Guillermo Almeyra y Nahúm Monroy
La Jornada
El ataque a dos
petroleras –una noruega, la otra japonesa– en el Estrecho de Ormuz hizo
resurgir el peligro de una guerra en Medio Oriente. Estados Unidos
presentó de inmediato un video que no permite ninguna conclusión y acusó
a Irán de colocar minas magnéticas en las naves agredidas, pero el
comandante de la nave japonesa atacada, Yukata Katada, declaró que:
nuestra tripulación dijo que vio un objeto volador(https://nyti.ms/2MNzZ8F).
Además, la nave nipona fue incendiada el mismo día de la visita del
primer ministro japonés Shenzo Abe, tras 41 años de congelamiento de las
relaciones entre Irán y Japón, y éste es gran comprador de petróleo
iraní, que necesita para seguir siendo potencia frente a China. Esa
coincidencia excluiría por sí sola a Irán que no cometería una
provocación tan grosera y tan lesiva para sus intereses.
El principal sospechoso es Estados Unidos, pues en 2015 Trump
desconoció el Plan Integral de Acción Conjunta (PIAC) que permitía a
Irán desarrollar su industria nuclear con fines pacíficos bajo control
internacional, cosa que hasta hoy ha continuado haciendo, a pesar del
bloqueo unilateral de Estados Unidos que muchas compañías europeas, como
la francesa Total, acatan.
El demente que ocupa la Casa Blanca –y sus asesores que lo impulsan a
la guerra– también acaricia hace rato la idea de que la guerra contra
Irán podría darle una segunda presidencia porque en Estados Unidos Irán
no es nada popular, ya que muchos recuerdan las humillaciones de la toma
de la embajada en Teherán o el sangriento atentado de 1983 contra los marines en
Beirut. Trump piensa así golpear también a la Unión Europea, que quiere
destruir, y a China y Rusia, que no quieren la guerra en Medio Oriente,
pero no pueden abandonar a Teherán.
Sin embargo, la mayoría de los estadunidenses quiere paz y el
Pentágono está exigiendo prudencia porque Irán tiene el doble de la
población que Irak –de donde Estados Unidos tuvo que retirarse con la
cola entre las patas– y no es posible ocuparlo sin una larga guerra muy
costosa en pérdidas humanas que resultarían políticamente intolerables
en el país de Trump.
¿Quién otro tendría interés en desatar una guerra en Medio Oriente? ¿Un ala
locade los Guardianes de la Revolución iraníes, que nunca ocultó su deseo de una guerra con Arabia Saudita e Israel? Pero no tiene apoyo ni en la sociedad iraní que desea paz ni entre los capitalistas iraníes, deseosos de reanudar las importaciones, ni el de los ayatollahs y los altos mandos.
Israel, en cambio, teme los efectos del triunfo militar y político
del gobierno sirio sobre el llamado Estado Islámico armado y financiado
por Arabia Saudita, las monarquías árabes y Tel Aviv. La victoria del
gobierno de Bashir al Assad fue obtenida gracias al apoyo ruso, de Irán y
sobre todo de Hezbollah, que es sostenido y financiado por Teherán y
reforzará política y moralmente a los vencedores. Netanyahu, para
enterrar los múltiples procesos por corrupción que está enfrentando en
Israel mismo, podría haber decidido provocar la guerra para ajustar
cuentas con Hezbollah y Siria con el apoyo de Donald Trump, su asesor de
Seguridad, el belicista John Bolton y Mike Pompeo.
Por su parte, Vladimir Putin continúa hoy en Medio Oriente la
geopolítica de Stalin, quien a su vez aplicaba la de los zares y Rusia
es una potencia regional pues tiene hoy tropas y bases navales y
militares en Siria y busca en la región un statu quo favorable a
sus intereses mediante acuerdos con la dictadura de Erdogan y frenando a
Hezbollah para que no ataque a Israel. Precisamente por su papel y sus
intenciones en la región, no podría dejar de intervenir en una guerra
contra Irán, a diferencia de China que tiene aspiraciones comerciales
planetarias y necesita paz en su ruta de la seda y por eso no manda
soldados ni armas a Irán.
Hoy, China, Rusia, la Unión Europea, la ONU y el mismo Japón piden
moderación y prudencia a Estados Unidos, pero Arabia Saudita y las
monarquías del golfo Arábigo arrojan gasolina al fuego asociándose a las
acusaciones estadunidenses porque Irán declaró no hace mucho que si le
impiden exportar petróleo nadie pasará por el Estrecho de Ormuz, lo cual
paralizaría sus exportaciones, provocando así una gravísima crisis
económica y una guerra que afectarían a todo el planeta.
Los chantajes permanentes y las provocaciones de Washington, como el
dron derribado por los iraníes, deben ser rechazados y condenados por
todos los países. Recordemos que un presidente estadunidense hizo volar
una nave de guerra de su país –el Maine– para iniciar la guerra
contra España que le permitió ocupar Cuba, Puerto Rico y Filipinas;
otro dejó que los japoneses destruyesen su flota en Pearl Harbor para
lanzar su nación a la guerra mundial y un tercero hundió una lancha
patrullera estadunidense en el golfo de Tonkín acusando al Viet Mihn
para mandar 500 mil soldados a Indochina. De Washington sólo se puede
esperar lo peor.
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