Francisco Javier Guerrero
En relación al acuerdo
migratorio firmado por los gobiernos de México y Estados Unidos nada
hemos avanzado en el camino de las ciencias sociales para tratar de
explicar ese acontecimiento. Nos hemos estancado en lo que se llama
simplemente
sentido común.
El hecho de que se haya elaborado tal acuerdo ha impulsado a varios
partidarios del Presidente de la República a alegar que éste
salvó a la patria, ya que evitó una guerra comercial con Estados Unidos. Grupos de la derecha y otros de izquierda llamada radical, en cambio, proclaman que se capituló frente al presidente de estadunidense y se atentó contra la soberanía nacional. Todo este margallate se percibe tan sólo como resultado de las relaciones personales entre los mandatarios de ambos naciones. Resulta grotesco que los que nos llamamos científicos sociales no analicemos las constelaciones de fuerzas sociales que están detrás de las acciones de ambos estadistas.
México es un país altamente dependiente de Estados Unidos, donde 80
por ciento de su comercio exterior depende de sus vínculos con esa
nación. Pero además, la dependencia se extiende a todas las esferas de
la vida social, y las clases dominantes en nuestro país estrechan cada
vez más sus lazos orgánicos con una burguesía trasnacionalizada
comandada por el Estado estadunidense. En este contexto,
ponerse con Sansón a las patadases muy peligroso para el desarrollo económico y social de México y es por ello que nuestro gobierno decidió suscribir el acuerdo con el de Estados Unidos para impedir que éste impusiera unos aranceles a las exportaciones mexicanas si nuestro gobierno no impidiera los flujos migratorios que atraviesan el territorio mexicano para llegar a terreno estadunidense.
Pero lo que no ha hecho el gobierno de México es asumir el papel de
Dalila. En primer lugar, aquello con lo que amenaza el gobierno de
Donald Trump no tiene viabilidad porque de llevarse a cabo dañaría
gravemente a un sector muy importante del empresariado de Estados
Unidos, no sólo del mexicano. En segundo lugar, el gobierno mexicano
debe abandonar la autocompasión y contestar golpe por golpe, por
ejemplo, imponiendo nuestros propios aranceles a las exportaciones del
país vecino.
No debe olvidarse que México debe recurrir a múltiples organizaciones
internacionales que defienden sus derechos como nación soberana,
empezando por la propia Organización de Naciones Unidas, ya que el
gobierno de Trump viola en forma flagrante un gran conjunto de leyes,
decretos y reglamentos que conforman el derecho internacional. Y no está
demás la gran lección del régimen de Lázaro Cárdenas (que el presidente
de México presenta como uno de sus modelos): apelar a la gran
movilización de masas impugnadora de la política del trumpismo
depredador. Algunos alegaran que este tipo de movilización no puede
darse en las condiciones actuales, pero ello se debe a la magra
concientización del problema por parte de múltiples sectores, lo cual
tiene su origen en la abstención gubernamental para incrementar y
fortalecer tal concientización. Es necesario convocar a las
organizaciones de la sociedad civil y a múltiples sectores del pueblo
mexicano para ir solidificando las protestas frente a las amenazas del
ocupante de la Casa Blanca, que por ahora está más negra que nunca.
La inexistencia de auténticos partidos de izquierda y la pasividad de
miles y quizá millones de personas que esperan que el gobierno les
resuelva todos sus problemas es un factor que paraliza el ir hacia
adelante en lo que se llama la Cuarta Transformación. Este proceso no
depende de la buena o la mala voluntad del presidente Andrés Manuel
López Obrador, sino de un compromiso que éste realice con la mayor parte
de los sectores populares, el cual no depende de su buena voluntad sino
de la organización sólida y bien asentada de los trabajadores de
nuestra nación, ya que tal organización es la clave para que el gobierno
sea presionado para generar auténticas políticas democráticas y en
provecho de la soberanía nacional.
*Antropólogo e investigador del DEAS
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