Editorial La Jornada
Al inaugurar el simposio virtual internacional La nueva era del turismo, el secretario federal del ramo, Miguel Torruco Marqués, reconoció que la pandemia de Covid-19
vino a hacer más evidente el agotamiento y decadencia de los modelos tradicionales de hacer turismo. Entre los aspectos de la
realidad ocultade este sector económico, el funcionario destacó el limitado sistema sanitario a disposición de los trabajadores, la ausencia de un esquema sólido de protección social, la falta de liquidez de algunas empresas, la falta de responsabilidad y la despreocupación con que los turistas forman aglomeraciones, entre otros.
Ante este panorama, Torruco Marqués sostuvo que:
hoy todo proyecto de aspiración colectiva tiene que fundarse en un equilibrio entre el crecimiento económico y el desarrollo social, entre el uso de los recursos del patrimonio turístico y la diversidad de la Tierra. Asimismo, llamó a redefinir el turismo, tarea que requiere la sensibilización de investigadores, académicos, prestadores de servicios, trabajadores, empresarios y autoridades en ámbitos como el bienestar social y comunitario, la inclusión y la diversidad.
Es indudable que el modelo neoliberal vigente durante tres décadas en
México trajo consigo un crecimiento exponencial del sector turístico,
hasta el punto de convertirlo en la segunda mayor fuente de divisas del
país. Sin embargo, ese espectacular salto cuantitativo llegó de la mano
de un modelo excluyente y depredador, con el cual se erigieron
gigantescos centros turísticos a modo de paraísos artificiales, en cuya
periferia se alzan las viviendas de la población y de quienes han
inmigrado para trabajar en los megadesarrollos: verdaderos cinturones de
pobreza, muchas veces carentes de los más elementales servicios.
Mediante este esquema, cuyos mayores íconos se encuentran en Cancún,
Los Cabos o Vallarta, grandes trasnacionales hoteleras usufructúan el
atractivo natural de las playas, exportan las ganancias a sus naciones
de origen, y dejan tras de sí devastación ambiental, miseria y toda
suerte de conflictos sociales. En este sentido, es imposible omitir que
el modelo vigente de desarrollo turístico ha tenido como uno de sus
efectos más nocivos el convertir a los principales destinos de playa en
polos de atracción para el turismo sexual, con todas las lacras que éste
acarrea, incluidas la trata de personas y la explotación de menores.
En suma, la pandemia brinda una oportunidad para reorientar un sector
que sin duda es y deberá seguir siendo clave, pero que en su actual
configuración genera inmensas riquezas para unos cuantos a expensas del
atraso de las mayorías y de una inocultable desintegración social. Un
modelo de turismo que sea –tanto en el discurso como en la realidad–
social y ambientalmente sostenible pasa de manera ineludible por la
participación activa de la población local en la toma de decisiones y en
la propiedad de las infraestructuras turísticas erigidas en sus
comunidades, única vía para que las riquezas naturales, históricas y
culturales de México dejen de ser objeto de saqueo y se conviertan en
auténticas palancas del desarrollo.
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