12/09/2017

La Muestra : Poesía sin fin


La Muestra
Carlos Bonfil

El tiempo de la serenidad. A los 87 años, Alejandro Jodorowsky parece haber arrumbado en un desván una parte de la provocación esperpéntica de sus primeras obras iconoclastas (Fando y Lis, 1968; El topo, 1970, o La montaña sagrada, 1973) ese vuelco de la contracultura en un misticismo verboso. Aunque en Poesía sin fin (2016), su cinta más reciente, multiplica aún las ocurrencias de corte surrealista, con los viejos clichés de una representación de lo grotesco –un guiño a Fenómenos (Tod Browning, 1932), muchos más al Amarcord, de Fellini, o a La nave va, y en definitiva a Los payasos–, lo que prevalece es la sinceridad y el entusiasmo con que evoca sus tiempos juveniles en Chile. La cinta prosigue, finamente, el relato interrumpido en La danza de la realidad (2013), primera parte de una trilogía autobiográfica. Entre sus aciertos hay un notable trabajo del fotógrafo australiano Christopher Doyle (Deseando amar/ In the mood for love, Wong Kar Wei, 2000).

Poesía sin fin refiere la mudanza de la familia de un Alejandro adolescente (Jeremias Herskovits), desde el pueblo de Tocopilla hasta Santiago de Chile, donde el joven aspirante a poeta descubre fascinado el mundo de la bohemia literaria. Como en la cinta anterior –su infancia–, la figura del padre (Brontis Jodorowsky, hijo mayor del cineasta), sigue siendo la de un déspota insufrible, antiguo comunista estaliniano, convertido con el tiempo en mercader avaricioso. La madre es ternura contenida, abnegación disciplinada, que sólo se expresa mediante el canto, lo que en ambas cintas no deja de ser detalle estrafalario. El poeta imberbe exaspera al padre machista con su candor y delicadeza, sobre todo cuando lo descubre leyendo a su ídolo Federico García Lorca, en lugar de asistirlo, sin mariconadas, en las viriles faenas mercantiles.
Al llegar a la edad adulta y frecuentar a los poetas más renombrados del momento (años 40 y 50), a Enrique Lihn y, sobre todo, a Nicanor Parra, Alejandro (Adán Jodorowsky, su hijo menor), tendrá sus ritos de iniciación a la madurez a lado de la poetisa Stella Díaz Varín (Pamela Flores, quien también interpreta a la madre en un giro edípico inesperado), mujer bravía que intenta la misión casi imposible de lograr que el artista ponga al fin los pies sobre la tierra.
Nada anuncia en ese momento la vocación futura del director teatral y del cineasta underground, seguidor de Fernando Arrabal y luego practicante de la sicomagia, las fábulas pánicas y la filosofía zen. El joven Alejandro asiste aquí alucinado al misterio de la creación poética y a su reverso y negación total que representa la figura del padre tiránico, dictadorzuelo político local, y de cuya influencia es preciso liberarse, lo cual es sólo parcial, pues conlleva una automutilación inevitable. Los ritos de exorcismo de un Jodorowsky anciano (presente en la cinta) llevan la marca de un sosiego y un perdón impensables en el antiguo demoledor de los tótems patriarcales. Hay la certidumbre de un relevo generacional impostergable, y así la posibilidad de hacer al fin las paces con todo el mundo.
Se exhibe en la sala 8 de la Cineteca Nacional a las 15:30 y 21:15 horas.
Twitter: Carlos.Bonfil1

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