma y tiene párrafos completos de la
misma, lo que muestra que la iniciativa fue elaborada en el área
jurídica del Conacyt. No quiero decir con esto que la doctora
Álvarez-Buylla mienta, pues queda la posibilidad (aunque remota) de que
estos funcionarios hayan actuado a sus espaldas, lo que sería algo muy
grave y, de ser así, seguramente acarreará consecuencias en esa área.
Pero el punto al que quiero llegar es que esa política puede ser
interpretada erróneamente por los militantes y legisladores de Morena
como la línea del gobierno de AMLO, por lo que estarían de algún modo
obligados a cobijarla y respaldarla. No es así, pues de manera muy hábil
el Presidente puso importantes candados en este tema. Uno de ellos es
que la política para este sector debe ser el resultado de la consulta a
los científicos, empresarios y al pueblo –así lo dijo el primero de
diciembre. Y en este caso la iniciativa creada de forma unilateral no
resistió el primer contacto con los investigadores, que la han
repudiado, entre otras cosas, porque se pretende ejercer un control
absoluto sobre la investigación científica (e incluso prohibir o
cancelar proyectos), y no sólo en el caso de los OGM, sino en todas las
áreas del conocimiento.
La participación amplia de la comunidad científica justifica
preguntarse cuánto tiempo más durará en pie la escenografía montada
sobre la existencia de una
guerra suciacontra el Conacyt o su directora general, o de la participación de
mafiasque critican los nombramientos y otras políticas en el consejo.
Una consideración final. Así como es erróneo considerar la iniciativa
citada como equivalente a la política de la 4T (la cual todavía está en
construcción), también lo es etiquetar la oposición a la investigación
en transgénicos y en otras áreas de la tecnología como de izquierda y
revolucionaria. Por el contrario, es profundamente conservadora y
reaccionaria, pues se opone al avance del conocimiento y la tecnología
y, en algunos extremos, se propone abiertamente el retorno al pasado,
sustentándose en una extraña combinación de neolysenkismo y el Laudato si del papa Francisco.
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