El tiempo del lobo. En su cinta más reciente, El sacrificio del ciervo sagrado (The Killing of a Sacred Deer, 2017), el realizador griego Yorgos Lanthimos (Alps, los suplantadores, 2011; La langosta,
2015) se aparta en buena medida del tipo de narrativa de corte
surrealista de sus trabajos anteriores para volcarse de lleno en una
alegoría metafísica sobre el tema de la expiación de un agravio mediante
una implacable lógica de la restitución directa (ley del talión, ojo
por ojo, diente por diente, proporcionalidad entre el daño recibido y el
daño infligido en el castigo, que no deja margen a una negociación
conciliadora ni a una posibilidad de perdón. El agravio lo ha cometido
el cirujano cardiólogo Steven Murphy (Colin Farrell), responsable de
neglicencia profesional al operar, con resultados funestos, a uno de sus
pacientes. Años después del trágico suceso, aparece el adolescente de
16 años Martin (Barry Keoghan) para vengar, de modo enigmático,
francamente sobrenatural, el fallecimiento de su padre.
Desde la impactante escena en los créditos iniciales que detalla una
operación quirúrgica a corazón abierto, hasta la manera muy gráfica en
que el realizador helénico va detallando los pormenores de la venganza
que inflige Martin a la familia Murphy, la película oscila entre la
trama de misterio y una propuesta muy cruda de cine de horror. La manera
monótona en que se expresan los personajes, tanto el padre de familia
como su esposa Anna (Nicole Kidman), e inclusive sus dos hijos, la
quinceañera Kim (Raffey Cassidy) y su hermano de 12 años Bob (Sunny
Suljic), sin hablar del propio Martin, el ángel exterminador que
ominosamente amenaza su salud y sus vidas, es un artificio engañoso,
casi anticlimático, que paradójicamente vuelve más intenso aún el drama
que se avecina. La extraña relación entre Steven y Martin, a quien el
hombre maduro cita de modo clandestino para ofrecerle obsequios caros, y
recibir de parte suya regalos similares, deja el campo abierto a la
interpretación de una complicidad afectiva heterodoxa o de una
estrategia de extorsión del joven.
Muy pronto se menciona en la cinta el ensayo que la hija de Steven
prepara en su colegio sobre el personaje de la Ifigenia de Eurípides, y
cuando al fin el vengativo Martin revela sus propósitos y su petición
inapelable de un sacrificio reparador de agravios, el espectador
ingresa, ya sin rodeos, en el terreno de un drama familiar con
consecuencias trágicas. En El sacrificio del ciervo sagrado, el
director hace, en efecto, una referencia directa a su tradición
cultural helénica, transplantando a la Norteamérica actual el duro
dilema moral de Agamenón orillado a sacrificar a su hija Ifigenia para
expiar la culpa de haber sacrificado un ciervo en las florestas de la
diosa Artemisa.
La fábula de una represalia radical que con el implacable
ánimo justiciero de un vigilante urbano organiza Martin en contra de una
familia inerme (y cuyos detalles no habrán de revelarse en este
espacio), rebasa los confines del drama familiar y adquiere resonancias
sociales insoslayables. Una amenaza misteriosa se cierne sobre la
tranquilidad de una familia nuclear presidida por profesionales
exitosos. El equilibrio doméstico se ve súbita y brutalmente desquiciado
por un agente externo destructor que no acepta el diálogo ni las
reparaciones. En una escena clave, es transparente la referencia al
Michael Haneke de Juegos divertidos (1997). El clima de
paranoia e indefensión civil remite hoy, de modo inquietante, al tipo de
actos de irracionalidad extrema como los perpetrados por el adolescente
Nikolas Cruz en Florida. Tanto es así que resulta sugerente el
planteamiento ideológico que elabora el crítico Richard Brody en The New Yorker (27/10/17), cuando al reunir los trabajos del griego Lanthimos, del sueco Östlund (The square)
y los de su mentor artístico, el austriaco Haneke, observa en la
violencia de sus propuestas y en su ímpetu radical justiciero, una
intención de alimentar
un resentimiento populista y exacerbar la hostilidad hacia la sociedad liberal, así como un desprecio a las instituciones, a la burguesía urbana cultivada, y al orden social que las sostiene. En resumen, el crítico advierte una deriva políticamente reaccionaria que, con dosis de esnobismo cultural, iría ganando a buena parte de la creación fílmica contemporánea. Si ese señalamiento se antoja, además de esquemático, tan paranoico como los mismos climas sociales a que alude, lo cierto es que un realizador como Lanthimos, capaz de transitar en pocas cintas por registros narrativos tan variados, bien puede también partir de un apocalíptico melodrama familiar para aterrizar en el áspero cuestionamiento moral de una sociedad entera.
Se exhibe en la Cineteca Nacional, Cinemex y Cinépolis
Twitter: Carlos.Bonfil1
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