La primera pretende privatizar el manejo y comercialización del agua,
y la segunda, condenar a la mayoría de los trabajadores a la
precariedad. Tal como sucedió con la Ley de Seguridad Interior, al
Ejecutivo lo único que le interesa es que se aprueben sus proyectos de
ley, sin importar que todas las fracciones opositoras voten en contra.
La Ley General de Aguas (Proceso 2153) contempla el otorgamiento de
concesiones a perpetuidad y, aunque pone un límite máximo de 30 años,
permite las renovaciones ilimitadas. Además, autoriza la transmisión de
las mismas, aunque el cambio de titular implique también el cambio de
uso del líquido, por ejemplo, de uso para fines agrícolas a
industriales.
También contempla, de acuerdo con un análisis desarrollado por la
Coordinadora Nacional de Agua para Todos, que las tarifas del agua se
determinen tomando en cuenta los costos, la inflación y la utilidad que
debe lograr el operador.
Los expertos entrevistados en el reportaje de Jesusa Cervantes
también hacen hincapié en que el proyecto de ley impulsado por el
Ejecutivo, a través de Ignacio Pichardo Lechuga, impulsaría el uso de
fracking para la producción de gas y aceite, dado que dicho proceso
requiere de gran cantidad de agua; así, la propuesta de nueva
legislación es el complemento ideal para la reforma energética.
Mientras tanto, en lo referente a la propuesta de legislación laboral
(Proceso 2153) ésta trasgrede los principios constitucionales
promulgados en la reforma de febrero del año pasado, pues en lugar de
crear Centros de Conciliación en los estados, y el organismo
descentralizado con plena autonomía, prácticamente revive el formato de
las Juntas de Conciliación al recrear instancias tripartitas:
trabajadores, empresarios y gobierno. Lo que da al traste con una de las
principales intenciones de la reforma.
También revierte el voto libre y secreto como requisito previo para
cualquier negociación colectiva, al reservarlo únicamente para los casos
en los que se emplace a huelga, con lo cual abre la puerta para los
llamados contratos de protección.
Mención aparte merece la liberalización del llamado outsourcing, que
es una de las vías más socorridas para evadir responsabilidades
laborales y precarizar el trabajo en México, al eliminar las
restricciones de la actual legislación que limita el mismo a actividades
accesorias, como limpieza y vigilancia, e impide que se otorguen a
terceros la realización de las tareas centrales del negocio. Aunque el
nuevo titular de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social, Roberto
Campa, ya se manifestó contrario a esta propuesta, es un hecho que el
proyecto que se discute en la Cámara de Diputados sí lo contempla.
Como bien señala Arturo Alcalde en un artículo publicado en La
Jornada el sábado 3 de febrero, el proyecto de ley da al traste con los
dos principales objetivos de la reforma constitucional: recuperar la
vigencia del estado de derecho y dejar en manos de tribunales adscritos
al Poder Judicial la impartición de justicia en materia laboral; y
“recuperar el papel de la negociación colectiva como medio de
concertación productiva y así suprimir los contratos colectivos de
protección patronal celebrados a espaldas de los trabajadores”.
Estas dos iniciativas de ley, aunque nunca se contemplaron en el
llamado Pacto por México, forman parte del paquete de reformas
estructurales que el gobierno de Enrique Peña Nieto ha impulsado incluso
desde antes de llegar al poder, como fue el caso de la reforma laboral
aprobada todavía durante el gobierno de Felipe Calderón, pero ya
consensuada con el entonces presidente electo.
Todas las reformas (con la única excepción de la llamada reforma
fiscal, aunque en realidad fue un aumento de impuestos indispensable
para que las finanzas públicas federales no empeoraran) establecen
condiciones muy favorables para que los grandes empresarios (en muchos
casos de la mano de exsecretarios de Estado, ya muy bien señalados)
exploten los recursos naturales y humanos del país.
Algunas de las primeras consecuencias negativas de la reforma
energética ya están presentes con el encarecimiento de los combustibles y
la debacle de las refinerías mexicanas; pero donde éstas son todavía
más alarmantes es en el ámbito de la reforma laboral, pues entre 2013
–el inicio del sexenio y cuando apenas entraba en vigor la reforma
laboral– y 2016 el número de personas empleadas que ganan más de cinco
salarios mínimos se redujo en 700 mil; y, en contrapartida, el de
personas que ganan entre uno y dos salarios mínimos se incrementó en 3
millones 200 mil. Y, por si esto fuera poco, también hay cerca de 7
millones 200 mil personas que laboran menos de 35 horas por razones
ajenas a su voluntad o reciben menos de un salario mínimo.
Para dar una idea de esta precariedad del empleo en México, en una
encuesta levantada en Nuevo León entre septiembre y noviembre del año
pasado por el Instituto de Investigaciones Económicas de la Universidad
Autónoma de Nuevo León, para el proyecto Cómo Vamos, Nuevo León, muestra
que 51.1% de los encuestados manifestó percepciones menores a 9 mil 900
pesos mensuales, en ese entonces equivalente a cuatro salarios mínimos
y, únicamente 1.6%, más de 24 mil 800 pesos mensuales, es decir más de
10 salarios mínimos.
En resumen, como resultado de la reforma laboral se ha incrementado
el número de empleos, pero de muy mala calidad y, en contrapartida, se
ha reducido el número de empleos bien pagados.
Es muy evidente que, hasta el momento, las reformas estructurales han
beneficiado a muy pocos y perjudicado a la mayoría de los mexicanos; lo
cual es claramente percibido por la población, pues en la última
encuesta de Latinobarómetro 2017, 90% de la población consideraba que
“el país está gobernado por unos cuantos grupos poderosos en su propio
beneficio”.
Y, no conforme con esto, Peña está empeñado en concluir su compromiso
(con esos grupos poderosos que lo llevaron a la Presidencia) de
reformas estructurales, sin importar los resultados que produzcan para
el país. Parece que, aunque lo niegue, hasta el último día de su mandato
se despertará pensando “en cómo joder a México”.
Este análisis se publicó el 11 de febrero de 2018 en la edición 2154 de la revista Proceso.
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