Desde la Luna de Valencia
Por: Teresa Mollá Castells*
Esta
semana ha quedado visto para sentencia el juicio contra los cinco
malnacidos que violaron a una joven en Pamplona en las fiestas de los
sanfermines del 2016.
Como hemos visto, los abogados de la defensa han utilizado todo tipo
de estratagemas para desviar la atención mediática de sus clientes y
hacerla recaer sobre la víctima, cuestionando como siempre, su verdad.
En este caso la cuestión iba sobre el consentimiento o no a esas
relaciones sexuales y sobre si hubo o no intimidación.
He de reconocer que leyendo algunas informaciones sobre esta
estrategia me he planteado hasta qué punto está instalada en nuestro
espacio simbólico colectivo la idea de que en el espacio público quien
tiene la última palabra son siempre ellos.
Me parece muy cuestionable la deontología profesional de estos
letrados al utilizar los argumentos que han utilizado, pero ellos sabrán
los motivos. Lo que tengo muy claro es que la víctima, que ellos
revictimizaron en el juicio, no creo que les pueda perdonar. Yo no
podría hacerlo.
Pero sobre lo que hoy quería reflexionar es sobre la responsabilidad
que tiene ahora el tribunal que ha de dictar la sentencia. Y lo digo en
varios sentidos.
Si absuelve a los violadores de la manada, a esos malnacidos
cretinos, estará dando carta de naturaleza a quienes entienden que
violar a mujeres y niñas es algo implícito a la condición de hombre y
que va mucho más allá del deseo sexual. Se trata de la máxima expresión
del sometimiento de las mujeres a manos de cualquier hombre. Es una
peligrosa manera de entender la masculinidad y, por ello habrá que
analizar con lupa esa sentencia y no sólo en los términos jurídicos,
sino también en términos sociológicos y, por supuesto, con las gafas
moradas puestas.
Además si se cuestiona la verdad de la víctima, el tribunal seguirá
aplicando la máxima de la falta de equidad a la hora de creer a mujeres y
hombres por igual. O sea que dará por buenos los mitos existentes sobre
las verdades de voces de las mujeres. Y esas verdades siempre son
cuestionadas porque el patriarcado así lo ha impuesto.
Si estos dos argumentos no son ya de por sí delicados, queda también
el del impacto social, puesto que al ser un juicio tan mediático se han
puesto en evidencia temas como lo que puede o no ser el consentimiento
de las relaciones o lo que puede o no ser intimidación.
¿Se imaginan ustedes una situación inversa? Que sean cinco mujeres
jóvenes y vigorosas las que hubieran acorralado a un joven solo en un
portal y le hubiesen obligado a realizar algunos actos a los que él no
dice no porque se siente intimidado, pero queda hecho una piltrafa
cuando ellas, ya satisfechas de su felonía, desaparecen.
¿A que cuesta de imaginar? Y cuesta de imaginar porque, pese a todos
los avances conseguidos en materia de igualdad, el patriarcado sigue
manifestando todo su poder en todos los ámbitos. Y el de los excesos en
la calle es uno de ellos.
El sentido de la posesión, el de invencibilidad, el de "me apetece,
lo tomo" sin mesura, son algunas características de este tipo de
malnacidos que abusan de todo. Ni imaginarme quiero al miembro de la
manada que es guardia civil y que tenga que acudir a defender a una
mujer que haya sido agredida por su pareja. En qué situación puede
quedar esa señora...
Al patriarcado le interesa que haya este tipo de malnacidos para
recordar quienes tienen el poder. Y también que haya letrados que no
solo cuestionan la verdad de la víctima, sino que hacen recaer sobre
ella y su vida posterior toda la culpa de lo sucedido. Y es que hubo
momentos en los que no se sabía si estaban juzgando a la manada o a la
víctima de la violación en grupo de estos malnacidos.
Afortunadamente la fiscal, Elena Sarasate, puso nombre a las cosas. Y
en su alegato final describió la acción como "conjunta y organizada" y
que los hechos "se produjeron sin consentimiento y bajo violencia e
intimidación. Cuando los acusados terminaron y consiguieron lo que
querían, la dejaron tirada y semidesnuda".
En su intervención, esta fiscal desmontó el estereotipo del
consentimiento. Es decir no hace falta decir NO para que no exista
consentimiento. En todo caso, si no existe un SI claro, no se tiene
porqué entender que haya habido consentimiento claro.
Y vuelvo a la responsabilidad del tribunal a la hora de dictar sentencia por todo lo que este caso ha puesto patas arriba.
Es posible que pese a la terrible lentitud con que se va moviendo
todo lo que afecta a las violencias machistas y a las vidas de mujeres y
criaturas que este terrorismo se lleva por delante, alguna cosa cambie.
Pero el patriarcado sigue ejerciendo su férrea posición y no va a
permitir grandes cambios, y por ello quienes dicten sentencia,
impregnados como están de filosofía patriarcal, en el mejor de los casos
reconocerán los hechos y aplicarán penas más o menos ajustadas, pero no
creo que se atrevan a aludir al daño moral causado a la víctima. Ese
daño que la acompañará el resto de su vida y que nadie podrá reparar.
Ese daño será la victoria del patriarcado sobre esa joven, y sobre todas
las mujeres en forma de miedos constantes a ser agredidas por
malnacidos hijos sanos del patriarcado asesino.
También este caso mediático está entrando en las escuelas y haciendo
reflexionar a familias y personal docente sobre valores como el respeto,
la aceptación del NO, la resolución pacífica de conflictos, etc.
Seguramente dentro de unos años seamos capaces de reflexionar y de
avergonzarnos como sociedad por no haber creído a esta mujer joven y de
cómo algunos abogados son capaces de cuestionar esa voz sin importarles
el daño moral que infligen ni la dignidad de la propia víctima.
Y es que como siempre ha dicho mi señora madre, de los errores también debemos aprender.
A ver si somos capaces, como sociedad, de evitar sufrimientos
innecesarios y juicios paralelos a las víctimas de las violencias
machistas de todo tipo.
* Corresponsal, España. Comunicadora de Ontinyent.
CIMACFoto: César Martínez López
Cimacnoticias | Ontinyent, Esp.
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