Los militares que
en la actualidad tienen tareas de mando, fueron formados bajo la lógica
de un sistema democrático que tiene que preservarse. Es decir, dos de
sus principales ámbitos de acción, la seguridad interior y la nacional
se refieren y sustentan por ello.
No siempre fue así, por supuesto, y a finales de los años 60 y los
70, tuvieron que inmiscuirse, algunos de sus oficiales, en la guerra sucia que
se desató contra las guerrillas campesinas y las urbanas de corte
estudiantil, en particular contra Lucio Cabañas y Genaro Vázquez, por un
lado, y la Liga 23 de Septiembre, por el otro.
El saldo de violaciones a los derechos humanos resultó alto y motivó
sentencias de la Corte Interamericana de Derechos Humanos e incluso
acusaciones y juicios en México al inicio del siglo XXI. Es el periodo
que se conoce como guerra sucia y que mostró la incapacidad del propio régimen para acoplarse a un tiempo distinto, de exigencia de apertura y libertades.
Después vendría la participación militar en tareas de seguridad pública y combate al narcotráfico, como la Operación Cóndor (de erradicación de drogas en Chihuahua, Durango y Sinaloa), el Operativo México y por la implementación de una estrategia cotidiana y de amplio despliegue de tropas desde diciembre de 2006.
Sin embargo, ante cada momento complicado, los integrantes de las
fuerzas armadas supieron responder con inteligencia y buscando acoplarse
a distintas realidades y de entre ellas, las que provendrían de un
sociedad plural y donde las fuerzas políticas podían ganar y perder
elecciones, generando que la alternancia política se convertiría en
normalidad.
Hace ya varios años, pregunté al general Antonio Riviello Bazán si
existía la posibilidad de un golpe de Estado, aunque ella fuera remota.
Lo pesó por uno instantes y respondió algo bastante revelador:
“Si yo le dijera a los mandos, a los oficiales, que habría que
explorar acciones contundentes, tomar el poder político, dar un golpe,
lo más probable es que me contestaran: ‘Mi general, ¿y si mejor vamos a
tomar unas cervezas?’”
Así como Riviello Bazán, han sido otros generales secretarios de la
Defensa quienes han sorteado instrucciones y misiones que no son las
adecuadas o las tradiciones del Ejército, pero asumiendo las órdenes con
profesionalismo.
En México no es posible un golpe de Estado, y mucho menos con
participación militar. Es más, uno de los diques para semejantes
delirios radica, precisamente, en generaciones de oficiales bien
preparados y respetuosos de la Constitución.
Así han operado los soldados, porque no aspiran al poder y porque las
fuerzas armadas son institucionales. En su interior, además, existe la
posibilidad de hacer una carrera, cuentan con beneficios sociales y
educativos para sus familias y, sobre todo, son leales a su jefe máximo,
el Presidente de la República.
Ello no quiere decir que no existieran o no existan tensiones, por
demás naturales con los civiles, ante lecturas diversas de la realidad y
del tiempo. Lo que hay que destacar es que muchas de las coyunturas
riesgosas o delicadas, como la rebelión del EZLN, el homicidio de Luis
Donaldo Colosio, el intento de descarrilamiento político de López
Obrador (proceso de desafuero), las elecciones de 2006, las guerras
contra las bandas criminales, el establecimiento del control territorial
y las diversas alternancias presidenciales, se sortearon de mejor forma
por la actitud institucional de los soldados.
Es más, han padecido el riesgo de realizar tareas sin un marco
jurídico adecuado y en no pocas ocasiones sujetos al capricho de los
civiles y al vaivén de las coyunturas políticas. En efecto, han sido
parte de las soluciones y no de los problemas y eso debemos valorarlo.
*Periodista. @jandadej
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