Miguel Lorente
Donald
Trump no es una excepción ni tampoco un hombre raro, tan sólo es un
hombre normal que hace y dice lo que muchos hombres normales dicen y
hacen en el contexto donde cada uno de ellos se relaciona.
Los comentarios sexistas de Trump
y su manera de presentarse ante el resto de amigos como un "hombre
capaz", es la forma habitual en que muchos hombres hablan de las mujeres
que están cerca de ellos y a las que consideran en una posición
inferior por ser mujeres y por estar situadas en una estructura de
relación jerárquica donde ellos mandan: lo hacen empresarios con
empleadas, directivos con secretarias, profesores con alumnas, chavales
de fiesta con chavalas en las fiestas... Cuando las circunstancias
permiten a los hombres interpretar que se encuentran en una posición de
superioridad por ser hombres, por el cargo, o porque el espacio les
pertenece, aunque en realidad no sea así, la idea de las mujeres como
objetos que pueden usar se potencia de manera exponencial a la
interacción de esos tres elementos (hombre, jerarquía, espacio), tanto
más cuanto mayor sea ese factor objetivo de poder.
Y cuando esa
superioridad se construye sobre el dinero y la política, la sensación de
poder para hacer lo que uno quiera que refleja Donald Trump en sus palabras de vestuario de hombres
es absoluta; porque dinero y poder político son dos elementos objetivos
de poder en nuestra sociedad en cualquier circunstancia, no sólo para
determinados contextos.
Por eso, lo de Donald Trump no es una
excepción, todo lo contrario, es parte de la normalidad que cada hombre
une a su espacio de relación de manera diferente en razón de sus
circunstancias y posibilidades. Es cierto que lo hacen con hechos
distintos en cada ocasión, pero el significado en todos esos espacios es
el mismo. Cuando Trump dice que si eres "rico y famoso" puedes hacer lo
que quieras con una mujer, lo que está diciendo no es que puedes hacer
lo que quieras con cualquier mujer, sino que siempre encontrarás una
mujer para hacer con ella lo que quieras. Es lo mismo que ocurre con el
profesor y las alumnas, con el empresario y las empleadas o el directivo
con las secretarias; no será con cualquier alumna, empleada o
secretaria, pero parten de la base de que siempre habrá alguna mujer en
esos espacios de relación con la que hacer lo que ellos quieran en
virtud de su posición como hombres jerárquicamente superiores. Por eso,
el machismo ha creado una cultura que permite establecer una estructura
de desigualdad y complicidad desde la que poder desarrollar conductas de
acoso y abuso generalizadas sobre las mujeres, hasta alcanzar objetivos
particulares en una determinada mujer del grupo acosado. Y de ahí, las
trampas para que la cosificación de las mujeres continúe, incluso
jugando para que sean ellas mismas las que decidan hacerlo, como antes
lo ha hecho para aceptar la violencia y la discriminación como algo
normal.
Está en marcha nada menos que una lucha por los derechos civiles, encabezada por los jóvenes y su inagotable energía.
Si
no existiera esa normalidad cómplice basada en lo que la cultura
machista ha interpretado como parte de la habitualidad, no sería posible
que las palabras de Trump resultaran creíbles ni que el acoso formara
parte de la realidad como parte de esas estructuras masculinas de
relación en el trabajo. Del mismo modo que tampoco sería posible que en
mitad de las calles de una sociedad machista las mujeres aún tengan que
soportar el hostigamiento de los piropos y el abuso de los rozamientos y
tocamientos en los autobuses, el metro, las colas y en cualquier lugar
donde la aglomeración de gente permita a los hombres camuflar su
intención. El diseño resulta tan eficaz que, cuando se denuncian estas
conductas, se vuelven contra las mujeres que las sufren por exageradas,
por provocadoras o por mentirosas.
Por eso el poder da poder,
porque cuanto más poder se tiene, y Trump tiene mucho poder - como el
profesor en la universidad, el empresario en su empresa, el directivo en
el consejo-, más difícil resulta creer que el abuso se ha producido, no
por la integridad del hombre con poder, sino por la cosificación de las
mujeres que la propia cultura crea junto a los estereotipos apuntados
alrededor de la maldad, la provocación, la manipulación... El
razonamiento que se hace cuando se conocen casos de abuso en estas
circunstancias cuestiona su realidad, y sitúa la culpa en las mujeres
mediante el encumbramiento del hombre. El argumento viene a ser algo así
como que "la mujer, la alumna, la trabajadora, la secretaria..." lo ha
denunciado falsamente (algo propio de la perversidad de las mujeres),
porque un hombre con ese poder (Trump, el profesor, el empresario, el
directivo...) puede tener a cualquier mujer sin necesidad de acosar a
ninguna.
El diseño es perfecto porque está preparado para que el
acoso, el abuso y la violencia se produzcan en contextos de relación
donde los hombres, por ser hombres, cuentan con esa superioridad
cultural de entrada, a la cual se unen las estructurales del contexto y
las sociales del reconocimiento que la misma cultura propicia.
Si
toda esa construcción no formara parte de esa estructura machista que da
reconocimiento y prestigio como hombres a aquellos que llevan a cabo
estas conductas, no habría necesidad de contarlo en un vestuario de
hombres, en un café con hombres, o antes de empezar una reunión de
hombres; ni de hacer vídeos y difundirlos para que otros hombres los
vean. Todo forma parte de la ruta masculina de reconocimiento y
confirmación que demuestra lo que algunos hombres son capaces para que
otros sigan el camino trazado por ellos.
En el fondo, ese tipo de
conductas no son muy diferentes a lo que cada día sucede a través del
Whatsapp por medio de mensajes referentes al sexo y a las mujeres que
comparten muchos grupos de hombres. Es cierto que en esos envíos y en
las imágenes que muestran no son ellos los protagonistas, pero sí lo son
del relato que cuentan a partir de ellas.
Trump no es una
excepción, quizás sería bueno recordar lo que dijo otro hombre "rico y
famoso de la política" que se comportó de manera similar. Me refiero a
Silvio Berlusconi cuando descubrieron las fiestas que montaba en su finca de Villa Certosa
con otros hombres ricos y famosos de la política. Berlusconi fue muy
elocuente al decir: "En el fondo, los italianos quieren ser como yo". Lo
triste es que tenía razón.
Pero también somos muchos los hombres
que no pretendemos ser como ellos y que creemos que la Igualdad nos hace
mejor como hombres y, sobre todo, hace mejor a una sociedad donde la
convivencia se base en el respeto, la paz y la Igualdad. Conseguirlo
exige decir no al machismo y decir sí a la Igualdad y al feminismo.
Este post fue publicado originalmente en el blog del autor
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