En la lógica regresiva –y represiva–
del actual régimen federal, una ley repudiada por organizaciones de
derechos humanos mexicanas y extranjeras, y cuestionada por organismos
internacionales, como la ONU y la OEA, acabó siendo aprobada por los
diputados del PRI y del PVEM, 14 del PAN e incluso algunos del PRD y uno
de Encuentro Social. Esta ley temeraria da amplias prerrogativas a los
militares, como la de decidir por sí mismos cuándo y dónde intervenir en
casos de “urgencia” para restaurar el orden interno. Libres, pues,
seguirán en las calles del país con licencia para usar o interpretar a
su modo el nuevo precepto legal.
(Proceso).- Los militares mexicanos están por
conseguir lo que por tantos años buscaron: la protección legal a cambio
de participar en el combate a la delincuencia. Y, de paso, consolidarse
como un estamento que crece en presencia e influencia en el país, sin
que informe de lo que hace y mucho menos rinda cuentas a nadie que no
sea el presidente de la República en su condición de comandante en jefe
de las Fuerzas Armadas.
Gracias al apoyo de los partidos Revolucionario Institucional y del
Verde, de una fracción de diputados de Acción Nacional y el respaldo de
algunos legisladores del PRD y uno del Partido Encuentro Social, el
Ejército y la Marina tendrán un mayor peso en la de por sí ya
militarizada seguridad del país.
El jueves 30 de noviembre, en una sola jornada en la Cámara de
Diputados y con la mayoría priista echada a andar, se aprobó primero el
dictamen en la Comisión de Gobernación, en una sesión cerrada, y horas
después se votó en el pleno la Ley de Seguridad Interior que tanto
exigieron los militares desde el sexenio pasado para legitimar su
presencia en las calles.
La ley da amplias prerrogativas a los militares, como la de decidir
por sí mismos cuándo y dónde intervenir en casos de urgencia para
restaurar el orden interno. Además, los faculta para recolectar
información de inteligencia de seguridad interior y obliga a las
autoridades civiles a darles la información que pidan.
Todos los datos que obtengan serán considerados de seguridad
nacional, por lo que podrán reservarse hasta 20 años. Además, el
Congreso se ató las manos porque se conformó con ser notificado de una
Declaratoria de Protección a la Seguridad Interior y con que los
militares y la autoridad federal en tal caso le entreguen un informe a
la Comisión Bicamaral de Seguridad Nacional.
La justificación
La Ley de Seguridad Interior se aprobó en nombre de la crisis de
seguridad que padece el país desde hace más de una década. Pero la
paradoja es que el Congreso y el gobierno de Peña Nieto dejaron
pendientes las reformas que tienen que ver con el desarrollo policial.
Es más, de acuerdo con Jorge Ramos Hernández, presidente de la Comisión
de Seguridad Pública de la propia Cámara, en la segunda mitad del
gobierno peñanietista se redujo en 8 mil millones de pesos el
presupuesto para la seguridad pública.
Fuera de la propuesta de Mando Único Policial, para la que se
necesitan tres cuartas partes del Congreso por tratarse de reformas a la
Constitución, no hay ahora en éste ninguna otra iniciativa
gubernamental para fortalecer a las policías del país. El Mando Único,
como la ley ahora aprobada, fueron retomadas por el gobierno de Peña
Nieto luego de que su antecesor, Felipe Calderón, no lograra sacarlas.
La crisis policial ha sido el argumento para justificar la
participación de los militares en tareas de seguridad pública, aunque a
partir de que la Ley de Seguridad Interior entre en vigor, la presencia
de los militares será considerada como una necesidad de seguridad
interior.
Es más, de acuerdo con la Ley, los operativos y acciones que
emprendan los militares “en ningún caso… se considerarán o tendrán la
condición de seguridad pública”, sino de seguridad interior. A decir de
sus promotores, los militares ya no sólo verán por la seguridad e
integridad de las personas, sino por la permanencia de las instituciones
y la gobernabilidad democrática en todo el territorio, por lo que
varias de sus disposiciones quedaron sujetas a la Ley de Seguridad
Nacional.
El propósito de la ley es establecer el procedimiento para emitir una
Declaratoria de Protección a la Seguridad Interior cuando sea necesario
“prestar auxilio y protección” a los estados y municipios frente a
riesgos y amenazas a la seguridad nacional, siempre y cuando se trate de
causas internas. Es el caso de los desastres naturales, epidemias o de
afectaciones a las instituciones que causen daños graves a la población.
Cuando se trate de “perturbación grave de la paz pública” o en casos
en que la sociedad esté “en grave peligro o conflicto” y se requiera la
suspensión de derechos, se aplicará el artículo 29 de la Constitución,
el mismo que el Congreso no ha regulado a pesar de las iniciativas
presentadas desde hace años.
