Encuesta de BGC |
Este proceso no ha sido la excepción; sin embargo, han surgido
algunos ejercicios muy interesantes que vale la pena analizar con más
detenimiento, ver qué enseñanzas se obtiene de ellos y, por supuesto,
cómo se pueden perfeccionar y potenciar.
Uno de estos ejercicios es la llamada “encuesta de encuestas”, que
toma las bases de datos de esos estudios demoscópicos (en el caso de
México, todas las registradas ante el Instituto Nacional Electoral; por
ende, las bases de datos son públicas) y que, por medio de metodologías
diversas, llega a una especie de promedio (que no es tal estrictamente
porque no se limita a sumar los resultados de todas las encuestas y
luego dividirlo entre el número de las mismas), con lo que se logra
mitigar los sesgos involuntarios o errores de cada una de ellas, así
como lograr cifras más cercanas a los resultados finales. El problema de
estos ejercicios es que siguen utilizando las bases de datos de
encuestas que no gozan de toda la credibilidad.
En estos momentos hay al menos cinco ejercicios que están haciendo
esto para las elecciones mexicanas del próximo 1 de julio: Oraculus,
Bloomberg, El País, Gppolls y Numérika. Todos ellos coinciden hasta
ahora en el orden de las preferencias electorales para los cuatro
candidatos presidenciales, en los rangos de votación esperada para cada
uno de ellos y hasta en las diferencias entre el primero y el segundo
lugar, y el segundo y el tercero, en este último punto salvo el caso de
Bloomberg, que cierra más la disputa por el segundo lugar y aleja más al
segundo y tercero del primero.
El segundo ejercicio fue la encuesta que ordenaron la Coparmex y la
Fundación Este País, ya que presenta aspectos que vale la pena analizar
con más detenimiento: primero, el contratar a dos casas encuestadoras de
reconocido prestigio; segundo, el comprometerlas a que, además de
realizar su levantamiento, realizaran una verificación cruzada del
trabajo de campo del otro; y, tercero, el tamaño de la muestra. La
publicidad de la base de datos, que es importante, ya no es novedad
porque es obligatoria por disposición de ley.
Los resultados de esta encuesta, dados a conocer el martes 12,
precisamente el mismo día que se celebró el tercer y último debate entre
los cuatro candidatos presidenciales, también son muy coincidentes con
los de los ejercicios anteriores; sin embargo, ubican al puntero (Andrés
Manuel López Obrador) ligeramente por encima del rango superior; al
segundo lugar (Ricardo Anaya) dentro de los rangos de los ejercicios ya
comentados, y al tercer lugar (José Antonio Meade) ligeramente debajo de
esos rangos.
Estos resultados hacen que la diferencia entre el primero y el
segundo lugar se ubique un poco por encima de los otros ejercicios,
salvo en el caso de Bloomberg, que es todavía mayor, y que la diferencia
entre el segundo y el tercero sea superior a todos los ejercicios, con
lo cual elimina la competencia por esa posición, que es precisamente
donde más controversia hay.
Los dos ejercicios son dignos de reconocimiento porque pretenden
arrojar luz sobre un tema que ha sido muy controvertido desde que las
elecciones se consolidaron como la vía para designar a las autoridades
en 1997, y también atemperar los ánimos de los actores políticos y de la
ciudadanía en general.
Pero igualmente vale la pena voltear hacia otros países; un caso que
destaca por la permanencia y profundidad del ejercicio es el de Estados
Unidos, que realiza estudios antes y después de las elecciones desde
1948, no únicamente con el ánimo de conocer las preferencias
electorales, sino de entender por qué sus conciudadanos votan como lo
hacen.
A pesar del conocido fracaso de la mayoría de las encuestas en la
pasada elección presidencial, hay varios aspectos que vale la pena
destacar. Primero, la existencia de una organización de académicos de
diversas universidades estadunidenses que diseñan, implementan y
supervisan todo el proceso; segundo, el compromiso de dos universidades
(las de Michigan y Stanford) de aportar fondos propios o de terceros
para los estudios; tercero, el mantener la comparabilidad en el tiempo, y
cuarto, la disponibilidad pública de todas las bases de datos, con lo
cual cualquiera puede tener acceso a las mismas y realizar
investigaciones.
En México lamentablemente no hay ningún esfuerzo similar y de hecho
no hay ninguna universidad pública ni privada que realice
sistemáticamente ese tipo de ejercicios, con lo cual les dejan el
terreno libre a las casas encuestadoras y a algunos medios de
comunicación; esto baja un poco el rigor metodológico y reduce el tamaño
de las muestras de las encuestas, pues el factor económico se vuelve
determinante.
Una vez que la democracia electoral se ha consolidado en México (más
allá de todas las interferencias ilegales que persisten, como la compra y
coacción del voto), es el momento de pensar en la realización de
proyectos de investigación con mayor rigor metodológico y que, al mismo
tiempo que permitan conocer más al votante mexicano, contribuyan a
erradicar las prácticas ilegales o irregulares que todavía inciden en
ejercicio del voto y distorsionan los resultados electorales.
Lo ideal sería que un proyecto de esta naturaleza surgiera de un
consorcio de universidades públicas y privadas y contara con el apoyo de
las autoridades electorales; éstas no deberían intervenir para nada en
las cuestiones metodológicas, pero sí aportar fondos (como lo hacen con
la observación electoral) para financiar los proyectos que diseñen
libremente los académicos.
Los estudios que emanen de un ejercicio de esta naturaleza serían un
referente para el resto de las encuestas, pero además serían un insumo
invaluable para los hacedores de las políticas públicas, incluyendo los
legisladores que hoy proponen y aprueban reformas legales, en muchos de
los casos sin ningún soporte sólido y con rigor científico.
Este análisis se publicó el 17 de junio de 2018 en la edición 2172 de la revista Proceso.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario