Sé bien que la pandemia trajo muchas pérdidas. La de las certezas,
para empezar. Acaso la de salud, el empleo; algunas personas están en
duelo. Sé, asimismo, que hay quienes acumulan varias pérdidas.
Sé también que muchas mujeres tienen una sobrecarga de trabajo,
porque están solas, o en su casa la palabra corresponsabilidad se
ignora. Sé que muchísimas otras están encerradas con un hombre que las
violenta. Y sabiendo todo eso quiero invitarle a hacer un recuento de
las ganancias. Porque nunca una realidad tiene sólo una cara. Tampoco
dos. Tiene muchas.
A lo largo de las últimas semanas he platicado con varias personas
que, pese a todo, se sienten a gusto en el confinamiento. Y que conste
que algunas de ellas no tienen ingresos económicos asegurados. Extrañan
varias actividades, pero, en general, me han contado de sus ganancias.
Por ejemplo, una amiga que tiene un cargo directivo demandante, me
cuenta que si no es por el confinamiento no hubiera presenciado el
momento en que su pequeño bebé comenzó a hablar. “Desayuno, como y ceno
con mi hija y mi hijo -me cuenta- y, sin embargo, soy más productiva que
antes; realmente no quiero regresar a los horarios que tenía”.
Otra amiga me dice que incluso ya bajó de peso, porque puede cuidar
su alimentación, hacer ejercicio y “mi rendimiento laboral es altísimo,
quizás más que antes”.
Un amigo está encantado porque ve a sus pequeños hijos más que nunca. “¡Los estoy viendo crecer!”, me decía contento.
Otro más, ha podido cuidar de su madre que está muy enferma. “Antes
de la pandemia, decía, me hubiera sido casi imposible porque estoy en la
oficina todo el día”.
Todas estas personas en general coinciden en que están contentas en
casa y que su rendimiento es mejor que cuando iban a oficinas. Y esto,
claro, abre oportunidad de cuestionarnos los horarios sinsentido que
casi en todo el país se han considerado sinónimo de productividad.
Yo también he tenido ganancias. Una de ellas, por ejemplo, es una mayor cercanía con mi hija y mi yerno.
Antes de la pandemia, mi hija pasaba todos los días a vernos unos
momentos antes o después de ir a su trabajo. Pero por lo general eran
visitas cortas. Y a mi yerno lo veíamos quizás una vez al mes. Durante
el confinamiento, gracias a las nuevas tecnologías, nos vemos cada
domingo, y nos damos el tiempo de platicarnos todos los pormenores de la
semana. Eso ha sido más que una ganancia, un regalo.
Otra ganancia es que me he reunido virtualmente con amigas que quiero
mucho pero que veo poquísimo, porque vivimos en ciudades o países
diferentes y cada una solía tener su agenda llena de actividades.
De igual manera, hay a quienes esta pausa nos ha permitido poner
orden ahí donde no lo había porque “no tengo tiempo”, estudiar, leer, o
concretar ideas que rondaban, pero que no se podían hacer un espacio
entre la vorágine de actividades. Yo, por ejemplo, pude escribir un
libro que difícilmente estaría a punto de ver la luz si no fuera por el
confinamiento.
Concluyo que, por increíble que parezca, en tiempos de lejanía, hay
muchos casos de mayor cercanía. Y concluyo también que en las pérdidas
suele haber ganancias.
Si es su caso, conviene apreciarlas y disfrutarlas. He aprendido que a
la larga pueden representar regalos de la vida de incalculable valor.
20/CLT/LGL
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