Hermann Bellinghausen
Ya estaría yo pateando
el balón con furia a estas alturas del domingo, con ese entusiasmo
dislocado que te entra de niño cuando la fuerza del juego te colma con
una victoria que sientes propia porque si no qué chiste. Importaba más
el empuje pueril de la pelota que salía de mis pies a rebotar contra las
paredes del patio, que la sensación de pertenencia a una tribu
determinada. Pocas veces la escuadra nacional me dio ese gusto. Hoy que
ocurre, la euforia patriotera de rostros pintados a chela batiente queda
realmente lejos de mi experiencia de lo real.
Los sueños tienen la desagradable costumbre de cumplirse tarde. De
corazón preferiría correr al parque para la mejor cascarita pospartido
de mi vida, en vez que lanzarme al Ángel dando claxonazos vestido de
verde, orgulloso de qué. Sí, un golazo oportuno, una defensiva enorme,
la buena suerte, un portero confiable y unos alemanes inexplicablemente
destanteados al tirar. Las cámaras muestran también a numerosos
representantes de la idiosincrasia mexicana de exportación en el estadio
y las calles de Moscú. Treinta mil connacionales, una cifra record, se
pagaron el viajecito para que nadie diga que en México no hay dinero.
Sé que la benevolencia nacionalista se me cura de inmediato siempre
que topo con turistas mexicanos en el primer mundo, por lo regular
haciendo el papelazo. Rápido me instalo en el terreno de la pena, ajena
en principio, pero igual cala su bochorno. Nótese cómo nunca faltan
clasemedieros y burgueses mexicanos en calles, tiendas y antros de media
Europa: ¿apuñalados en Berlín, muertos por un bombazo en Londres,
atropellados en Moscú, detenidos por alterar la paz y faltar el respeto a
las mujeres? Puedes apostar a que allí hay mexicanos.
De que somos argüenderos, desde cuándo. Pero padeciendo una economía
atroz que favorece a los unos-cuántos y perjudica a los muchos millones
tratados como si fuesen nadie, ¿no vale preguntar de dónde viene la
dolariza que fueron a derramar mexicanos parranderos al Mundial? Puestos
al espejo, ¿qué sentimiento patrio inspira a la vez que el presidente
de Estados Unidos, en unas vencidas de macho alfa con el premier de
Japón, amenace a éste con enviarle 25 millones de mexicanos para que vea
lo que se siente? Como si de él dependiera el destino de 25 millones de
nosotros. ¿O sí?
Tragamos insultos cotidianos, advertencias mortíferas, burlas
veras, prácticas atroces como separar a menores de sus madres en
represalia por cruzar al lado prohibido de una tierra de por sí robada, y
a la mala, entonces como ahora bajo sórdidas distorsiones bíblicas.
¿Hace un gol la diferencia para un país humillado por dentro y por
fuera, chantajeado, jaqueado en su vida privada por una ominosa
propaganda para-electoral? Un país ensangrentado y triste para miles,
quizás millones de familias, mutiladas por la emigración y las
desgracias del crimen generalizado, el despojo
legal, la corrupción y la impunidad de un sistema político y económico que nos venden como inevitable. Si acaso les falla la inminente vía electoral, ¿intentarán otras vías para seguir, teniendo ya las fuerzas armadas en todo el territorio?
¿A qué le tiras cuando sueñas mexicano?, disparaba la sorna de Chava Flores allá cuando nuestros ratoncitos eran verdes y no, como ahora, piernas de exportación. ¿Soñar con el quinto partido y la final? ¿Será que millones de mexicanos sueñan lo que sea, lo mismo una cosa que otra, con tal de no despertar? Sirva el meritorio gol de Hirving Lozano como dulce opio de los pueblos. Dicho sin nostalgia marxista. Somos un país que adoptó al opio entre sus productos más rentables, y los campesinos ya le dieron un nombre vernáculo:
maíz bola.
Un gol para animarnos: “¿A qué le tiras cuando sueñas, mexicano?/ Con
sueños de opio no conviene ni soñar:/ sueñas un hada y ya no debes
nada,/ tu casa está pagada, ya no hay que trabajar,/ ya’stá salvada la
Copa en la Olimpiada,/¡soñar no cuesta nada ... qué ganas de soñar!”
No hay comentarios.:
Publicar un comentario