AMLO: (casi) a un año
Se mantiene la esperanza
Opositores no despegan
PRI rechaza a Ulises Ruiz
A unos días de celebrar su
triunfo electoral de un año atrás, Andrés Manuel López Obrador mantiene
lo esencial de su capital político: la esperanza mayoritaria en un
cambio absolutamente necesario, impostergable.
Parecería improbable que un año después de aquella apabullante
victoria múltiple en las urnas, el mismo político líder mantuviera una
aceptación popular tan alta e incluso creciente, conforme a los métodos
demoscópicos ahora acríticamente aceptados. En términos numéricos se
sostiene en lo alto, aunque es evidente que implica un desgaste el
mantener un año de virtual ejercicio de poder presidencial (apenas dos
días después de la elección ya había tomado el control virtual del país,
lo que se formalizó el pasado uno de diciembre con su toma formal de
posesión).
Sin embargo, y a pesar de esa aritmética tan favorable, la oposición
de élite al obradorismo ha ido nucléandose (no en los partidos no
morenistas, sino en las instancias empresariales y financieras) y
habilitando banderas de lucha (particularmente, los señalamientos de
dañina impericia económica del actual gobierno: los recortes, las
restricciones, la incertidumbre). Puede ser que hoy los números
demoscópicos no se estén moviendo de manera grave en contra del
Presidente hiperactivo, pero no se puede negar que hay una estrategia en
curso que puede bajar los grados de aceptación del tabasqueño entre el
segmento amplio de votantes que lo apoyaron y apoyan, pero no en
términos absolutos ni irrevocables.
Tal vez la clave del sostenido respaldo a López Obrador y de la
enorme incapacidad de los opositores para bajarle puntos de popularidad
resida en la misma causa del enorme triunfo electoral que se conmemorará
en el Zócalo capitalino el próximo lunes: la corrupción gubernamental
anterior y la disfuncionalidad criminal de las instituciones heredadas
fueron tan groseras y lesivas para los ciudadanos que estos prefieren
sobrellevar los errores e insuficiencias de la actual administración
porque consideran que no pueden ser tan graves como la podredumbre
previa y porque, a fin de cuentas, otorgan un bono de confianza a los
actuales operadores (en específico, al mando unipersonal que pronto
vivirá ya de planta en Palacio Nacional) y no aceptan que pueda haber un
cambio a los esquemas anteriores.
Lo menos aburrido de la (nueva) farsa electoral priísta ha sido la
exclusión del ex gobernador oaxaqueño Ulises Ruiz Ortiz (le habría
faltadocumplir algunos requisitos, y por ello se le dejó fuera de la
contienda, aunque faltaría ver si el rechazado recurre ante el tribunal electoral). Solo fueron autorizados a participar en la
elecciónde nuevo dirigente nacional del partido tricolor tres de los aspirantes: Ivonne Ortega, ex gobernadora de Yucatán que se ha especializado en inscribirse en procesos con triunfador predeterminado y aparentar
oposicióninterna; la veracruzana Lorena Piñón, cuya mayor ganancia es asomarse a este escaparate, y el predeterminado Alejandro Moreno, a quien han seleccionado previamente los mandatarios estatales priístas que sustituyen el dedo presidencial cuando el nonagenario partido no está en la silla principal de Palacio Nacional.
En otro tema: la realización durante cuarenta y cinco días de
campañas de farsantería terminará por confirmar al respetable público
que el partido antaño dominante cumple ahora un papel tragicómico. Nadie
cree ni creerá que se produzca una pizca de competencia real, más allá
de lo retórico, cuando los poderes de los gobernadores se han decantado
por el mencionado Alejandro Moreno, virtual candidato de lo que queda de
oficialismo priísta.
Moreno ha pedido licencia a la gubernatura de Campeche y, según sus
adversarios, como la yucateca Ortega, y otras evidencias, cuenta con el
beneplácito de los poderes morenistas ahora hegemónicos. Apodado Alito, ahora sería A(m)lito,
como referencia a los entendimientos con que el partido dominante busca
pavimentarse caminos durante lo que queda del sexenio andresino y, a su
vez, el priísmo busca mantenerse con vida artificial y en espera de
algún prodigio de resurrección.
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