El problema ya lo había encarado la anterior administración, pero sin
que se llegara al borde de una ruptura económica de parte de la Casa
Blanca.
De los temas principales planteados por Donald Trump, el gobierno de
México aceptó recibir a solicitantes de asilo en trámite en Estados
Unidos, lo que ya se había hecho desde poco antes, y la prohibición
formal de que los migrantes fueran admitidos en México en condición de
tránsito hacia el norte.
Al tiempo, las autoridades mexicanas han reforzado la aplicación de
la ley que obliga a todo extranjero a solicitar alguna forma legal de
internamiento.
Esta reciente tensión en las relaciones entre los dos países ha
tenido dos nuevos elementos políticos muy relevantes: la presión de
Washington mediante la amenaza de imponer ilegalmente aranceles hasta el
20% a “todas las importaciones” procedentes de México y la muy sonada
movilización de la novísima Guardia Nacional hacia las dos fronteras.
La inseguridad prevaleciente en el territorio mexicano y las altas
tarifas de las bandas delincuenciales propiciaron un esquema de
caravanas. Pero no sólo eso, sino que otra causa ha sido la agudización
de la violencia social y la pobreza en los tres países centroamericanos
expulsores de emigrantes. El fenómeno migratorio centroamericano sólo es
nuevo en su forma y cuantía. En consecuencia, también en su repercusión
política.
La crisis motivada por las olas migratorias como expresión extrema de
la migración, va a seguir presente con o sin ellas porque aquélla es un
fenómeno social y, en tanto, seguirá siendo motivo de confrontación
entre los gobiernos de EU y México.
Por su lado, a diferencia de Estados Unidos, México no puede asimilar
con normalidad entre 500 mil y un millón de migrantes por año. Su
infraestructura, economía y sociedad no están preparados para eso.
Aunque sería imposible que tales números se mantuvieran mucho tiempo, en
sólo cinco años se podría tener que acomodar a más de tres millones de
personas.
Es acertado el planteamiento de López Obrador en el sentido de que es
preciso encarar la migración centroamericana con empleo, mejor salario y
crecimiento económico, mediante inversiones en cooperación
internacional. Sin embargo, no puede haber respuesta económica de
consecuencias inmediatas ante este fenómeno. Mientras se integra un plan
de largo aliento, sólo puede haber política migratoria.
A pesar del acuerdo signado en Washington entre los gobiernos de
México y Estados Unidos, siguen existiendo divergencias entre ambos.
México elude declararse formalmente como “tercer país”, por lo cual no
quiere hacerse cargo de deportados desde el norte para regresarlos a sus
respectivos países.
El otro punto significativo de la política mexicana tiene que ser la
apertura hacia una emigración que no se aglomere en la frontera norte
esperando una oportunidad de paso, sino que se arraigue, al menos de
momento, en zonas donde sea posible obtener empleo y alojamiento.
En este contexto destaca el trato a los migrantes. De ninguna manera
el gobierno de México debería admitir la erección de barreras policiales
en el sur o en el norte. No se debe impedir que los migrantes ingresen
al territorio nacional ni se debe bloquear que lo abandonen, como ha
sido el sueño dorado de los gobiernos estadunidenses. Las deportaciones deben ser estrictamente las indispensables y legales.
En un marco de respeto a los derechos de las personas y a los
principios constitucionales en materia de ingreso y salida del
territorio, podrían darse pasos de carácter económico y social para
afrontar la migración centroamericana, no sólo la que llega en olas sino
aquella que va a continuar indefinidamente a pesar de que pudiera
mejorar la situación en los países de origen.
Un problema adicional es la llegada de migrantes procedentes del
Caribe y de África. Estos no podrían aceptar un arraigo en México porque
para eso mejor se hubieran quedado en sus países. Es gente cuyo viaje
fue costoso y, por tanto, muchos tenían condiciones personales
diferentes a las que predominan entre los desempleados y subempleados
centroamericanos.
En el fondo, la respuesta estadunidense a esta crisis migratoria expresa un agotamiento
de la capacidad subjetiva de absorción de migrantes de parte de la
sociedad norteamericana. El racismo siempre ha estado presente con
fuerza en Estados Unidos, pero ahora tenemos una xenofobia de expulsión,
la cual está entrando hasta en sectores de procedencia migrante. Algo
semejante ocurre en Europa. Es tanto así que el tema se ha convertido en
uno de los problemas más agudos de la lucha política.
Las proyecciones que se hacen podrían estar indicando que la
composición étnica y religiosa de algunos países capitalistas
desarrollados terminaría por cambiar dentro de algunas décadas.
No existe la suficiente cultura de la igualdad humana, el liberalismo
ha sido engañoso al respecto. Por ello, surgen partidos xenófobos cada
vez más fuertes y se han producido relevos de gobierno como el que se
dio en Estados Unidos, aunque con un presidente de minoría, el cual levanta otra vez la bandera de la xenofobia y la “grandeza de US” para buscar un nuevo mandato.
Las potencias económicas no cuentan con una política dirigida a
fomentar el crecimiento, productividad y distribución del ingreso de los
países desde donde provienen las olas migratorias. Se encuentran de
momento en disputas entre ellas. Donald Trump ha llegado para complicar
el panorama porque está peleado con casi todo mundo y pasando toda clase
de facturas, pero se sigue metiendo en los conflictos propios y ajenos,
creando además otros nuevos. Más que nada, parece que resurge una nueva
versión del hegemonismo estadunidense como falaz medio de volver a la grandeza, otra vez.
Desde México se debe empezar a hacer política en Estados Unidos y no sólo con
Estados Unidos. Las dos economías están integradas, la nación mexicana
sólo se ha expandido hacia el norte, las cercanías culturales han ido a
más, el flujo humano en ambos sentidos es cada vez mayor. En este marco,
a quien más debería preocupar el predominio político de una derecha
troglodita es a México como Estado, país y sociedad.
Hacer política en EU es una tarea que deben emprender cuanto antes el
gobierno de México y los partidos mexicanos. Y, por cierto, esa no se
realiza a través de los consulados, es directa y abarcadora del
entramado social o no lo será.
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