Texto original, en inglés, de Cecilia Winterfox, reimpreso en Feminist Current.
Como
feminista ruidosa con varios amigos varones inteligentes, me encuentro,
a menudo, con indignación cuando decido no entablar conversación con
ellos sobre feminismo. Si realmente me importara cambiar
nuestra cultura de discriminación y desigualdad, ¿no debería, entonces,
intentar educar a los hombres? ¿No es esa la tarea de una activista? ¿No
deberían las feministas estar agradecidas cuando los hombres nos
plantean preguntas, ya que eso muestra que por lo menos están intentando comprender?
Es
a la vez agotador y causa de distracción que se espere de una debatir
cuestiones básicas con hombres que no se han tomado antes la molestia de
pensar sobre su privilegio. Hombres que no tienen el derecho a esperar
que las feministas les eduquen. El cambio real sólo ocurrirá cuando los
hombres acepten que la responsabilidad de la educación recae sobre ellos
y no sobre las mujeres.
Créditos: Tatsuya Ishida
“Hola, ¿emergencias? Me gustaría denunciar un caso de misandria. Sí, esta chica apareció de repente y ha ignorado completamente mis sentimientos de hombre”
Recientemente
rechacé de forma amable debatir con uno de estos amigos varones
confundidos, quien siguió enviándome algunos consejos bienintencionados
sobre cómo ser una feminista más efectiva. Sin antes haber pensado mucho
sobre feminismo, dijo, simplemente no le parecía que mis posts en las
redes sociales fueran apelativos. Demasiado gritones y académicos. Lo que necesitaba yo era explicar las cosas de una forma que hiciera un llamamiento a los hombres.
Considerándose
a sí mismo como el tipo de tío que “podría ser parte de la solución”,
me envió amablemente el enlace de una charla Ted de doce minutos que
contenía, en sus palabras, un “test básico de sí/no” sobre misoginia,
además de una propuesta de pasos a seguir para solucionar el problema.
En un gesto de arrogancia impresionante, me sugirió que la próxima vez
que me pidieran que educara a un hombre que estuviera genuinamente
intentando aprender sobre feminismo, le reenviara este jugoso y conciso
recurso que acababa de conseguirme.
Es increíble que al 50
por ciento de la población se les pida tan a menudo que hagan una
charla promocional para liberarse de las desventajas estructurales y la
violencia sistémica.
He aquí el problema con que se
espere de ti que cojas la mano de cada hombre mientras él se pelea con
la posibilidad de que, a pesar de la auto-percepción de su buena
naturaleza y sinceras intenciones, es un beneficiario de la opresión
estructural de las mujeres. En realidad, te hace daño. El patriarcado
daña a las mujeres a diario. Pero aunque pueda ser traumático hablar,
por ejemplo, sobre la cultura de la violación, vivimos bajo la esperanza
de que si enseñamos a los hombres cómo se nos daña, ellos empezarán a
entender y se volverán nuestros aliados. Cuando los hombres aparentan
estar interesados en el discurso feminista, ello tira de este anhelo.
Mientras los hombres pueden jugar al abogado del diablo y barajar
situaciones hipotéticas completamente desconectadas de su realidad y
luego, al final, elegir salir, para las mujeres estas discusiones
suponen revelación y vulnerabilidad. Son el compartir de nuestra
experiencia vivida real.
El argumento más común es: Si Tú No Me Educas Cómo Puedo Aprender.
Normalmente funciona así. El auto-denominado Tío Guay interrumpe la
discusión solicitando seriamente a las feministas que entren en un
debate con sus opiniones personales. Habiendo hecho el esfuerzo de
aparcar su enojada incomodidad con que las feministas sean amargadas,
resentidas y combativas (aunque no sin antes llamar la atención para
tal sacrificio), el Tío Guay se queda perplejo con que sus teorías no
sean inmediatamente discutidas de forma razonable y no enfadada. A pesar
de los cientos de recursos sobre el tema de que podría, al igual que el
resto de nosotras, echar mano y leer, el Tío Guay espera que las
mujeres paren lo que están haciendo para, en lugar de ello, compartir
sus experiencias de opresión y contestar a sus preguntas. Irónicamente,
el Tío Guay no es consciente de que al demandar de las mujeres que
desvíen sus energías para satisfacer de forma inmediata sus caprichos,
está reforzando las dinámicas de poder que supuestamente busca
comprender.
No hace falta decir que no hay nada de errado con
tener preguntas básicas sobre feminismo. Desmontar algo tan complejo e
insidioso como el patriarcado, en particular cuando exige examinar tu
propio privilegio, no es fácil. Se vuelve, sin embargo, problemático
cuando estás tan seguro que tus preguntas son SÚPER IMPORTANTES que
buscas apropiarte de las discusiones feministas para que las escuchen.
Usando la analogía de otra mujer:
“Es como si entraras en un seminario de posgrado de matemáticas, gritando: ‘Ey, ¿cómo podéis siquiera usar números imaginarios si a fin de cuentas no son reales?’ Cuando alguien, más bien furiosamente, te señala un manual de primero en un rincón, tú hojeas sin ganas el primer par de páginas durante unos segundos y dices: ‘No estoy de acuerdo con algunas de estas definiciones y, en cualquier caso, no has contestado a mi pregunta. ¡¡¿Nadie quiere discutir conmigo?!!”
Esta incredulidad es normalmente juzgada con grave
reprensión por ser sarcástica, irrazonable, ilógica, desagradecida y
amargada. Ahora bien, como mujer criada bajo el patriarcado, estoy
socializada para responder positivamente a las alabanzas y aprobación de
los hombres. Habiendo sufrido las consecuencias de la desaprobación por
parte de ellos, el conflicto me resulta contraintuitivo. Es tentador
sucumbir al deseo de ser reconocida como “buena” feminista que se toma
su tiempo para explicar las cosas de forma amable, divertida y pícara.
Pero, aquí está la sorpresa: el feminismo amable no sólo no funciona,
sino que es, en realidad, contraproducente.
Gastar
tiempo y energía educando a los hombres a lo largo de su camino de
auto-descubrimiento no es sólo increíblemente aburrido, sino que, en
realidad, sirve para reforzar las dinámicas de poder existentes y nos
aleja de colectivizar como mujeres y de promulgar el cambio real.
Mi
consejo a los hombres que genuinamente quieren aprender sobre feminismo
es el siguiente: leed y escuchad las voces de las mujeres cuando ellas
os explican cómo se siente en la piel la misoginia y como ésta funciona.
Nunca pidas a las mujeres que te busquen recursos. En serio, sácate el
carnet de la biblioteca. O internet. No interrumpas para discordar o
descarrilar la discusión usando ejemplos particulares de mujeres en
situaciones de poder o casos de lo que entiendes como “sexismo
invertido” (aquí va una información útil: la “misandria” no es real).
Parafraseando a Audre Lorde:
“Cuando se espera que las personas de color eduquen a las personas blancas sobre su humanidad, cuando se espera que las mujeres eduquen a los hombres, a las lesbianas y a los gays se espera que eduquen al mundo heterosexual, la opresión mantiene su posición y evade la responsabilidad por sus acciones.”
Si perteneces a un grupo que tiene ventajas
estructurales respecto de salarios, seguridad, salud y educación –
cuando básicamente ganaste la lotería de la vida simplemente por
aparecer – es tu responsabilidad educarte a ti mismo. Y, en serio, no
digas a las mujeres que sean amables. Estamos enfadadas. Tenemos todas
las razones para estarlo. Francamente, tú deberías estarlo también.
Traducción al castellano: Alianzas Anti-Agresiones Patriarcales
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