2/17/2014

La mujer que vendía mujeres




Lydia Cacho 

Durante un evento internacional en el que discutíamos estrategias para erradicar la esclavitud humana, en nuestra mesa, dedicada a plantear cómo debilitar la economía criminal de los tratantes estaba la directora de la red mundial de sexoservidoras. Un experto financiero hizo su ponencia, acto seguido la mujer australiana tomó el micrófono, explicó que ella había sido prostituta y arremetió contra las organizaciones que rescatan a víctimas de trata en el mundo. Dijo que había una suerte de complot derechohumanista para arrebatar a las mujeres y jóvenes el derecho a vender su cuerpo. E intentó desacreditar a quienes han salvado a miles de niñas y niños de las garras de explotadores para el turismo sexual en el sureste asiático. El sabotaje al evento quedó claro, pero para las organizadoras inglesas era políticamente incorrecto increpar a la promotora de la industria sexual. Luego, un experto de Interpol nos dijo a puerta cerrada que esta mujer era sospechosa de promover prostíbulos en los que había clara esclavitud de mujeres muy jóvenes. Se quedó en conversación de pasillo pues al menor intento de abrir esa discusión, se nos acusó de moralizar sobre el derecho de las mujeres a usar su cuerpo como les parezca. 

Hace unos días EL UNIVERSAL reveló que las autoridades de la Ciudad de México detuvieron a Alejandra La madrota de Sullivan, quien se presentaba como defensora de sexoservidoras y que, según la amplia investigación que llevó a cabo la Procuraduría de Justicia, en realidad se dedicaba a mantener esclavizadas a 40 mujeres, a quienes junto con su hijo mantenía amenazadas de muerte y maltratadas en una sólida red de esclavitud sexual. Los testimonios de las jóvenes que lograron escapar y denunciar a esta supuesta activista de derechos de trabajadoras sexuales, evidencian las estrategias que las y los tratantes usan en todo el mundo a medida que se crean nuevas leyes para erradicar la trata. 

Desde luego, no todas las activistas que defienden los derechos de humanos en la industria del sexo comercial son tratantes. Sin embargo hay muchas sobrevivientes de trata que, insertadas en la industria criminal, deciden ser parte de ella y se convencen de que ahora es su turno para explotar a una nueva generación de jóvenes, normalizando la trata como falsa forma de libertad económica controlada por terceros. Hemos visto cientos de casos de bajo y alto perfil en que la industria de la explotación gana; tal como el del clan Andrade/Trevi, que apoyados por la industria del entretenimiento, lograron salir triunfantes y más famosos luego de destrozar las vidas de varias jovencitas. Las leyes avanzan más rápido que los cambios culturales, y la cultura de la violencia se convierte en un obstáculo que impide el avance de la justicia y la evitación del delito. 

Hay una gran perversidad en el debate que impide esclarecer las complejidades de la esclavitud humana como empresa criminal. Siglos de normalización de la explotación laboral en aras del avance económico han abonado a crear un falso discurso que justifica las desigualdades de raza, de género y económicas como algo inamovible. Es decir, la noción de que la explotación, la pobreza, el racismo, el clasismo y el sexismo son inevitables y deben asimilarse, ha permeado en nuestra cultura. La mayoría de tratantes argumentan que lo que hacen es administrar la seguridad, la economía y la libertad de quienes son prostituidas y que por ello tienen derecho a una retribución económica y a controlar a sus “empleadas”. 

Nadie ha dicho que sea sencillo determinar cómo cada ser humano asume sus libertades parciales, cómo y por qué millones de personas criadas en contextos de violencia familiar y social, reproducen los mismos patrones de comportamiento y asumen el maltrato como algo merecido. Nadie ha dicho que sea fácil reconocer los componentes psico-emocionales y a manipulación afectiva y psico-sexual que llevan a alguien a ser esclavizada y creer que merece esa condición de abyección. 

Rafaél Barret dijo: “Si el bien no existe, hay que inventarlo”. Parafraseándolo podríamos decir que es hora de recordar que si la libertad no existe, hay que inventarla. Sin duda la única manera de erradicar la esclavitud consiste en arrojar luz sobre cada grupo que insiste en justificar la venta de seres humanos como una empresa económicamente rentable, porque como hemos visto en el reciente caso de La madrota de Sullivan los tratantes están sentados a la mesa que defiende la libertad de esclavizar disfrazada de libertad de elegir.

www.lydiacacho.net
periodista

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