Bernardo Bátiz V.
La pandemia tan
grave, tan temida, ha servido para revelar la crueldad, la falta de
solidaridad elemental del sistema de libre mercado en materia de salud.
Para las clases medias una enfermedad significa perder los ahorros de la
familia y comprometer el patrimonio, porque la medicina privada, tanto
muchos hospitales como las medicinas de patente, están al alcance de
pocos. Y si a las clases medias la enfermedad las empobrece, a los más
pobres los deja en la miseria.
La razón de esta realidad, puesta a la vista en México por la
pandemia, es que durante las tres o cuatro décadas del auge del
neoliberalismo, hoy derrotado en las urnas, se desmanteló el sistema de
seguridad social a cargo del Estado, que con esfuerzo se había
construido a partir de los cambios generados por la Revolución Mexicana y
mientras se mantuvo el régimen de la economía mixta.
Para proteger laboratorios trasnacionales o no y hospitales de lujo,
se abandonó la medicina social, se arrinconó la medicina preventiva y
se impulsó a la medicina como negocio; se dejó así a grandes sectores de
la población sin un sistema efectivo de salud pública y el servicio
quedó en manos de la medicina privada.
La pandemia develó esta realidad en forma cruda; cierto es que
críticos del oligopolio de la salud los había desde hace algunos años,
también, que durante un tiempo se dio en México prioridad a la
prevención en materia de salud, se crearon instituciones públicas para
atender las enfermedades de la gente, instituciones que gobiernos
anteriores a éste sentenciaron a la desaparición y se dieron a la tarea
de desmantelarlas.
Pensando en ello, recordé ese filme del documentalista estadunidense
Michael Moore, que exhibe en toda su bajeza y crueldad la perversidad y
falta de sentido humano del sistema de salud en Estados Unidos, que tan
servilmente se copió en México, a partir del gobierno de Carlos Salinas.
La película del documentalista se titula Sicko. En ella,
este verdadero Chesterton moderno, que hace películas en lugar de
escribir ensayos y cuentos, desnuda al sistema y no deja lugar a dudas
sobre sus bases injustas. En una de las escenas cumbres del documental,
un artesano de la carpintería relata al entrevistador cómo tuvo que
elegir cuál dedo de la mano estaba dispuesto a perder, de dos lastimados
por una sierra eléctrica. Esto porque su seguro no alcanzaba a cubrir
la curación de ambos dedos; el hospital le reimplantó el anular y dejó
perder el cordial, no se le pudo reparar, porque no tenía el dinero para
pagar la atención médica completa.
Moore reunió a un grupo de enfermos que habían participado con
heroísmo en el rescate de sobrevivientes de las Torres Gemelas en Nueva
York el 11S y que no encontraban atención a su alcance en su propio
país; los lleva primero nada menos que a la base militar de Guantánamo, a
un hospital para atender prisioneros y como ahí también los rechazaron,
los trasladó a La Habana, donde el régimen socialista los atendió
gratuitamente y les proporcionó medicinas, porque, destaca Moore, en
Cuba no es la salud motivo de un negocio privado, sino un servicio
universal.
La pandemia abrió los ojos a quienes no se habían percatado del
abandono de nuestro sistema de salud; el gobierno actual ha tenido que
improvisar, contratar a 50 mil médicos y trabajar a marchas forzadas,
porque a pesar de que en nuestra Constitución se reconoce a la salud
como uno de los derechos humanos fundamentales, se descuidaron las
estructuras necesarias para garantizar la práctica de ese derecho.
El derecho humano a la salud se incorporó tardíamente a la
Constitución de 1917, hasta el año de 1983; el párrafo cuarto del
artículo cuarto, lo expresa así:
Toda persona tiene derecho a la protección de la salud; el mismo precepto establece también el derecho a un medio ambiente sano para el desarrollo y el derecho al agua para consumo personal y doméstico, en forma suficiente, salubre, aceptable y asequible.
Los gobiernos anteriores descuidaron sus responsabilidades frente al
derecho a la salud; la pandemia nos ha abierto los ojos, la oportunidad
está al alcance de la mano, el gobierno de la Cuarta Transformación
retoma el camino abandonado y se prepara a reconstruir un aparato
público de salud social, universal, moderno y eficaz; en esta materia,
como en otras, se restablece el sistema constitucional de los tres
sectores de la economía.
Bajo la rectoría del Estado, en materia de salud, la iniciativa
privada podrá mantener sus negocios caros o baratos, según las reglas
del mercado; al lado seguirá funcionando una medicina social a cargo de
instituciones de asistencia privada, que las hay ejemplares y el Estado,
en cumplimiento del mandato constitucional de garantizar el derecho a
la salud, tendrá la carga más pesada, pero más noble, garantizar a las
mayorías, a los marginados, a los niños, a las mujeres, a los ancianos, a
todos, el derecho pleno a disfrutar de salud.
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