Ana María Aragonés
Más que discutir si
las amenazas de Donald Trump se harán realidad o se moderarán una vez
tome posesión de la presidencia, lo que requiere atención es el hecho
consumado de la elección de un personaje cuyas propuestas
impresentables, racistas, xenófobas, posiciones incendiarias y
absolutamente desinformadas generan profunda preocupación por sus
consecuencias imprevisibles. Escenario sobre el que se deben plantear
estrategias para fortalecerse y enfrentarlo. Para México, la
propuesta/amenaza de deportar a migrantes mexicanos, en un número que ha
variado de 11 millones (propuesta de campaña) a 3 millones (después de
la elección), así como la posible renegociación o cancelación del TLCAN,
son asuntos de primera importancia.
Pero la forma en que el
gobierno está abordando estas nuevas posibilidades pone al descubierto
su incapacidad para dar respuestas consistentes. Por ejemplo, queriendo
defender el TLCAN, lo que se confirma es que el que ha salido realmente
beneficiado es Estados Unidos, no nuestro país. Se señala que “las
exportaciones de México a Estados Unidos tienen 40 por ciento de insumos
producidos allá, es decir, 40 centavos de cada dólar que exportamos
tiene contenido estadunidense… Más de 6 millones de empleos en Estados
Unidos dependen directamente de la relación comercial con México” (Peña
Nieto, La Jornada); “Estados Unidos tiene en el TLCAN el mejor
trato entre todos los tratados de libre comercio que México haya
negociado; México prevé total apertura en el sector agrícola… eso no lo
tiene en ningún otro país… con Estados Unidos tiene los aranceles cero,
ningún producto agrícola tiene arancel” (Beatriz Leycegui, subsecretaria
de Comercio Exterior en el gobierno de Felipe Calderón), o
se acudirá con organismos del gobierno de Estados Unidos, especialmente a los 16 estados cuyo PIB se constituye en más de 40 por ciento en exportaciones hacia México(José María Zas, en reunión con el secretario Meade). Sin embargo, el gobierno simplemente se niega a reconocer que para México representó un freno a su desarrollo.
Con
el TLCAN, México no logró dejar de exportar personas, como habían
pronosticado los funcionarios de la administración de Carlos Salinas de
Gortari, pues se subordinó a las necesidades e intereses del país
vecino, a sus corporaciones internacionales y a sus élites financieras,
que generaron un importante crecimiento económico en Estados Unidos y
cuya bonanza demandó ingentes cantidades de trabajadores. Esto explica
la masiva migración de connacionales, cuyos trabajos permitieron
satisfacer esas necesidades; los mismos, por cierto, a los que ahora se
quiere deportar.
El gobierno propone el
plan de 11 acciones ante la posible deportación masiva de migrantes, con
el objetivo de instruir a los consulados para otorgar todo tipo de
información, apoyo legal y protección; se aumentará el número de citas
para acceder a documentación, como matricula consular, pasaportes y
actas de nacimiento, y se abrirá un número de teléfono sin costo que
funcionará las 24 horas del día. La verdad, nada distinto a las
funciones que debe desempeñar con regularidad cualquier consulado, pero
que no representan una respuesta contundente ante la posible llegada de
millones de personas. No se ha planteado política alguna de absorción
laboral que permita incorporarlos de la mejor manera posible y así
lograr su rápida integración. El Instituto Nacional de Estadística y
Geografía (Inegi) señala que entre julio y septiembre de 2016 el número
de personas ocupadas en el país aumentó en un millón 308 mil respecto a
igual periodo de 2015, para llegar a 52 millones 43 mil personas, pero
también se incrementó la cifra de quienes trabajan en la informalidad,
que en conjunto sumaron 29.9 millones y representan 57.4 por ciento de
la población ocupada.
Y, por cierto, ¿por qué hasta ahora se
preocuparon por las deportaciones de los migrantes mexicanos, si Barack
Obama hizo lo propio en su administración?
Donald Trump es un
hombre del sistema que se ha aprovechado de él para alcanzar los
privilegios de los que ahora goza, disfrutado de los vacíos de la ley,
pero sobre todo de la explotación de los trabajadores. Sus diatribas
contra los migrantes son una estrategia más que pretende dividir a los
trabajadores, y de esta forma desviar la atención del verdadero enemigo
que ha afectado tanto a los empleados mexicanos como estadunidenses. La
ultraderecha siempre se aprovecha del sistema profundizando sus
perversiones, aunque afirme lo contrario, y Donald Trump es la
ultraderecha.
A pesar de estas evidencias, el gobierno ni
remotamente se plantea la urgencia de buscar alternativas que permitan
revertir las condiciones de pobreza, desigualdad, inseguridad y
corrupción galopante; por el contrario, se aferra a un modelo que no ha
cumplido con las expectativas. Se requiere un enorme movimiento social,
en el que la sociedad movilizada discuta y proponga un nuevo proyecto
nacional incluyente, de recuperación de la soberanía nacional y del
bienestar para todos. Es un momento histórico de definiciones que la
sociedad mexicana debe aprovechar sin dilaciones.
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