Las protestas sociales, según la ley, no serán consideradas como
amenaza a la seguridad interior, y asegura que los encargados de
operarla lo harán “respetando los derechos humanos.”
Sin embargo, da a las autoridades federales, incluidas las Fuerzas
Armadas (Ejército, Fuerza Aérea y Marina), la facultad para que
emprendan acciones “necesarias, pertinentes y eficaces para identificar,
prevenir y atender riesgos” en determinadas zonas o áreas geográficas,
vías generales de comunicación e instalaciones estratégicas. Esas
acciones serán “de carácter permanente y no requieren de la emisión de
una Declaratoria”.
En el procedimiento dice que el presidente de la República podrá
ordenar, por sí o a petición de las legislaturas de los estados o del
gobernador en caso de receso legislativo, la intervención de la
Federación en un territorio determinado una vez que haya emitido la
declaratoria.
Para ello deberá intervenir también el Consejo de Seguridad Nacional,
integrado por miembros del gabinete presidencial, incluidos los jefes
del Ejército y la Marina. En las 72 horas siguientes, el Consejo deberá
hacer la declaratoria, la cual será sólo notificada a la Cámara de
Diputados y a la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH).
La declaratoria deberá indicar cuál será la autoridad federal
responsable y las que participan, incluidas las fuerzas federales
(Policía Federal) o las Fuerzas Armadas, las amenazas, el área
geográfica a atender, las obligaciones de los gobiernos locales, las
acciones y la temporalidad. La intervención federal no podrá durar más
de un año, aunque el presidente podrá modificar o prorrogar la vigencia
si se mantiene la amenaza.
Sin embargo, la ley pone una excepción: que tanto las autoridades
federales como las Fuerzas Armadas podrán poner en marcha “políticas,
programas y acciones para identificar, prevenir y atender oportunamente”
los riesgos a la seguridad interior.
Señala que en los casos en que las amenazas pongan en riesgo grave la
integridad de las personas o el funcionamiento de las instituciones, el
presidente de la República, bajo su estricta responsabilidad, “podrá
ordenar acciones inmediatas a las dependencias y entidades de la
Administración Pública Federal, incluidas las Fuerzas Federales y las
Fuerzas Armadas”.
Cuando las Fuerzas Federales “resulten insuficientes”, entonces
intervendrán las Fuerzas Armadas. En ese caso, el presidente, a
propuesta de los secretarios de la Defensa Nacional y Marina, designará a
un comandante de las Fuerzas Armadas participantes, quien será el
encargado de los grupos interinstitucionales que se integren. Ese jefe
militar coordinará a las autoridades civiles y militares y fijará las
responsabilidades de quienes participen.
En lo que llama “control” de esas acciones indica que la autoridad
coordinadora informará al presidente a través del secretario de
Gobernación. Además, éste “remitirá un informe” a la Comisión Bicamaral.
En un artículo transitorio que le da retroactividad a la ley, señala
que las acciones que al momento de la entrada en vigor de la ley estén
realizando las autoridades federales, “incluyendo las Fuerzas Armadas”, y
que requieran declaratoria de protección, tendrán 90 días para cumplir
con el procedimiento.
La ley no es exclusiva para para las Fuerzas Armadas. También
involucra a las Fuerzas Federales y a los gobiernos federal, estatales y
municipales. En el caso de los gobiernos locales, los obliga a
colaborar para enfrentar la amenaza y entregar la información que les
pida la autoridad federal.
Los derechos humanos, en riesgo
Desde el sexenio pasado, los comandantes de las Fuerzas Armadas han
demandado una legislación bajo la cual encuadrar sus operaciones contra
la delincuencia, que han ido de la mano de violaciones a los derechos
humanos. La Cámara de Diputados respondió a esa exigencia y aprobó la
Ley de Seguridad Interior al gusto de los militares y con el aval del
gobierno de Enrique Peña Nieto, su partido y diputados de otros
partidos, incluidos dos del Partido de la Revolución Democrática.
La Cámara procesó las iniciativas de ley presentadas en noviembre del
año pasado por el coordinador de los diputados del PRI, César Camacho, y
la diputada Martha Sofía Tamayo, y en febrero de este año por la
diputada Sofía González Torres, del Verde.
En la sesión de la Comisión de Gobernación con la que comenzó la
aprobación de la ley estuvieron dos diputados: los militares en retiro
Daniel Méndez Bazán y Carlos Federico Quinto Guillén, ambos del PRI.
El primero fue subsecretario de la Defensa Nacional, y el segundo,
subsecretario de Marina. El general en retiro es el presidente de la
Comisión de Defensa Nacional y el almirante retirado es secretario de la
Comisión de Marina e integrante de la Comisión de la Defensa.
Aprobada la ley en la Cámara de Diputados, lo que sigue es su
aprobación en el Senado, donde se espera que pase con la mayoría de
votos priistas y el apoyo de senadores panistas. Superado ese trámite,
Peña Nieto estaría en condiciones de promulgar la ley incluso antes de
que termine este año.
