Néstor Martínez Cristo
Son miles. Son mujeres en su mayoría. Son aguerridas. Son argentinas. Se autodefinen como la marea verde. Traen pañuelos de ese color amarrados al cuello y hace unos días ganaron un debate histórico en una sociedad dividida.
Apenas el jueves pasado, en la Cámara de Buenos Aires, los diputados aprobaron por una muy ajustada votación –129 votos a favor, 125 en contra y una abstención– despenalizar la interrupción del embarazo durante las primeras 14 semanas de gestación.
El proyecto de ley es el primer paso en la conclusión de un largo y tormentoso debate que ha mantenido fracturada a la sociedad argentina –en ese punto concreto– durante 30 años.
Igual que nosotros en México y en América Latina, el tema aborto es sinónimo de desacuerdo, división y fractura, no obstante que el prohibicionismo tiene un alto costo para la salud y la vida de las mujeres en este subcontinente ultraconservador.
Un estudio publicado en el International Journal of Obstetrics and Gynaecology señala que, cada año, unas 760 mil mujeres latinoamericanas reciben tratamiento por complicaciones derivadas de intervenciones clandestinas.
Tuve la suerte de coincidir en Buenos Aires con las horas de la votación en el Congreso y, por tanto, de presenciar –y disfrutar– la multitudinaria movilización donde los sectores en favor del proyecto se apostaron por miles en las avenidas de Callao, Rivadavia y otras más, aledañas a la sede legislativa. Del otro lado de la plaza, frente al Palacio Legislativo, con vallas de por medio, también llegaron los opositores a la reforma, aunque en menor cantidad.
Hacia el mediodía del miércoles 13, cuando dentro del recinto legislativo los diputados se aprestaban a iniciar un debate que terminó por prolongarse durante 23 horas, la marea verde comenzaba a mostrarse, tomaba la calle y se dejaba sentir.
Con el pañuelo al cuello o en la cabeza, miles de mujeres y hombres de todas las edades, pero mayoritariamente jóvenes, comenzaron a poblar el sitio. Llegaban de todas partes y como podían. Emergían en grupos de las bocas de las salidas del Metro, bajaban de los colectivos atiborrados o caminaban en bola por las calles del centro de la ciudad hasta el Congreso. Iban decididas y decididos a no moverse, a generar presión.
“Educación sexual para decidir… anticonceptivos para no abortar… y aborto legal para no morir”, era una de las consignas coreadas de manera incansable aún en la madrugada y hasta el amanecer, acompañadas de interminables rondas de mate y puestos de choripán.
Afuera se compartían con intensidad el frío, el nerviosismo y también el entusiasmo. Las televisoras y las radiodifusoras transmitían el debate de manera ininterrumpida y éste era seguido paso a paso desde los monitores y las bocinas instaladas en la calle. Las cuentas no les daban. Había una mayoría contra el proyecto de ley.
Adentro continuaba el cabildeo entre las fracciones. Ante la polarización social, las fuerzas políticas determinaron dejar votar en conciencia a sus legisladores. El propio presidente de la República se había mostrado cauto sobre el punto:Yo estoy por la vida, respondió días antes a la pregunta expresa de un periodista.
Los números se fueron cerrando durante la noche y el amanecer del jueves llegó con un cálculo de 126 votos en contra; 123 a favor y una abstención. Con estas cifras, la marea verde prendió aún más. Intensificó la presión desde la calle con gritos, tambores y consignas, pero también en el recinto por conducto de los legisladores afines. Y hacia las 9:30 de la mañana, media hora antes de la votación, la tendencia dio el vuelco final. Sobrevino la euforia…
“¡Pudimos! ¡Es nuestro derecho…Simplemente!”, estalló el júbilo de Estela, una cordobesa, de 25 años, con quien minutos antes había estado conversando y me confiaba que su corazón entero estaba puesto en esa reforma.
¡Pudimos!, me repitió sonriente y con el puño en alto, triunfadora.Vamos por el camino del Distrito Federal de tu país.
Argentina dio sin duda un paso importante, pero ha avanzado sólo la mitad del camino. Ese proyecto de ley debe pasar aún la aduana del Senado, una instancia conservadora y sujeta a las presiones de los gobernadores.
Mientras concluyo este texto, pienso en las millones de Estelas mexicanas que no traen amarrado un pañuelo verde al cuello, a quienes se regatea el derecho a decidir sobre su cuerpo y de recibir una atención legal y segura ante un embarazo no deseado. La clandestinidad, pienso, no puede seguir siendo opción.
El aborto es hoy, en México una cuestión sanitaria y la atención de los embarazos no deseados, las deficiencias en la educación sexual y la escasa cobertura de los programas de anticoncepción, representan desafíos enormes –diría impostergables– para nuestra sociedad.
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