Sintetizaba la tensión existente en una elección precedida por
“guerras sucias”, amenazas, reacomodos, la fractura del PRI de Roberto
Madrazo y la alianza de los poderes fácticos con Felipe Calderón, el
“hijo desobediente” del foxismo.
El volcán no explotó. Simplemente prolongó por 12 años más la tensión social hasta convertirla en malestar generalizado.
El lunes 28 de agosto de 2006, después de mítines masivos, del
plantón en el Paseo de la Reforma, de la exigencia por la anulación de
los comicios, de amenazas de encarcelar a López Obrador en su casa de
campaña en el Zócalo, los magistrados del Tribunal Electoral resolvieron
por unanimidad darle palo al litigio de la coalición Por el Bien de
Todos.
El famoso 0.56% de ventaja de Felipe Calderón sobre López Obrador no
se modificó en lo más mínimo. Tras el recuento parcial, el panista sólo
perdió 86 mil votos para quedar en 14 millones 900 mil sufragios, pero
el exjefe de Gobierno capitalino, al perder 77 mil votos, quedó en la
misma situación.
Los magistrados más “progresistas”: Mauro Miguel Reyes Zapata, José
de Jesús Orozco Hernández y Leonel Castillo fueron los más duros contra
la coalición lopezobradorista. Afirmaron que ellos no podían investigar
si no se les proporcionaban “hechos debidamente acreditados”.
Las presiones de Mariano Azuela, presidente de la Suprema Corte de
Justicia de la Nación (SCJN), la incontinencia verbal de Vicente Fox, la
coalición empresarial que presionó por la “mano dura”, la alianza de
Elba Esther con siete exgobernadores priistas para apoyar a Calderón y
la criminalización mediática del movimiento de protesta habían surtido
efecto.
En mi diario de apuntes, escribí lo siguiente tras cubrir aquella sesión del Tribunal:
“Todo se volvió oscuro. Llovió a cántaros. Granizó de nuevo y discutí
por teléfono con Carlos Monsiváis que cayó de nuevo en una oscura
pendiente… Paradojas del día: gracias a Germán Martínez, representante
del PAN ante el TEPJF y el IFE, pude salir del edificio de la avenida
Carlota Armero. Los simpatizantes de López Obrador estaban furiosos. La
última esperanza de revertir el fraude había muerto”.
Esas fueron las elecciones de aquel 2006. Lo sucedido después todos
lo conocemos: la guerra contra el narco para legitimar a un presidente
débil, la fractura del IFE, la “presidencia legítima” de López Obrador
en el Zócalo (ahí comenzaron a llamarlo “el loco”), la polarización del
país, la debacle interna del PAN ante un calderonismo agresivo y
maniqueo, la revancha del PRI a través de los feudos estatales, en
especial, el del Grupo Atlacomulco, que pactó desde entonces el ascenso
de Enrique Peña Nieto, un ilustre mexiquense desconocido, elegido por Televisa para ser su cliente consentido en un ambicioso plan de negocios llamado “la toma de Los Pinos”.
Han pasado 12 años y la alineación de los actores de entonces ha
cambiado: Germán Martínez, quien encabezó la defensa de la elección de
Calderón, ahora será candidato a senador plurinominal por Morena; Elba
Esther Gordillo, que avisó a los gobernadores del PRI abandonar a
Madrazo y votar por Calderón, ahora está desde su prisión domiciliaria
operando su venganza contra Peña Nieto, apoyando a López Obrador.
Además, Gabriela Cuevas, la joven panista que “pagó” la multa por el
desafuero para frenar a López Obrador, ahora se ha incorporado también a
Morena; el PRD que rozó la Presidencia de la República aquel año, ahora
se ha convertido en un triste espectáculo de sillazos y pleitos
tribales con menos de 8% de la preferencia electoral; los
Calderón-Zavala, fuera del PAN y en franca batalla contra Ricardo
Anaya; Televisa en su etapa más débil como empresa y como poder de
influencia y TV Azteca sumada a la campaña de López Obrador.
Los críticos de López Obrador se sorprenden y ahora lo critican de
pragmático y oportunista. Muchos de sus simpatizantes de la izquierda no
ven con buenos ojos las alianzas con el PES ni con Elba ni con Napoleón
Gómez Urrutia.
También López Obrador cambió en su táctica, pero no en su estrategia.
Construyó un liderazgo social y político a contragolpe del sistema en
estos 12 años, confiado en que tarde o temprano “la mafia del poder” se
iba a caer. Ahora decidió lo que menos esperaban todos: rebasar al
sistema en decadencia por la derecha.
No sólo quiere tener la autoridad moral y política. También quiere
ganar las elecciones. Y para eso, necesita la suma de todos los apoyos
necesarios.
El nuevo ascenso de López Obrador sólo refleja la profunda debacle
del sistema. Se agotó el sistema de partidos políticos que surgió desde
el otro gran fraude, el de 1988, con Carlos Salinas de Gortari como gran
arquitecto.
El Pacto por México de Peña Nieto fue un golpe mortal para ese modelo
salinista de partidos heredado: el PRD se desfondó tras la salida de
López Obrador y la creación de Morena; el PAN se fracturó en múltiples
subgrupos hasta caer en manos de un joven ambicioso y su club de Little Chickens, sin
ninguna experiencia en liderazgo social; el PRI se hundió en los
escándalos de sus 11 exgobernadores acusados de corrupción, del sexenio
más impopular de la historia reciente, y postula como candidato
presidencial al menos priista de los tecnócratas del gabinete.
Los demás partidos, como satélites, están en busca de un Sol para orbitar en las arenas movedizas.
La diferencia más importante entre 2006 y 2018 ya no es la
polarización, sino la necesidad de reconciliar a un país moralmente
devastado, con cientos de miles de muertos, desaparecidos y afectados
por una guerra civil interna no declarada, por una cleptocracia que ante
la incertidumbre de permanecer más tiempo potenció su capacidad para el
robo y la estafa en lapso más breve.
Paradójicamente, quien entendió a tiempo su nuevo papel fue el propio
López Obrador. Protagonista central en el 2006, en el 2018 vuelve a ser
el epicentro, con una preferencia electoral envidiable, pero con una
estructura partidista muy débil. Morena se convertirá, como todos los
partidos, en una organización que tras las elecciones deberá transitar
hacia otro estadio.
Estamos en la antesala de una auténtica transición o de un retroceso
mayor. Y el propio Germán Martínez lo sintetizó así en su entrevista de
este 20 de febrero con el periódico Reforma:
“El cambio que necesita México debe ser más profundo que el enojo
social que tiene México, el único que lo puede transformar en esperanza
es Andrés Manuel López Obrador porque él lo ha encabezado, porque es
consistente y porque su movimiento abre las puertas a quienes pensamos
diferente”.
Recuerdo en 2006, en vísperas de la elección, Monsiváis sentenció en un encuentro dominical:
“Todos aquellos que creen que pueden perder un estatus ganado, votarán en contra de López Obrador”.
Doce años después, la ecuación se invirtió: todos quienes perdieron un estatus en
tres sexenios de desgracias y falta de liderazgo prefieren apoyar al
adversario de antes. En el camino descubrieron, que el fraude del 2006
sólo hizo más daño al país.
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