No es la primera vez que la corrupción es tomada como bandera de
campaña, pues en 1982 Miguel de la Madrid lo hizo, pero la consideró
como un asunto de ética social que había que combatir tras los grandes
escándalos de corrupción de su antecesor José López Portillo y su
familia, principalmente de su hermana Margarita.
La promesa de campaña, sin embargo, ahora se topa con una realidad
más preocupante porque la corrupción ya no es un problema de ética
social sino de Estado, y la adolecen todos los partidos que apoyan a los
candidatos, a los empresarios y a todos los gobiernos, afectando el
tejido social y la economía del país.
Todos los días los índices de corrupción han aumentado de manera
alarmante en México. Según los últimos datos, la corrupción le cuesta al
país aproximadamente 347,000 millones de pesos al año, que representa
10 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) nacional y según el
Índice de Percepción de la Corrupción (IPC), de Transparencia
International (TI), México ocupa el lugar 95 de 168 países.
El Instituto Mexicano para la Competitividad A.C. (IMCO) y el Centro
de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) presentó no hace mucho su
estudio “México: Anatomía de la Corrupción”, realizado por María Amparo
Casar, en el cual se hace un retrato de este mal del que adolece no solo
la clase política, sino también los empresarios, la iglesia católica y
todos los sectores sociales.
En costos económicos, la corrupción afecta la inversión hasta en 5
por ciento; la pérdida en el ingreso de las empresas se estima también
en un 5 por ciento cada año en las ventas anuales, y la piratería genera
que se pierdan 480 mil empleos al año.
Los costos políticos de la corrupción son muy preocupantes porque
generan la insatisfacción con la democracia: sólo el 27 por ciento se
encuentra satisfecho con ésta; el 91 por ciento no confía en partidos
políticos; el 83 por ciento no confía en legisladores, y el 80 por
ciento no confía en instituciones del sistema judicial, según el
Barómetro Global de la Corrupción, Transparencia Mexicana.
Mientras, entre los costos sociales, está en el impacto de la
economía familiar ya que el 14 por ciento del ingreso promedio anual de
los hogares está destinado a las famosas “mordidas”, con las que se
soborna a las autoridades para conseguir ciertos favores, y hay una
correlación directa entre corrupción y los niveles de violencia.
De acuerdo con el Índice de Percepción de la Corrupción de
Transparencia Internacional, entre 2008 y 2014, México cayó 31
posiciones. Y según el Barómetro Global de la Corrupción 2013 de
Transparencia Internacional, el 88 por ciento de los mexicanos pensamos
que la corrupción es un problema frecuente o muy frecuente, y la mitad
considera que la corrupción ha aumentado mucho en los últimos años.
Muestra de la importancia de la corrupción en la agenda nacional es
la creciente atención que sirve por parte de los medios: entre 1996 y
2014, el número de notas sobre corrupción en la prensa tuvo un
crecimiento de más de cinco mil por ciento. Pasó de 502 a 29,505 notas
en 18 años.
Por cierto… La corrupción tiene muchos nombres en
México: se le llama soborno, moche, tronche, diezmo, ten per cent,
mordida y hasta pecado, como dijo el Papa Francisco en su visita. En la
política está implícita en el compadrazgo, tráfico de influencias,
nepotismo, enriquecimiento oculto y en la simbiosis con el crimen
organizado. Y en el periodismo se le llama “chayote”, porque es un tema
espinoso.
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