La mañana del 19 de
junio de 2016 policías estatales de Oaxaca y elementos de la Policía
Federal y de la Gendarmería atacaron a maestros y pobladores que
realizaban un bloqueo carretero en la autopista México-Oaxaca, a la
altura de Asunción Nochixtlán, en el contexto de las movilizaciones
emprendidas por la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación
(CNTE) contra la reforma educativa aprobada dos años antes. En el
enfrentamiento los uniformados accionaron sus armas de fuego contra los
inconformes y dejaron al menos ocho muertos y más de 108 heridos, según
cifras de la misma Comisión Nacional de Seguridad. Posteriormente, los
uniformados emprendieron una brutal e injustificada persecución contra
los habitantes de esa localidad mixteca.
Esos hechos ocurrieron con el telón de fondo de una campaña
publicitaria oficial, según la cual las movilizaciones magisteriales, en
particular los cortes de circulación en las carreteras, estaban
provocando un desabasto de alimentos en esa entidad y paralizaban las
actividades de la refinería de Salina Cruz. Lo primero, al menos, se
demostró falso: múltiples testimonios gráficos documentaron que los
mercados oaxaqueños estaban bien abastecidos. Esa campaña, a su vez,
formaba parte de una satanización oficial de la CNTE y de la sección 22,
que agrupa al magisterio democrático de esa entidad. Tras la masacre,
la criminalización prosiguió, y la versión gubernamental intentó
responsabilizar de la agresión a las víctimas de ella, al afirmar que
los policías habían sido blanco de disparos procedentes de Nochixtlán.
Pero la trágica jornada dejó en evidencia, por una parte, que el
movimiento de los maestros contaba con el estrecho respaldo de sus
comunidades y, por la otra, que no había en las instituciones federales y
estatales la voluntad de esclarecer los hechos ni de procurar justicia,
y esa actitud perdura a la fecha. Ayer, cuando se cumplieron dos años
de esos sucesos, la Oficina en México del Alto Comisionado de las
Naciones Unidas para los Derechos Humanos señaló que las autoridades
siguen sin aclarar lo ocurrido,
por lo que aún está lejos de alcanzarse la verdad y justicia que tanto las víctimas como la sociedad demandan, y recordó que
en diversas declaraciones públicas el Estado ha culpado a pobladores y manifestantes, y ha rechazado la responsabilidad de las autoridadesen los actos delictivos perpetrados en la ciudad oaxaqueña. Más preocupante aún: ayer mismo, al conmemorar la fecha, el sacerdote Miguel Concha señaló las insuficiencias, no sólo de las instituciones de procuración de justicia, sino de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos la cual ha mantenido una actitud poco resuelta pese a la renuencia gubernamental a cumplir las recomendaciones de la propia instancia defensora.
En suma, a dos años de la masacre prevalece la impunidad y no
hay responsables intelectuales ni materiales identificados, pese a que
existe sobrada documentación oficial y gráfica para deslindar
responsabilidades. Al actual gobierno le quedan menos de seis meses para
actuar en consecuencia; de otra manera, el nombre de Nochixtlán, como
el de Iguala y varios otros, quedarán inexorablemente ligados al balance
del actual sexenio.
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