Por José Gil Olmos
Enrique Peña Nieto se ha ido debilitando cada día más hasta
alcanzar los índices más bajos de popularidad que ha tenido un
presidente en las últimas décadas.
A dos años del fin de mandato, la caída de la popularidad de
Peña es muy similar a la de los globos inflados con gas helio, que una
vez que pasa el efecto de volatilidad va cayendo poco a poco hasta
convertirse en material plástico sin forma.
El problema de todo esto es que el descenso del gobierno
peñista se da precisamente con el arribo de Donald Trump, quien durante
su campaña amenazó con deportar a 11 millones de mexicanos que trabajan
en Estados Unidos, dar por terminado el Tratado de Libre Comercio y
construir un muro en la línea fronteriza para impedir el paso de otros
tantos millones de mexicanos y centroamericanos que van en busca de
mejores condiciones de vida.
Peña Nieto ya dio muestras de sumisión ante Trump, con un
discurso débil donde no hace una defensa de la soberanía sino que la
pone en la mesa de negociación para tener una relación “respetuosa” con
el próximo presidente del país vecino.
Trump es el típico estadunidense blanco, anglosajón y
protestante (WASP por sus siglas en inglés) que piensa en su pueblo como
si fuera el elegido de los dioses. Es un fascista con aire nacionalista
y vinculado con las grandes empresas trasnacionales que consideran a
México y sus habitantes como el peor mal del mundo.
Frente a este peligro Peña Nieto no tiene la fuerza de
gobernante ni la simpatía de los gobernados para dar una respuesta del
tamaño del reto que representa un gobierno amenazador como el del
magnate, que plantea cerrar sus fronteras y transformar a Estados Unidos
en un imperio.
La fragilidad y vulnerabilidad de Peña Nieto se transforma
en un riesgo para el país porque no existe la fortaleza necesaria para
defender los intereses económicos y financieros de México ante la
política proteccionista y racista de Donald Trump. Tampoco para hacer
propuestas comerciales distintas que diversifiquen la relación con otros
países y no sólo con Estados Unidos.
En vísperas de que se cumplan cuatro años de la
administración de Peña Nieto, el próximo 1 de diciembre, la debilidad de
su figura, la escasa popularidad que tiene, los cuestionamientos a la
corrupción de las propiedades de su esposa y de los gobernadores de su
partido, aunado a la crisis de derechos humanos que sufre el país,
expresan los altos riesgos a la gobernabilidad en algunas zonas del
territorio nacional.
Pero, sobre todo, expresan el peligroso debilitamiento de un
presidente que llegó inflado por Televisa y que el gas no le alcanzó ni
siquiera para la mitad de su gobierno.
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