7/23/2017

Foro de la Cineteca; El discípulo



Carlos Bonfil
Foto
Fotograma de la película del realizador ruso Kirill Serebrennikov
La deriva totalitaria. Un vuelco radical para las certidumbres de la corrección política ha significado constatar que una buena parte de la juventud occidental ha dejado de identificarse con los viejos ideales libertarios y las buenas tradiciones laicas, para abrazar de lleno el conservadurismo moral y los fundamentalismos religiosos. La emergencia de grupos juveniles de extrema derecha en Europa y la popularidad actual de bandas de rock neo-nazis en poblados de la antigua República Democrática Alemana, es sólo una de las múltiples manifestaciones del fenómeno.
En El discípulo, largometraje más reciente del ruso Kirill Serebrennikov (Traición, 2012), se describe la espiral de fanatismo cristiano en que se ve atrapado el alumno adolescente Veniamin (Petr Skvortsov) cuando emprende, a título personal, una violenta cruzada moralizadora en su escuela.
Ante la supuesta decadencia de los valores religiosos y morales en sus condiscípulos y maestros, él se arroga el papel de ángel exterminador decidido a restablecer el orden divino en la Tierra: propone (y consigue) la prohibición de trajes de baño indecentes en las piscinas, censura y ataca las enseñanzas científicas de su profesora Elena (estupenda Victoria Isakova), quien promueve el uso profiláctico del condón y explica la teoría evolucionista darwiniana, arremete contra las ideas liberales de su madre divorciada, quien, confusa y atribulada por el fanatismo de su hijo, lamenta que éste no se dedique mejor a coleccionar estampillas o a masturbarse todo el tiempo.
El joven Veniamin opone, de modo exaltado, a toda educación liberal la verdad revelada de los evangelios, cuyos fragmentos aparecen continuamente sobreimpresos en la pantalla a medida que los cita el aprendiz fanático para justificar lo mismo su homofobia elemental y, de modo más confuso aún, su convicción antisemita. Fanatismo rima aquí con patetismo.
La cinta de Serebrennikov posee el ritmo vertiginoso que acompaña a los exabruptos verbales de su protagonista imberbe. Es, de principio a fin, un relato sobrecogedor y fascinante. Las confrontaciones morales e ideológicas (en rigor, viscerales) entre el hijo y la madre, el alumno y su maestra, y la directora del plantel y la docente rebelde, suben de tono con una violencia inusitada. Todo siempre con el resto de los alumnos como testigos atónitos, y la foto oficial de Vladimir Putin en un muro como una presencia ominosa. Cabe recordar que hace apenas tres años, el mandatario ruso decretó la libertad de la enseñanza religiosa en las escuelas públicas, terminando así con décadas de laicismo.
A través de esta dura parábola del discípulo extraviado en el dogma cristiano, el realizador procede a un cuestionamiento implacable de la deriva totalitaria en Rusia, algo que ya había mostrado, en un tono narrativo más sosegado, aunque igualmente mordaz, su compatriota Andrei Zvyagintsev en su espléndida Leviatán (2014).
El cine ruso cuestionador, en su mejor momento.
Se exhibe en la sala 2 de la Cineteca Nacional a las 12:30 y 17:30 horas.
Twitter: @

No hay comentarios.:

Publicar un comentario