Carlos Bonfil
Desde
un apocalíptico futuro cercano, el mutante Wol-vering (un Hugh Hackman
cargado de energía y esteroides) rompe la barrera del tiempo para
trasladarse 50 años atrás, hasta los emblemáticos años 70 del siglo
pasado, y tratar de prevenir la catástrofe que décadas después se
abatirá por igual sobre seres humanos y mutantes.
Esa visión oscura de una humanidad sometida y humillada en un tiempo
controlado ya por los Centinelas, se presenta como réplica del sistema
esclavista de Metropolis (Fritz Lang, 1926), de un modo eficaz y sugerente.
X-Men: días del futuro pasado (X-Men: days of future past), nueva entrega de la exitosa saga de los X-Men, es dirigida con talento y buen tino por el neoyorquino Bryan Singer (Sospechosos comunes, 1995; Dr. House, 2004; y X-Men: la primera generación, 2011).
La propuesta narrativa es interesante. Los gigantescos robots
guardianes que en un principio sólo debían destruir a los mutantes, han
terminado por dirigir su labor de erradicación hacia los propios
humanos. El profesor X (Patrick Stewart) y Magneto (Ian McKellen)
deciden salvar al mundo con el recurso que imaginan más eficiente:
enviar a Wolvering al pasado y modificar el curso de los
acontecimientos. Cambiar las circunstancias que propiciaron la
progresiva dominación de los Centinelas y su creciente hegemonía
destructora.
Los conocedores de la saga advertirán en la nueva entrega de Synger
un estimulante cambio de tono. Lo que en las precedentes entregas
amenazaba con volverse una acumulación rutinaria y previsible de
peripecias y enfrentamientos, gana ahora en originalidad y sobre todo
en frescura humorística. Se siente la imperiosa necesidad de reactivar
la saga de una manera novedosa e impedir que la proliferación de series
televisivas y la parafernalia incontenible de transformers y demás chatarra lúdica reciclable, conduzca al género a un agotamiento fatal y, en el mejor de los casos, a la autoparodia.
En el caso de Synger, un cineasta hábil, la novedad consiste en
manejar la trama a partir de dos registros temporales, haciendo de la
modificación histórica el posible triunfo final de quienes son capaces
de modificar también su propia apariencia física. El tiempo no será ya
la tiránica fatalidad harto conocida, sino una materia maleable a
voluntad, como privilegio de las inteligencias superiores. Se recrea
primero, de modo atractivo y sin pinceladas gruesas, la pintoresca
época de unos años 70, donde Wolverine hace lo imposible por conciliar
las voluntades de las versiones juveniles del profesor X (James McAvoy)
y de un intransigente y revanchista Magneto (Michael Fassbender,
soberbio).
Paralelamente
se mantiene el suspenso en torno de la suerte de los mutantes
sobrevivientes, quienes en la época futura siguen asediados por los
Centinelas. Por un lado vemos a los sabios ancianos asistiendo a
distancia a las peripecias de Wolverine, de un modo similar al de
aquellas cintas sobre mitologías antiguas donde los dioses seguían
desde el Olimpo las hazañas de los héroes invencibles (Jasón y los argonautas, Don Chaffey, 1963; Furia de titanes, Desmond Davis, 1981), con un atractivo parecido y con dosis de humor siempre agradecibles.
En la cinta de Synger abundan los momentos afortunados. No todo se
limita a una avalancha de enfrentamientos titánicos, propios de la
apabullante cultura de los videojuegos bélicos. Hay creaciones no
necesariamente profundas, pero sí muy atractivas, como
Pietro/Quicksilver (Evan Peters), con su malicia y ubicua agilidad
corporal, o Mística (Jennifer Lawrence), la mutante azul asediada por
angustias y dilemas morales al sentirse traicionada cuando siente
próximo el triunfo sobre quienes conspiran contra su especie. También
un joven Magneto capaz de someter en Washington a la Casa Blanca con el
recurso de un gigantesco estadio deportivo desplazable. Lo mejor, sin
duda, es la caracterización al borde de la caricatura de esa otra
caricatura política que fue el inefable Tricky Ricky, Richard Nixon.
En el viaje que hace la cinta por la historia y por diversos países,
se relabora con incorrección política el asunto de la bala perdida en
el magnicidio de John F. Kennedy o se operan suplantaciones físicas de
personajes que incluyen el travestismo o la alteración genética. Todo
ello de modo espectacular y con el desparpajo que conllevan la
seguridad en el oficio y una relectura inteligente del territorio
siempre fértil de la tira cómica.
Twitter: @walyder
No hay comentarios.:
Publicar un comentario