En el Legislativo, la minoría busca impugnar la ley ante la Suprema
Corte de Justicia de la Nación, para lo cual se necesitará una tercera
parte de los legisladores. El presidente de la CNDH, Luis Raúl González
Pérez, adelantó que el organismo revisará la constitucionalidad de
varios artículos de la ley.
La Ley de Seguridad Interior fue aprobada en nombre de la crisis de
seguridad que padece el país desde hace más de una década, cuando el
entonces presidente Felipe Calderón le declaró la guerra al
narcotráfico. Con el apoyo del PRI, de 14 diputados del PAN, dos del PRD
y dos del Partido Encuentro Social, Peña sacó en el Congreso lo que
Calderón no pudo, a pesar de la oposición de un gran sector de la
sociedad civil.
Los legisladores escucharon a representantes de organizaciones no
gubernamentales, pero no les hicieron caso. Tampoco a las reservas de
organismos internacionales, como Naciones Unidas y la Organización de
Estados Americanos, que han pedido retirar a los miliares de las tareas
de seguridad pública.
Waldo Fernández, uno de los diputados del PRD que votó a favor de la
ley, dice a Proceso que su apoyo se debió a que la presencia de los
militares en Nuevo León redujo los niveles y la percepción de la
violencia en el estado que representa. Explicó que, de facto, los
militares coordinaron a las autoridades locales, a la sociedad civil y a
los empresarios, “que invirtieron 20 millones de dólares para la
seguridad en Nuevo León”.
El legislador considera que eso es mejor que nada, porque después de
11 años de intervención de los militares en labores de seguridad pública
“la ley les da certeza a los ciudadanos y a las Fuerzas Armadas”.
Añade: “No teníamos nada. El Ejecutivo federal era discrecional con el
uso del Ejército y la Marina, y los Ejecutivos locales sólo se ponían de
acuerdo con el presidente en turno para enviar militares a su estado.
Si era de su propio partido le mandaba más fuerza que a uno de
oposición. Estamos creando mayor rigidez para que esa discreción no siga
en el Ejecutivo federal”.
Integrante de la Comisión Bicamaral de Seguridad Nacional, Fernández
menciona que cuando Francisco Javier Cabeza de Vaca asumió el cargo de
gobernador de Tamaulipas, pidió que las Fuerzas Armadas dejaran de hacer
labores de seguridad en el estado, pero después tuvo que pedir que
regresaran ante el riesgo en el que habían quedado los habitantes.
Le atribuye un valor político a la legislación: “Quiero ver al
gobernante que solicite la ayuda, porque estará demostrando su
ineficiencia. Y si el Congreso local o el Ejecutivo federal le manda una
intervención en seguridad interior, la ineptitud será más evidente”.
Para el diputado, la ley va a generar un sistema de consecuencias, no
sólo para los gobernantes, sino para los propios militares, pues si en
una acción muere un inocente, se identificará a todos los que
participaron y ordenaron la intervención.
Ante las impugnaciones a la ley, dice que el mejor escenario era que
junto a la Ley de Seguridad Interior se aprobaran también la reforma al
artículo 123 para darle certeza laboral a los policías, legislar el
Mando Único Policial y regular el artículo 29 de la Constitución
respecto a los estados de excepción.
Jorge Ramos Hernández, diputado de Baja California por el PAN y
presidente de la Comisión de Seguridad Pública en la Cámara de
Diputados, se abstuvo en la votación por considerar que con esa ley se
eludió el tema de fondo: el de la seguridad pública.
“El gran ausente en las reformas de seguridad es justamente la
seguridad pública. Es una legislación aislada. Ahora va a haber un marco
que genere mayores obligaciones para las Fuerzas Armadas, cuando
queremos lo contrario.”
Presidente municipal de Tijuana de 2007 a 2010, en medio de la
disputa entre el cártel de los hermanos Arellano Félix y el de Sinaloa,
Hernández asegura que la Ley de Seguridad Interior atendió más la
exigencia de una dependencia importante y no la de todos de los
mexicanos de transformar las instituciones de seguridad y procuración de
justicia.
Señala que en el momento en que la seguridad está en su peor momento
en la historia reciente, ni en la Cámara de Diputados ni en el Senado
hay alguna ley que toque el tema de la seguridad.
“A pesar de que la ley que se aprobó, tiene 80% de contenido nuestro;
preferí abstenerme porque no quiero que, al paso de cinco o seis años,
sin reforma policial, se frustre el país porque ni los militares
pudieron. Me abstuve a pesar de la total simpatía con ellos, porque como
alcalde no hubiera podido limpiar Tijuana.”
E ironiza: “La reforma a la seguridad quedó sepultada. Es un muerto más para la estadística de la inseguridad”.
Este reportaje se publicó el 3 de diciembre de 2017 en la edición 2144 de la revista Proceso.
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