Bernardo Barranco
Dios se ha convertido en un
aliado estratégico de los jefes de Estado en las Américas en su lucha
contra la pandemia del coronavirus. Se ha extendido el uso del relato
religioso como recurso mediático entre los políticos de América Latina
para explicar y enfrentar la tragedia de la pandemia de Covid-19.
Pareciera que Dios entra al rescate de las políticas públicas y es usado
para legitimar aciertos y errores de la clase política. Ésta ha
incursionado improvisada con trompicones y desprovista de herramientas
reales, técnicas, científicas y presupuestales. ¿Somos testigos de una
generación de presidentes muy creyentes? O ¿se opera el uso político de
lo religioso en un continente con mayorías creyentes? En todo caso, el
fenómeno nos permite constatar la creciente influencia de las iglesias
en la vida pública de la región, así como la ambivalencia entre el poder
político y el religioso, pese a que buena parte de los países operan
bajo el esquema de la laicidad.
Hace unos días se cuestionó con dureza el uso político de lo
religioso del presidente Donald Trump al fotografiarse con una Biblia en
la mano afuera del templo de San Juan, en medio de intensas protestas
antirracistas. En México, se impugnan las continuas incursiones bíblicas
y religiosas del presidente Andrés Manuel López Obrador. Con
socarronería se comentaron sus escapularios y detentes como divinos
escudos protectoresante el coronavirus. Sin embargo, el tema va más lejos y se ha extendido en toda la región. Debemos ser muy perspicaces para explicarnos por qué la clase política recurre a la retórica espiritual y creyente.
Iniciemos en América Central, que en los últimos años ha
experimentado una notable mutación evangélica. El presidente de
Guatemala, Alejandro Giammattei, promovió un día de oración y ayuno
ante la amenaza del virus. En esa misma dirección el presidente
hondureño, Juan Orlando Hernández, impulsó una jornada religiosa para
interceder el favor de Dios, llamada el
Gran día de oración por el salud y unidad del pueblo hondureño. Por su parte el joven presidente salvadoreño, Nayib Bukele, dice hablar con Dios y profesar un cristianismo de millennials; transmitió un mensaje en cadena nacional que expuso:
Quiero pedirles que todos oremos y le pidamos a Dios nos ayude a sobreponernos a esta enfermedad. Que salve a la mayoría de los salvadoreños. Dios se convierte en aliado poderoso y la plegaria un instrumento de comunicación con Dios para pedir consuelo y solicitar protección. En Nicaragua, Daniel Ortega y su poderosa esposa, Rosario Murillo, han desarrollado un discurso pararreligioso de un cristianismo esotérico vinculado al amor y la fraternidad. La primera dama de Nicaragua declaró ante un mitin:
Vamos a caminar con la fuerza de la fe y la esperanza en todo el país, en oración permanente y solidaridad con todos los pueblos, familias y hermanos en el mundo afectados por el coronavirus.
En Sudamérica los ejemplos se repiten. En Bolivia, el 30 de mayo la
presidenta golpista, Jeanine Áñez, anuncia medidas de confinamiento
usando argumentos religiosos:
Pido a ustedes unirnos en una oración permanente. Este domingo se inicia una cuarentena total y pido que podamos realizar un ayuno, arrepentimiento y fe, para que sea nuestra mayor arma de lucha contra esta enfermedad. En Colombia, el presidente, Iván Duque, se comporta como misionero en sus intervenciones televisivas sobre la pandemia, invita a consagrar a la Virgen de Chiquinquirá, al Sagrado Corazón y a la Virgen de Fátima. En Paraguay, prosigue el contagio de predicación. El presidente Mario Abdo Benítez reza públicamente e invita a los paraguayos a mantenerse unidos en oración, para que Dios proteja al país del Covid-19. Vaya, hasta el secular Uruguay de larga tradición laica en el continente, el presidente Luis Alberto Lacalle, participó en una
oración interreligiosaconvocada por el cardenal Sturla, arzobispo de Montevideo. Es cierto que ahí, resaltó, el Estado es secular, pero abierto:
Todas las iniciativas en favor de la nación son bienvenidas, religiosas, seculares, todas, dijo el presidente.
El caso más visible, sin duda, ha sido Brasil. Se ha escrito y
discutido mucho, pues es el país latinoamericano con mayor número de
contagios y muertes en América Latina. Su presidente conservador, Jair
Bolsonaro, sostiene que el Covid-19 es una simple gripezinha (gripita) y exalta que
Dios está con Brasil. Se opone al confinamiento. Su actitud ha fracturado la clase política del país. Las iglesias se han politizado. Bolsonaro, cuenta con el apoyo de las iglesias evangélicas más poderosos del país: la Iglesia Universal del Reino de Dios y la Iglesia Asamblea de Dios Victoria en Cristo.
Hasta aquí el breve recorrido, la pregunta obligada es: ¿por qué se
invoca el rescate político de Dios? En todo caso se han enfrentado dos
raciocinios, la lógica social o igualitaria en contraposición a una
lógica económica. Trump, Bolsonaro y, en menor medida, López Obrador
frente a casi todos los presidentes de la región. Todos han manipulado
el marco místico para fundamentar sus opciones. Para algunos analistas,
el discurso religioso desnuda las posturas populistas de derecha e
izquierda de muchos gobiernos de las Américas. Los alumnos Sciences Po
de París analizaron los discursos de los presidentes; concluyen que se
recurre a la elocuencia religiosa por la carencia de uno científico y
racional. Pienso que la región latinoamericana está rebasada con un
aparato de salud abandonado. Hay incapacidad de los estados para dar
respuestas ante la crisis. Recurren al pensamiento mágico como consuelo
ante la incapacidad de atender la urgencia sanitaria. Los gobiernos
utilizan el universo simbólico de lo religioso como recurso manipulador
apelando la resistencia cultural de la población pobre, excluida de los
servicios inexistentes del Estado.
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