Donald Trump. Foto: AP / Evan Vucci |
La definición es del pensador Rob Riemen (Países Bajos, 1962), quien
ha insistido en el retorno global del fascismo. En una reciente
entrevista con el periódico español El País, el director del
Instituto Nexus, centro dedicado a la investigación internacional y a la
política de derechos humanos, no duda en que el presidente de Estados
Unidos, Donald Trump “tiene una mente completamente fascista”.
En su caracterización, los líderes fascistas carecen de ideas. Solo buscan el poder y son mentirosos patológicos.
Trump, en efecto, reduce todo a Twitter; gana votos a través de la
exaltación del nacionalismo; culpa a la prensa, miente, y hasta ha
creado sus “hechos alternativos”.
Su jefe de gabinete, el general y excomandante del Comando Sur, John
Kelly; y su procurador de justicia, Jeff Sessions, piensan como él. Son
como él.
Sessions anunció en mayo la política de “cero tolerancia” contra los
inmigrantes sin papeles. Advirtió que serían tratados como delincuentes,
a pesar de que carecer de visa no es un delito en Estados Unidos.
El general Kelly, el mismo que al inicio del gobierno de Trump estuvo
a cargo de la construcción del muro en la frontera, ha dicho que el
objetivo de esa política es “disuadir” la inmigración ilegal.
En medio de la crítica mundial por la crisis humanitaria detonada por
su gobierno, Trump insiste en que no dejará que su país “se infeste” de
criminales.
Los tres son la cara de la política de separación de las familias que
entran ilegalmente a Estados Unidos y que ha generado el rechazo
mundial por la crueldad de procesar penalmente a sus padres mientras los
menores son dispersados y encerrados en centros especiales de detención
en varias partes del país.
Los menores, desde bebés hasta adolescentes de 17 años, están
detenidos no sólo en la frontera con México con Texas, de donde han
salido las imágenes de las jaulas donde están encerrados y las
grabaciones de los agentes de la Patrulla Fronteriza burlándose del
llanto de los menores.
Son más de cien centros donde la oficina encargada de Inmigración y
Aduana (ICE, por sus siglas en inglés) están enviando a los menores. Tan
solo en el último mes, fueron detenidos dos mil 342 niños y
adolescentes.
Los espacios están resultando insuficientes y además de que el
gobierno está improvisando sitios para “edades vulnerables”, el
Pentágono dice estar en condiciones de utilizar también bases militares
en Texas y Arkansas.
Aunque esa crisis comenzó hace varias semanas, y entre los menores
detenidos se cuentan a 21 mexicanos, el gobierno de Enrique Peña Nieto
se ha limitado a “condenar”, como si fuera un país ajeno a la crisis, y a
proponer acciones que sabe bien no llegarán a nada.
Es el caso de la propuesta de ir con Colombia, Ecuador y Guatemala a
la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), una instancia con
peso en Latinoamérica, pero que no cuenta para Estados Unidos.
Washington no reconoce la jurisdicción de la Corte Interamericana de
Derechos Humanos, a donde llegan las investigaciones de la CIDH por
violaciones a los derechos humanos.
Trump quiere que México haga más en el trabajo sucio de detener a los
migrantes de Centroamérica, de donde es la mayoría de los menores
detenidos.
A pesar de todos los maltratos a México, Peña y su secretario de
Relaciones Exteriores, Luis Videgaray, solo han buscado congraciarse con
el gobierno de Trump. Han disfrazado la cautela diplomática con la
cobardía y la servidumbre. Cobardía para no estar en primera línea en la
defensa de los derechos humanos de los niños, incluidos mexicanos. Sólo
el servilismo explica la expulsión del embajador de Corea del Norte, en
septiembre pasado, y el envalentonamiento contra el dictador de
Venezuela.
Se podrá decir que el gobierno de Peña respondió con prontitud al
elevar los aranceles a la importación de varios productos
estadounidenses, en represalia a las medidas similares tomadas por
Trump, empeñado en desatar una fuera comercial global. Pero la defensa
de los derechos humanos de los niños no es un asunto de dinero, es de
dignidad.
Con un decreto, Trump podría detener este escándalo. Pero luego
vendrá otro, usando siempre a México como causa de muchos de los males
de Estados Unidos, sobre todo cuando necesita votos, como en las
elecciones intermedias de noviembre próximo.
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