12/05/2017

Fórceps para Meade




Pedro Miguel



Vamos con las dos hazañas consecutivas del peñato: el destape de José Antonio Meade, en lo que fue una resurrección frankensteiniana de los hábitos priístas más pintorescos (sí merezco matracas) y la aprobación legislativa de la Ley de Seguridad Interior. La primera fue vista por desagrado ya no por la sociedad (que hace más de medio siglo no tiene representación alguna en esos rituales), sino por los propios tricolores del aparato, que asistieron con las mandíbulas apretadas a la unción del tecnócrata destapado. Si Zedillo se tomó la licencia poética de usar el eslogan publicitario él sabe cómo hacerlo, la campaña de Meade tendría que entonar él sabe como deshacerlo, en referencia al país y a la trayectoria del producto promovido como colaborador de las dos administraciones más entreguistas, corruptas y sangrientas del pasado reciente. Hablando de las (dis)capacidades políticas del ex canciller y ex secretario de Hacienda, lo más gracioso, si no fuera trágico, sería lo que dijo Fox sobre el destapado: México necesita a alguien capaz de continuar el trabajo del presidente Peña (sí, así lo dijo, sólo que en un idioma que recuerda vagamente al inglés; aquí está la prueba: youtu.be/jLzQqaVW9ZE).

No se engañen, pues: estamos ante el grotesco intento de instaurar un maximato, sucedáneo de la imposible relección, en pleno siglo XXI.

Pero si ya en 2012 el triunfo limpio y legal del pre ex presidente actual era moralmente imposible, en 2018 la perpetuación del poder oligárquico en su modalidad peñista es un grado más que inconcebible. El problema es que nadie ha necesitado de mayor blindaje transexenal que el mencionado. Si en el poder ha requerido de blindajes judiciales grado 7, imaginen cuando se encuentre fuera de él y no pueda ya marcarle a Murillo Karam, a Tomás Zerón o a Virgilio Andrade para que limpien el tiradero. Por eso se empecinó infructuosamente en dejar atornillado al escritorio al fiscal carnal; por eso ha puesto todo de su parte para que el sucesor designado sea el que exhibe mayor carencia de fuerza política propia. Detrás de Meade podría concretarse una alianza básicamente continuista entre el grueso del empresariado nacional, la tecnocracia de los organismos financieros internacionales y el priísmo antediluviano. Ah, y cómo olvidarlo, el prospecto podrá aspirar al visto bueno del Departamento de Estado o, mejor dicho, del yerno Jared. Pero si falta uno de esos componentes, la candidatura tiene pocas probabilidades de salir al aparador.

Por donde se le vea, pues, el régimen tiene una precandidatura principal (las candidaturas de distracción son otra cosa) débil y lánguida, inflada en sus primeros días de vida a fuerza de bots y encuestas de fantasía, e incapaz de neutralizar, no se diga de capitalizar, la indignación generalizada en contra de las ruinas institucionales que la parieron como fórmula de recambio oficialista. Cabe pensar que para hacer ganar a Meade no bastarán los votos comprados ni el músculo mediático oligárquico, el cual, para colmo, ha visto mermar sus facultades de manera definitiva entre 2006 y 2017. Y tener a un candidato débil exige, por otra parte, hacer acopio de fuerza suficiente para imponerlo.

Ese parece ser justamente el propósito de la aprobación de la Ley de Seguridad Interior a contrapelo de los alarmados señalamientos de amplios sectores sociales –de derecha, de centro, de izquierda–, de voces académicas y hasta de organismos internacionales. No se puede ocultar la carga de autoritarismo y espíritu represivo de esa legislación, que a falta de hegemonía en los medios, de intenciones de voto y de capacidad operativa suficiente para torcer resultados electorales, podría convertirse en el nuevo y violento instrumento de perpetuación a rajatabla de un régimen que se niega a reconocer su definitiva y pavorosa obsolescencia. La aprobación en la presente circunstancia de esa ley, cuyos aspectos más dictatoriales habían sido múltiples veces discutidos y rechazados, podría ser un intento por fabricar unos fórceps para forzar el nacimiento de una Presidencia de Meade. Por eso es tan importante promover un tsunami de votos antirrégimen que neutralice de entrada la tentación de recurrir a tales artefactos.

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