John M. Ackerman
Si México tuviera un régimen
parlamentario, Enrique Peña Nieto no regresaría de China. La comprobada
ineptitud de su gobierno, así como la enorme desconfianza social en su
persona a raíz de la masacre de Iguala obligaría al parlamento a emitir
una
moción de censurapara destituirlo a él y a todo su gabinete, así como llamar a nuevas elecciones federales. Con motivo de faltas mucho menores a las del actual presidente mexicano, el primer gobierno de Stephen Harper, en Canadá, fue disuelto en 2011 y los mandatos de Gerhard Schroeder, en Alemania, y de Romano Prodi, en Italia, fueron recortados en 2005 y 2008. En un sistema democrático, simplemente no tiene sentido que el titular del gobierno federal se mantenga en su puesto si no cuenta con el apoyo de la población, ya que ello genera una situación de extrema ingobernabilidad.
En los sistemas presidenciales como el mexicano, el procedimiento
para el relevo anticipado del titular del Poder Ejecutivo es más
complicado, pero no por ello menos necesario. En 1992, a raíz de graves
acusaciones de corrupción en su contra, Fernando Collor de Mello
renunció como presidente de Brasil. En 1997, el Congreso Nacional de
Ecuador destituyó a Abdalá Bucaram por su demostrada
incapacidad mental. En 2001, Fernando de la Rúa abandonó su cargo de presidente de Argentina en medio de una importante crisis económica y social. Los incompetentes presidentes bolivianos Gonzalo Sánchez de Lozada y Carlos Mesa también fueron obligados a renunciar en 2003 y 2005. Y en 2000, después de meses de protestas contra la corrupción de su gobierno, Alberto Fujimori renunció a la presidencia de Perú durante un viaje a Japón. Peña haría un gran favor a la patria si siguiera el ejemplo de Fujimori ahora durante su propio viaje a Asia.
Si la masacre de Iguala fue la gota de derramó el vaso de la
indignación ciudadana, la conferencia de prensa de Jesús Murillo Karam
el viernes pasado fue el colmo del cinismo gubernamental. Para empezar,
es importante aclarar que el procurador general de la República
técnicamente no
informóabsolutamente nada. Solamente compartió algunas
hipótesisque surgen de las confesiones videograbadas de tres señores conocidos como El Pato, El Jona y El Chereje preparadas especialmente para su transmisión televisiva en horario estelar. La gran confianza del desacreditado y cansado procurador en la palabra de tres presuntos narcotraficantes, dispuestos a decir cualquier cosa con tal de evitar ser torturados y conseguir su libertad, constituye un excelente botón de muestra del estado de descomposición de la desollada e incinerada
justiciamexicana.
Todos conocemos muy bien la gran capacidad de los agentes
ministeriales para fabricar culpables y proteger a los poderosos. La
teatral detención de José Luis Abarca y su esposa recuerda el
espectáculo de la detención de Florence Cassez en 2005. Y nunca hay que
olvidar los tres meses en que la PGR vergonzosamente escondió la verdad
sobre la masacre de Tlatlaya. Asimismo, apenas se dio a conocer que la
PGR indujo a un líder del cártel del Golfo a inventar cargos
contra dos policías ministeriales, al parecer con la intención de
proteger a otras autoridades corruptas.
¿A
quién protege Murillo Karam en el caso de Ayotzinapa? Ofrece algunos
indicios su respuesta a los cuestionamientos sobre el extraño
comportamiento del 27 batallón de infantería, con sede en Iguala,
durante las tres horas que duró el ataque y las 12 horas que se habría
tardado la incineración de los cuerpos. En lugar de anunciar una
investigación de la evidente complicidad del Ejército con la masacre,
el procurador celebró la inacción de las fuerzas federales:
¿Qué habría pasado si el Ejército hubiera salido? ¿A quién habría apoyado? Obviamente a la autoridad.¡Qué bueno que no salió!
En otras palabras, bajo el mando de Peña como comandante en jefe de
las fuerzas armadas, el Ejército obedece ciegamente las órdenes del
crimen organizado en municipios infiltrados por el narcotráfico. Se
confirma entonces la hipótesis con respecto al contraste entre la
situación colombiana y la mexicana. Mientras allá existiría una alianza
entre el narcotráfico y la guerrilla, aquí el crimen organizado se
encuentra firmemente al lado de la autoridad. La sociedad mexicana se
encuentra en el más absoluto estado de desprotección y de
vulnerabilidad.
Las típicas estrategias de
fortalecimiento institucional, promovidas por los
expertosen seguridad pública y los asesores del gobierno de Estados Unidos, solamente agravan el problema entonces. Otorgar mejor armamento y más capacitación a cuerpos de seguridad al servicio de bandas de asesinos vestidos de policías implica aumentar la fuerza del narcoestado.
El problema central no es de debilidad, sino de parcialidad
institucional. La única forma para corregir el rumbo sería lograr que
las fuerzas militares y las otras fuerzas de seguridad se coloquen bajo
el mando de la sociedad en lugar de los criminales. Es decir, hace
falta finalmente alcanzar un régimen democrático donde las autoridades
en los tres ámbitos de gobierno (municipal, estatal y federal)
respondan y rindan cuentas al pueblo.
La buena noticia es que tarde o temprano Peña tendrá que abandonar
Los Pinos. Por el bien del país, hagamos votos para que se suspenda su
mandato antes de los seis años previstos. México difícilmente aguantará
cuatro años más del mismo naufragio. Mientras, urge consolidar las
redes de solidaridad, organización y acción conjunta necesarias para
asegurar que los próximos relevos federales no nos lleven a algo peor,
sino que sirvan para finalmente transformar radicalmente la política
nacional.
Twitter: @JohnMAckerman
No hay comentarios.:
Publicar un comentario