Pedro Miguel
El domingo pasado había un ancho canal de comunicación entre el estadio del Complejo Olímpico Luzhniki, a orillas del Río Moskova, y la glorieta del Monumento de la Independencia, en el Paseo de la Reforma, y lo que ocurrió en el recinto deportivo moscovita estremeció a la multitud congregada en la avenida defeña. Desde luego, la onda expansiva de la inesperada victoria de la selección mexicana de futbol sobre el equipo alemán –su verdugo de siempre– se extendió por buena parte del territorio nacional, reventó en cafés, bares y residencias, alcanzó a buena parte de la población y fue celebrada y gritada en medios tradicionales y redes sociales, en mensajes de Whatsapp, en conversaciones de viva voz y desde ventanas y en puertas.
En otros rincones del país ocurrían otras cosas. Mientras los futbolistas de la selección nacional dejaban la piel sobre el pasto sintético del estadio Luzhniki para regalar a la afición mexicana un triunfo histórico, en la plaza central de Hueyapan, Puebla, miles de representantes de comunidades de las sierras poblanas y de varias regiones de Veracruz realizaban la 25 Asamblea en Defensa de la Vida y el Territorio de los Pueblos Maseual, Tutunaku y Mestizo. Algunos, en ese sitio, se enteraron de un gol glorioso concretado a miles de kilómetros, pero la atención estaba en los dirigentes y representantes que tomaron la palabra para informar e informarse de la grave inseguridad y la violencia que han sido introducidas de manera perversa en la región para quebrar la resistencia de los pueblos; en las voces organizadoras y activistas de Emilia y de Aldegundo; en las palabras de aliento y esperanza pronunciadas por Alejandro Solalinde, invitado especial en el encuentro, y en las decisiones de asamblea que refrendaron la lucha en contra de los proyectos de muerte: la subestación que la Comisión Federal de Electricidad pretende construir en Cuetzalan, las hidroeléctricas privadas a lo largo del río Apulco, las explotaciones mineras a cielo abierto sobre los miles de hectáreas concesionadas por Felipe Calderón, quien ahora pasea su desvergüenza vestido de ambientalista.
Hace ya algunos años que el Altepetajpiani –Consejo Maseual–, el COTIC (Comité de Ordenamiento Territorial de Cuetzalan), la Unión de Cooperativas Tosepan Titataniske y otras organizaciones realizan estas magnas asambleas, antes bimensuales y ahora trimestrales, en diversas localidades de Puebla y Veracruz. A ellas han asistido representantes de Cherán, de las madres y padres de los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa, del pueblo indígena lakota-sioux, del Movimiento Sin Tierra brasileño, activistas políticos y sociales, académicos y empresarios. En esos encuentros se habla maseual, la variante regional del náhuatl, totonaku veracruzano, inglés, italiano, francés y hasta español, pero todo mundo entiende lo que se dice, se propone, se exige: el cese de la devastación causada por las corporaciones trasnacionales y sus protectores gubernamentales de los tres niveles –presidencia, gubernatura, municipio– y el saqueo de la tierra, los bosques y el agua y la destrucción de la vida biológica y de la vida social y cultural; la necesidad de fortalecer la organización de los pueblos y su determinación de ingresar al futuro con sus propias reglas.
No hay allí añoranzas por pasados míticos o reales, sino el empeño de construir nuevos modelos sociales libres de corrupción, enajenación, explotación, especulación e injusticia. Se habla de valores tradicionales, pero también de perspectiva de género –a estas alturas, la mayoría de los cargos de dirección son ejercidos por mujeres–, de energías alternativas y biodigestores, de comercio justo y de economía solidaria.
Lo que pasó el domingo en Hueyapan –y antes, en Tlatlauquitepec, en Yohualichan, en Tlapacoyan, en Cuetzalan, en Huitzilan– no tiene, ni de lejos, la espectacularidad mediática del gol de México contra Alemania. Pero lo que viene ocurriendo desde hace tiempo en diversas regiones de este México aún invisible para la mayor parte de los medios es crucial para el cambio de rumbo que el país requiere y cuyas principales expectativas están situadas hoy, con justa razón, en la sublevación electoral en curso que debe culminar el 1º de julio en las urnas. Si esa sublevación pacífica y legal no logra el triunfo, las resistencias y las propuestas de abajo enfrentarán tiempos sumamente desfavorables y oscuros. Si esos movimientos colectivos que no salen en los noticieros no se sostienen, consolidan y expanden, el triunfo electoral de la única opción realmente opositora tendrá severas dificultades para llevar a cabo su proyecto de nación.
Que haya muchos alegrones como el del triunfo de la selección mexicana sobre la alemana. Pero el destino del país no se juega en estadios rusos sino en plazas de localidades sin fama y en la decisión personal de cada ciudadano ante la urna.
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