OPINIÓN
Quinto Poder
Por: Argentina Casanova*
Erotizar
la dominación es sublimar el control sobre el cuerpo de las mujeres,
erotizar el subyugamiento es romantizar el sometimiento, erotizar la
violencia es alentar la violación y el feminicidio desde una estética de
la violencia que mitifica al agresor al convertirlo en héroe, el que se
atreve y hace del crimen un “arte” que se reproduce en el cine, la
publicidad y los videos.
Basta encender la televisión, sintonizar canales de música, abrir una
revista para encontrar una imagen en la que se vende un perfume con una
representación de la violación en grupo, o hacer de la imagen
perfectamente cuidada por estética de una mujer “encajuelada”, a
convertirla en publicidad de un bolso.
Los músicos con sus videos de mujeres que son dominadas
violentamente, porque en el imaginario colectivo las mujeres desean ser
violadas, y no sabemos si es o no una realidad, que exista o no como
idea, ya que es en medio de una erotización de la sexualidad violenta
que ésta se convierte en una posibilidad del placer incluso para el
imaginario femenino.
El castigo, los golpes, la dureza, son los lugares comunes sobre los
que se construye la noción del placer femenino, porque “en el fondo
todas desean ser castigadas”, niñas buenas que son violentadas, niñas
malas que merecen castigo, arquetipos de seducción tejidos desde un
ordenamiento de logos patriarcales que son al mismo tiempo los únicos
códigos dentro del orden simbólico de las propias mujeres.
Erotizar el subyugamiento implica la construcción, en el imaginario
colectivo de una metáfora del alcance del placer de quien ejerce la
penetración como un sinónimo del subyugamiento, de ahí que socialmente
los hombres penetrados sean “subyugados”, el mito de la pasividad en
relación con ser penetrable y en consecuencia pasar a ser el subyugado
por un subyugante, con toda la carga social que eso implica.
Subyugar no tendría sentido en una sociedad en la que ser el
subyugante no estuviese imbricado de poder y control, subyuga quien
penetra, quien posee el miembro, pero también quien lo utiliza como
instrumento sobre otro cuerpo y es por sí y para sí mismo impenetrable.
Basta recordar la idea de ser rajadas para las mujeres y la construcción
patriarcal en torno a que los hombres no son “abiertos” ni rajados.
Pero también, por otro lado, el más complejo es que en la sique
femenina se tenga placer a partir de la posición subyugada. ¿Y cómo no
íbamos a entenderlo así? en una sociedad en la que desde pequeñas el
mensaje alrededor y en los modelos de placer y erotismo se basan en la
idea de que ser subyugada-cosificada es placentero y produce placer.
Las consecuencias, tienen su origen en que como ha dicho Guillermo
Weiz, “el hombre concibe una sexualidad imaginaria para la mujer, el
cuerpo imaginario de la mujer se reduce a un objeto que solo sirve para
motivar las fantasías sexuales de un observador masculino. (…) No
obstante, está escrita una intención que no disimula la hostilidad y el
odio masculino contra la mujer. En la pornografía se deshumaniza y
falsifica a la mujer. Se deshumaniza al presentarla como un objeto y se
falsifica al sugerir que la mujer experimenta placer al ser maltratada y
humillada.”
Al ser el hombre la medida de los códigos y quien dicta el “orden
simbólico”, quien dicta una forma de entendimiento del conocimiento,
hace parte de este dictado el entender que el subyugamiento representa
una forma de objetización, se “inventa” a una mujer que disfruta no solo
la dominación, el subyugamiento y la violencia sino que es así como es
ser mujer.
De ahí, que un primer paso sea tomar conciencia de que ese discurso,
ordenado a partir de una comprensión patriarcal de lo simbólico, del
conocimiento. Pero no queda ahí, ni puede detenerse ahí la reflexión
avanzada y pensada por y desde un pensamiento crítico feminista, sino
que debe atreverse a desarmar y desarticular todas las creencias que se
nos presentan incluso como discursos alternativos o transgresores que
solo validan estas formas de pensamiento.
Desconfiemos, sí, desconfíemos de todo y hasta de nuestras propias
ideas, de nuestras creencias y argumentos, desmontemos nuestros propios
argumentos para defender la dominación, el subyugamiento y la violencia
que se travisten de discursos progresistas a favor de la prostitución,
la pornografía, la violencia sexual y la violencia erotizada, la
estetización de la violencia, el seudo erotismo que violenta, y es que
solo así podremos dejar de ser las “hijas de nuestro tiempo”.
De lo que se trata es aprender a reflexionar, no desde nuestras
posturas ideológicas, contextos o realidades, porque eso es lo que se
espera de nosotras, que seamos sanas hijas de nuestro tiempo patriarcal y
nos limitemos a hacer críticas superficiales y al final terminemos
comprándonos los discursos que el patriarcado nos ha vendido como
alternativos y contestatarios, para estar a la moda y en contra no solo
de la mojigatería sino a favor de esos discursos de violencia contra esa
“cosa llamada mujer”.
Ya otras identidades tendrán por delante el reto de representante a
sí mismas y no a lo que el patriarcado ha moldeado para llamar mujer, no
la muñeca plástica sexualizada, dispuesta, abierta, cosa-cuerpo de
características y sensaciones dictadas por y desde el patriarcado.
No. Las mujeres reales no somos así, no somos la caricatura que ha
sido dibujada por el patriarcado. Apenas estamos haciendo nuestro propio
trazo para descubrirnos a nosotras mismas.
* Integrante de la Red Nacional de Periodistas y Fundadora del Observatorio de Violencia Social y de Género en Campeche
CIMACFoto: César Martínez López
Cimacnoticias | Ciudad de México.-
No hay comentarios.:
Publicar un comentario