Los convocantes han organizado las discusiones en tres mesas, que representan lo que a su juicio son los tres ejes fundamentales por los que actualmente transita el movimiento indígena mexicano: defensa de los territorios indígenas ante las empresas y proyectos capitalistas –sus impactos en el medio ambiente, la salud, la seguridad y soberanía nacional, la seguridad alimentaria y la identidad de los pueblos–; articulación del movimiento indígena y social, a partir de los acuerdos, construcción de alternativas y poder del pueblo, y radios comunitarias, medios alternativos, libres y rebeldes. Vistas con detenimiento, las mesas de análisis recogen las demandas centrales de los pueblos indígenas en la actualidad, las formas de efectuarlas y las estrategias para hacerlas visibles.
Pocos lo recuerdan, pero cuando la sesión se esté realizando, el Congreso Nacional Indígena estará cumpliendo 15 años, lo que, haciendo un símil con una costumbre urbana, permite afirmar que después de ella entrará a su vida adulta. Para que lo haga con paso firme y la frente en alto, no estaría mal que entre las mesas de discusión se incluyera un balance de lo que han sido estos tres lustros vida, tiempo en que sus integrantes han luchado por reconstituirse como pueblos y dejar de ser colonias internas, mano de obra barata para la expansión capitalista. Un recuento de los sucedido en todo este tiempo debería incluir los aciertos y los errores de este andar novedoso, así como sus logros y fracasos, su auge como espacio de articulación de los movimientos y su declive después de varios tropiezos. Una especie de espejo donde mirar el pasado para proyectar el futuro.
Una planeación del futuro del movimiento indígena no puede ignorar el contexto en que las luchas presentes de los pueblos indígenas suceden. Como la temática de la discusión propuesta sugiere, los convocantes son conscientes que la característica central de la agresión en su contra es el despojo en múltiples vertientes: de su patrimonio natural y cultural, pero también de su capacidad de actuar y pensar su propio futuro de acuerdo con sus condiciones y aspiraciones concretas. Lo interesante sería trascender lo conocido –por vivido– y encontrar las causas profundas de este despojo. Tal vez si no se sabe, con esto se descubra que el carácter depredador del capitalismo actual y sus recurrentes crisis son efecto de su fracaso histórico y de su necedad de sobrevivir a costa de la destrucción de la humanidad, aunque en este periodo específico los más afectados sean los pueblos indígenas, por la reserva moral que representan.
Si ésa fuera la conclusión a que se llegara, habría que aceptar también que la crisis actual no es sólo del sistema sino de la civilización. Que la propuesta de modernidad occidental, reflejo de una sociedad específica, aunque haya sido vendida como futuro universal, ya ha dado de sí y para alcanzar una vida de bienestar para todos debe buscarse en otro lado, entre las culturas y propuestas de los pueblos indígenas, por ejemplo. Hace años, buscando algunas ideas al respecto entre los pueblos mixtecos, sus habitantes me dijeron que su futuro podía explicarse como nava ku ka’anu in ñuú –lo que engrandezca al pueblo–, una especie de buen vivir de los países andinos. Llegar a este punto puede ser importante para articular las demandas centrales que han de integrar el programa de lucha de los pueblos indígenas y sus formas de engarzarlas entre ellos. Porque no se trata sólo de ver cómo se remontan los actuales problemas, sino de cómo construimos entre todos otro mundo donde quepan muchos mundos.
De ese tamaño es el reto que enfrentará la próxima sesión del Congreso Nacional Indígena. Y de ella depende en gran parte el futuro del movimiento indígena mexicano.
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