Asia Times Online
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
“La
primera vez que me aplicaron descargas eléctricas, me quedé sin
respiración, el cuerpo se me puso rígido y la bolsa se me salió de la
cabeza”, relató Israa Salah, una detenida iraquí, a Human Rights Watch
(HRW) en un testimonio desgarrador dado a conocer la pasada semana.
Israa, que no es su nombre real, fue arrestada por las fuerzas
estadounidenses e iraquíes en 2010, según el informe de 105 páginas “No One is Safe”
[“Nadie está a salvo”] de HRW publicado el 6 de febrero. El informe
dice que Israa fue torturada hasta el punto de acabar admitiendo
acusaciones de terrorismo que no había cometido; ella es sólo una de
las miles de mujeres iraquíes detenidas ilegalmente y sometidas a
torturas y abusos.
HRW escribe que esposaron a Israa, le
obligaron a ponerse de rodillas y estuvieron golpeándole el rostro
hasta romperle la mandíbula. Cuando se negó a firmar una confesión, le
colocaron cables eléctricos en las muñecas.
Bienvenidos al
Iraq “liberado”, la incipiente “democracia” que las autoridades
estadounidenses no dejan de celebrar. No se puede negar que las
brutales políticas del gobierno iraquí bajo Nuri al-Maliki son una
continuación de las mismas políticas de la administración de EEUU que
gobernó Iraq desde 2003 hasta la salida de sus tropas en diciembre de
2011.
Es como si los torturadores hubieran leído el mismo manual. En efecto, lo leyeron.
La tortura y trato degradante a los prisioneros iraquíes –hombres y
mujeres- en la prisión de Abu Ghraib no fue un incidente aislado
perpetrado por unas cuantas “manzanas podridas”.
Desde que
aparecieron las revelaciones de torturas a los prisioneros en esa
infame prisión, muchas otras historias de los abusos estadounidenses
salieron a la luz no sólo por todo Iraq sino también en Afganistán. Los
crímenes no fueron perpetrados únicamente por los estadounidenses,
también por los británicos, seguidos por los iraquíes seleccionados
para que continuaran con la misión de “democratización”.
“No One is Safe”
presenta horrorosas pruebas de los malos tratos a las mujeres por parte
del criminal sistema judicial iraquí. El fenómeno de los secuestros,
torturas, violaciones y ejecuciones de mujeres está tan extendido que
resulta impactante incluso para los ínfimos niveles de respeto a los
derechos humanos que imperan en el país.
Si esos abusos se
hubieran producido en otro lugar, la indignación mundial habría sido
inmensa. Algunos en los medios liberales occidentales, supuestamente
obligados por los derechos de la mujer, habrían exigido algún tipo de
intervención humanitaria, incluso la guerra. Pero en el contexto del
Iraq de hoy en día, es poco probable que el informe de HRW reciba mucha
cobertura.
Una expresión en boga aparecida desde la
publicación del informe es que los abusos confirman la “debilidad” del
sistema judicial iraquí. Resulta entonces que el reto está en
fortalecer un sistema débil, quizá canalizando más dinero, construyendo
instalaciones más grandes y proporcionando mejor control y formación,
aspectos que probablemente debería llevar a cabo personal
estadounidense.
Ausentes están las voces de los mismos grupos
de mujeres, intelectuales y feministas que parecen estar constantemente
angustiadas por las prácticas matrimoniales en Yemen, por ejemplo, o
por las mujeres veladas en Afganistán. Pero hay poca o ninguna
conmoción e indignación cuando son mujeres morenas las que sufren a
manos de los hombres y mujeres occidentales, o de sus compinches, como
sucede en Iraq.
Si el informe de HRW hubiera aparecido de
forma completamente aislada de la desgarradora situación política
creada por la invasión estadounidense de Iraq, uno podría excusar a
regañadientes el relativo silencio. Pero no es así. La “cultura” de Abu
Ghraib forma parte de la misma táctica con la que los iraquíes están
siendo gobernados desde marzo de 2003.
Años después de la
investigación llevada a cabo sobre los abusos de Abu Ghraib, el General
de División Antonio Tabuga, que fue quien la dirigió, reveló que había
más de 2.000 fotos sin publicar documentando otros abusos. “Una foto
muestra a un soldado estadounidense violando a una prisionera mientras
en otra se muestra a un traductor violando a un detenido”, informaba el
periódico Daily Telegraph en mayo de 2009.
El General
de División Taguba había apoyado entonces la decisión de Obama de no
publicar las fotos, no por un razonamiento moral, sino sencillamente
porque “las consecuencias podrían poner en peligro a nuestras tropas
cuando más las necesitamos, los únicos protectores de nuestra política
exterior, y de las tropas británicas que están intentando construir
seguridad en Afganistán”. Desde luego, los británicos, los
constructores de la seguridad en Afganistán, escribieron su propia
historia de infamias en una campaña de abusos que no ha cesado nunca
desde que pusieron el pie en Afganistán.
Teniendo en cuenta
el cargado ambiente político en Iraq, los últimos informes de abusos
tienen su propio y único contexto. La mayor parte de las mujeres objeto
de abusos son sunníes y su libertad ha sido un llamamiento importante a
la rebelión en las provincias sunníes del centro y oeste de Iraq.
En la cultura árabe, el deshonor por la ocupación y el saqueo de la
tierra va después de la deshonra a las mujeres. La humillación que
millones de iraquíes sunníes sienten no puede explicarse con palabras,
y la militancia no es una respuesta sorprendente ante las implacables
políticas del gobierno de deshumanización, discriminación y violencia.
Aunque el Iraq posterior a la invasión estadounidense no ha sido ningún
puerto seguro para la democracia ni los derechos humanos, el “nuevo
Iraq” tiene una cultura de impunidad en la que no hay nada sagrado. De
hecho, deshonrar a sociedades enteras ha sido una de las tácticas
utilizadas en la guerra sucia de al-Maliki. Según informaba Associated Press,
citando el informe de HRW, muchas mujeres iraquíes han sido “acosadas y
acorraladas por supuestas actividades terroristas de los hombres de sus
familias”.
“Las fuerzas de seguridad y los oficiales iraquíes
actúan como si abusar brutalmente de las mujeres fuera a hacer más
seguro el país”, dijo Joe Stork, director adjunto para Oriente Medio de
HRW. No es más que la misma lógica que postulaba que a través de la
“conmoción y el terror” podría someterse a los iraquíes.
Ya
ha quedado demostrado lo erróneo de tal teoría. La guerra y la rebelión
en Iraq proseguirán mientras los responsables de las masivas prisiones
iraquíes no sean capaces de comprender que la condición previa para una
paz duradera es el respeto a los derechos humanos.
Ramzy Baroud ( www.ramzybaroud.net ) es editor de PalestineChronicle.com y autor de los libros “ The Second Palestinian Intifada: A Chronicle of a People’s Struggle” y “ My Father Was a Freedom Fighter: Gaza’s Untold Story” (Pluto Press, London).
Fuente original: http://www.atimes.com/atimes/Middle_East/MID-01-110214.html
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