Este 22 de junio de cumplen 200 años del nacimiento de Ignacio Ramírez, El Nigromante,
uno de los más ilustres liberales mexicanos del siglo XIX, quien a
contracorriente del pensamiento criollo impulsado por liberales y
conservadores, sostuvo que los pueblos indígenas tenían derecho a seguir
siendo pueblos, sus culturas protegidas y el Estado diseñado para que
pudieran ser parte de la nación. Su pensamiento y acción fueron
congruentes en ese sentido, aun cuando él sabía que no era bien visto
entre la clase dominante. De ello dio muestra en 1847, cuando siendo
secretario de Guerra y Hacienda del estado de México, y en plena guerra
de intervención estadunidense, propuso al gobernador de ese estado
legislar para que los municipios del estado crearan becas para hijos de
familias indígenas pobres como una forma de que éstos pudieron acceder a
la educación. Esta medida permitió que varios indígenas ingresaran a
escuelas públicas, entre ellos Ignacio Manuel Altamirano, que después
sería su alumno y uno de sus primeros biógrafos.
En 1850, cuando los partidos políticos –liberal y conservador– se
enfrascaban en una lucha por el poder, junto con otros liberales fundó
el periódico Themis y Deucalión, ahí público su artículo
A los indios, calificado por muchos como el manifiesto indígena. En él llamaba a votar por los liberales y daba sus razones.
Vuestros enemigos os quitan vuestras tierras, os compran a vil precio vuestras cosechas, os escasean el agua aun para apagar vuestra sed, os obligan a cuidar como soldados sus fincas, os pagan con vales, os maltratan, os enseñan mil errores, os confiesan y casan por dinero, y os sujetan a obrar por leyes que no conocéis; los puros os ofrecen que vuestros jueces saldrán de vuestro seno, y vuestras leyes de vuestras costumbres, que la nación mantendrá a vuestros curas, que tendréis tierra y agua, que vuestras personas serán respetadas, y que vuestros ayuntamientos tendrán fondos para procurar vuestra instrucción y proporcionaros otros beneficios. El artículo provocó la ira de los conservadores, quienes promovieron lo necesario para prohibir su circulación y enviarlo a prisión.
Fue diputado en el Congreso de 1857. Allí afirmó que era una ilusión
de criollos suponer que nuestra patria es una nación homogénea,
desconociendo su diversidad cultural, con esa convicción invitó a sus
compañeros constituyentes a cambiar su visión del país. “Levantemos ese
ligero velo de la raza mista que se estiende por todas partes y
encontraremos cien naciones que en vano nos esforzaremos hoy por
confundir en una sola […] muchos de esos pueblos conservan todavía las
tradiciones de un origen diverso y una nacionalidad independiente y
gloriosa”. Además, se refirió a la importancia de reconocer las diversas
lenguas indígenas. Sobre ellas, afirmó que
la diversidad de idiomas hará por mucho tiempo ficticia e irrealizable toda fusión. Los idiomas americanos se componen de radicales significativas [...] partes de la oración nunca o casi nunca se presentan solas y en una forma constante, como en los idiomas del viejo mundo; así es que el americano en vez de palabras sueltas tiene frases. Resulta aquí el notable fenómeno de que, al componer un nuevo término, el nuevo elemento se coloca de preferencia en el centro por una intersucesión propia de los cuerpos orgánicos; mientras que en los idiomas del otro hemisferio el nuevo elemento se coloca por yuxtaposición, carácter peculiar de las combinaciones inorgánicas. Estos idiomas [...] no pueden manifestarse sino bajo las formas animadas y seductoras de la poesía.
Lo rico de la discusión en el Congreso Constituyente no se
reflejó en lo aprobado en la Constitución federal. El colonialismo
cultural sobre los pueblos indígenas pesaba demasiado todavía. Pero
Ignacio Ramírez tampoco cejaba en su empeño de redimir a los indígenas.
En un discurso de la noche del 15 de septiembre 1867, por encargo de la
Junta Patriótica de la Ciudad de México, volvió sobre el tema:
Cayó el imperio de los aztecas, que abrigado por las tormentas de los mares y escondido por las sombras del destino, escapó durante muchos siglos a la codicia de la Europa: y pudo levantarse a una altura de civilización adonde no han podido acercarse sus orgullosos conquistadores sino imitando de los pueblos extraños, leyes, literatura, artes y ciencias. ¡Cayó! Y de sus pirámides arruinadas, y de sus templos abandonados en las selvas, y de sus ídolos mutilados, y de sus admirables recuerdos, y de 100 idiomas que no se callan todavía, y de los montes inflamados y de las playas mortíferas, se escapan millares de clamores en una sola voz, tormenta de Cortés y de Calleja, el ¡ay!, de los vencidos, que de día y de noche, no demandan piedad sino venganza.
Ignacio Ramírez, El Nigromante, fue un hombre adelantado a
su tiempo. Tanto que muchas de sus propuestas, olvidadas por el poder
que hoy lo celebra, siguen siendo demandas centrales de los pueblos
indígenas de nuestro país y del mundo. Quienes creemos en ellos no
deberíamos olvidar su figura, sus ideales y su práctica. Hoy más que
nunca los necesitamos.
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