Juan Pablo Proal
MÉXICO,
D.F. (proceso.com.mx).- Es irresponsable suponer que la cantante
Melissa Plancarte, hija de Enrique Plancarte, uno de los líderes de
“Los Caballeros Templarios”, recibió la autorización del gobierno de
Michoacán para grabar el videoclip “Desde que te fuiste” en el Palacio
de Justicia de Morelia. Fue un error minúsculo, un descuido. El
gobernador Fausto Vallejo lo explica mejor: “No se puede desvirtuar,
por ese hecho, que está en manos de la burocracia (…) No sé si un
conserje autorizó”.
Tampoco es válido sospechar que el gobierno federal contrató al
sicario Juan José Farías Álvarez “El Abuelo”, del cártel de “Los
Valencia”, para liderar a los grupos de autodefensa en Michoacán. Sí,
Alfredo Castillo, comisionado para la Seguridad y Desarrollo Integral
en esa entidad, fue fotografiado con el capo, pero, como él mismo
aclaró, fue un hecho incidental: “Es como si te invitan a una boda y
después sale que en la mesa de al lado estaba tal (…) y esa persona se
te acercó cuando vas al baño o como cuando tú vas a un mitin”.
Que el exgobernador de Coahuila y expresidente nacional el PRI
Humberto Moreira pague 3 mil 500 euros mensuales (unos 55 mil 300
pesos) por un chalet en el exclusivo barrio de Sant Cugar, el segundo
municipio más rico de toda Cataluña, no quiere decir que haya saqueado
a su estado, endeudado durante su administración con 34 mil 898
millones de pesos. Cuando el periódico Reforma le preguntó cómo
solventa sus lujos en España, su actual residencia, él mismo disipó las
dudas: “De mi salario (de maestro) y de mis ahorros”.
En el México del neopriismo no hay feminicidios, sino mujeres
irresponsables que se arriesgan a caminar a horas inmorales. Ningún
periodista es asesinado, son personas comunes con problemas personales.
¿Crímenes por homofobia? ¡Jamás! Homicidios pasionales.
El escritor irlandés Jonathan Swift, admirado por su capacidad de
sátira y autor de “Los viajes de Gulliver”, explicó en un artículo
titulado “El arte de la mentira política” por qué los gobernantes
necesitan del engaño “(…) Para hacerse del poder y conservarlo (…)
Hemos visto cómo muchos de los dineros de la nación acabaron en manos
de aquellos que, por su cuna, educación o mérito, no habrían podido
aspirar más que a cuidar de nuestras cuadras”.
La mentira es un código de la clase política mexicana, resume la
socióloga Sara Sefchovich en su obra “País de mentiras”, un asombroso
compendio ensayístico sobre la capacidad de cinismo de nuestros
gobernantes. Lo explica así: “(…) Cuando la mentira no es una conducta
extraña que se cuestiona y hasta castiga sino que es un discurso de
todos, repetido y reiterado, ya no es una decisión individual de quien
la emite ni es tampoco algo que una persona pueda decidir cambiar (…)
La cultura mexicana no sólo genera y permite sino que exige, aplaude y
premia este modo de funcionar. Si en México se miente es porque se
puede mentir y más todavía, porque se tiene que mentir”.
Pero hay de mentiras a mentiras. Está la cuidada, la fina, donde el
actor estudió obsesivamente su papel hasta interpretarlo con maestría.
Ahí está Carlos Salinas periódicamente presumiendo en los medios los
milagros de su sexenio, su inocencia en los magnicidios cometidos
durante su administración y su nula responsabilidad en la crisis del
94. Y no hay entrevistador a modo que logre acorralarlo.
Y existe otra mentira: La malograda, más cercana al cinismo, a la
sátira. A nadie convence, quien la escucha simplemente no la cree. Se
desacredita por sí misma. En su sonido hay notas de burla. Esa es la
que nos ofrece el peñismo, acuñada en su máximo esplendor con el caso
de la menor Paulette Gebara Farah, quien nueve días después de ser
reportada como desaparecida, fue “encontrada” muerta por la
Procuraduría General de Justicia del Estado de México en una rendija
situada entre el colchón donde dormía y un mueble que formaba parte de
su cama, el mismo sitio donde su madre, LIsette Fraah, daba entrevistas
a los medios de comunicación para pedir ayuda para localizar a su hija.
La mentira sirve para ocultar la verdad, para gobernar en secreto.
¿Qué nos esconde el gobierno de Peña Nieto? ¿Negocia con grupos
criminales afines para afectar a los contrarios? ¿Qué oculta la reforma
energética que requiere de millones de pesos en anuncios para
persuadirnos de sus supuestas bondades? ¿Cuál es la relación del
Ejecutivo con los grupos de autodefensa?, ¿Por qué con el gobierno de
Duarte han sido asesinados diez periodistas y en las conclusiones de
los casos ridiculizan la memoria de las víctimas? ¿Cuánto costó la
presidencia y quién la financió? ¿Cuál es el verdadero papel de Carlos
Salinas, cuyos principales colaboradores están de regreso en la arena
pública?, ¿Por qué los grandes capos como “La Tuta”, “El Chapo” o “El
Mayo” permanecen activos y visibles?
En su ensayo “Democracia y secreto” el filósofo y politólogo
italiano Norberto Bobbio advierte que cuando un gobierno toma las
decisiones bajo la oscuridad, funciona como una autocracia. “La
democracia es idealmente el gobierno de un poder visible, es decir, el
gobierno cuyos actos se realizan ante el público y bajo la supervisión
de la opinión pública”, define Bobbio, quien añade que la penumbra es
el color idóneo para el esparcimiento de la corrupción.
No hay duda de que el actual gobierno y sus emisarios mienten como
máximo recurso de supervivencia. Sólo así puede funcionar su aceitosa
estructura. La pregunta es: ¿Cuánto de lo que escuchamos de sus labios
es verdad? Pareciera que, con indigesta resignación, como público nos
acostumbramos a ser espectadores de una mala telenovela. La verdad casi
nunca emerge y los corruptores envejecen resguardados en sus mansiones.
La experiencia nos ha enseñado que la clase política tergiversa,
oculta y calla para financiar sus chalets suizos. ¿Cuáles son las
consecuencias sociales? Sefchovich las resume con precisión:
desconfianza, falta de respeto, desmemoria, desinterés, doble moral,
corrupción, desesperanza. “Los ciudadanos no se sienten con la
obligación ni con el deseo de respetar ni a la ley, ni a las
instituciones, ni a las investiduras, ni a las autoridades, ni a las
personas”.
Lo más desalentador es que, tratándose de un código, resulta casi
imposible su erradicación. Con su infinita ironía, desde el siglo XVIII
Swift advertía el derrotero de esta práctica: “Considerando la natural
propensión del hombre a mentir y de las muchedumbres a creer, confieso
no saber cómo lidiar con la máxima tan mentada que asegura que la
verdad acaba imponiéndose”.
Mientras tanto, tal parece que el futuro inmediato está desierto de
bálsamos. Amarrados a nuestra butaca, (¿disfrutaremos?) el humor
involuntario del bufonesco neopriismo. Genial para humillarse,
magistral para enriquecerse en secreto.
P.D. Este domingo 23 de febrero al mediodía se realizarán
manifestaciones en las principales plazas públicas del país para exigir
un alto a los homicidios contra periodistas. En el Distrito Federal la
cita será en el Ángel de la Independencia.
Twitter: @juanpabloproal
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