El PAN busca sacar lo más que se pueda en una etapa en la que está de salida. Hace su lucha, con la intención de no perderlo todo en los años venideros
Está visto que una verdadera reforma política no va a ser posible realizarla en el marco de un régimen decadente al que sólo le interesa seguir por la misma ruta, hasta donde lo permitan las circunstancias. Tendrá que darse un paso inicial, que necesariamente tendría que ser el cambio de régimen, luego las cosas se darían con suma facilidad, una vez derrotadas las fuerzas políticas que sobreviven en el inmovilismo y la simulación. El PRI da por hecho que regresará a Los Pinos, así que no tiene sentido hacer reformas que luego serían un estorbo para su estilo de gobernar, que suponemos sería el mismo que lo caracterizó hasta el año 2000, cuando se dio la alternancia.
Todo en la vida comienza por el principio, y en este caso, pretender una reforma política sin antes cambiar un régimen caduco y decadente, es como pretender comerse una paella antes de cocinarla. Una reforma política de fondo será una de las acciones fundamentales, una vez que fuerzas distintas tomen las riendas del Estado. Por ahora, lo que se haga no pasará de una “reformita” intrascendente sin alguna repercusión real en el sistema político y en la vida pública del país. En este momento, los debates sobre el tema son más una pérdida de tiempo que un paso en firme a favor de la democracia.
El PAN busca sacar lo más que se pueda en una etapa en la que está de salida. Hace su lucha, con la intención de no perderlo todo en los años venideros, cuando esté colocado en el nivel que le corresponde, un tercer lugar como fuerza política en completa bancarrota. Sin contar con la fuerza que da el ejercicio del poder, no le queda otra opción que seguir en el papel de comparsa del partido tricolor, como así sucedió a partir de que el PRI se derechizó a extremos inauditos en 1983. Se dio paso al régimen del PRIAN, que años después desembocó en el ANPRI por exigencias de la Casa Blanca en Washington.
Como el ANPRI llegó a su fin, luego de dos sexenios que fueron una pesadilla terrible para los mexicanos, los priístas consideran que llegó la hora de cobrarle cuentas a sus aliados y se oponen a la reforma política que le permitiría a aquellos seguir teniendo un poco de capacidad negociadora en el Congreso de la Unión. De ahí que sea válido señalar que las corrientes de izquierda le están haciendo el juego a los ultras del partido blanquiazul, al no exigir una reforma política profunda, que tenga como eje principal la revocación de mandato, el referéndum y una real ciudadanización de los órganos electorales, cosa que al parecer no es bien vista por los partidos.
La reforma que llegara a aprobarse en este periodo de sesiones será intrascendente, porque le faltaría lo principal y además sería inaplicable en un sistema político en completa decadencia. Está visto que el PRI le apuesta a un manejo tramposo de las elecciones, con Enrique Peña Nieto como candidato y luego presidente de un país desarticulado, violento, improductivo pero aún con importantes recursos que serían explotados con más fiereza para sacar la mayor tajada antes de que sucediera lo inevitable, o sea el caos y la ingobernabilidad en un Estado más que fallido.
El PAN le apuesta a la coalición con el PRD de “Los Chuchos”, incluso con Marcelo Ebrard Casaubon como candidato, con la finalidad de alcanzar un buen número de legisladores en ambas cámaras. Pondría el blanquizul todos sus recursos y poder económico para derrotar a Peña Nieto, pues saben sus jerarcas que con el grupo que representa el mexiquense no tendrían ninguna posibilidad de seguir haciendo negocios, con la excepción de Diego Fernández de Cevallos, quien más que militante del PAN lo es de sus propios intereses, que indefectiblemente coinciden desde siempre con los de Carlos Salinas de Gortari.
Sólo que el ANPRI, junto con “Los Chuchos”, pasa por alto un pequeño detalle: la candidatura de Andrés Manuel López Obrador será una realidad concreta, avalada por las fuerzas económicas y políticas afectadas por tres décadas de siniestro, corrupto y decadente ejercicio del poder, es decir más de la mitad de la población, un alto porcentaje de clases medias y un número cada vez más amplio de empresarios de todos tamaños dispuestos a jugársela por el país. Todos estos electores saben que ya no hay más oportunidades para salir del hoyo, y que no hacerlo en el 2012, facilitaría las cosas a los enemigos de México (la oligarquía apátrida y corrupta) para tapar ese agujero con el resto de mexicanos adentro.
Otra cosa sería si Ebrard actuara con sentido de responsabilidad, se impusiera a quienes pretenden conducirlo a una aventura fatal, y se aliara con López Obrador para juntos iniciar una lucha desigual contra adversarios muy peligrosos. Esto evitaría una lucha muy desgastante y absurda, y sentaría las bases para un verdadero cambio de régimen que acabara con los riesgos de una catástrofe generalizada, que ya está a la vuelta de la esquina como lo apuntan los hechos.
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