Silvia Ribeiro *
La pandemia ha funcionado como
excusa perfecta para avanzar a pasos agigantados en los mecanismos
empresariales y gubernamentales de vigilancia y control de la población
en muchas partes del mundo. Es una situación que representa un problema
en sí mismo, pero además conlleva aspectos ocultos, tanto o más
inquietantes como el manejo de nuestros datos para inducirnos a
conductas de consumo o de elecciones políticas, entre otros.
Bajo el supuesto de que es necesario para el control de la pandemia
saber quiénes son y dónde están los contagiados (lo cual también sería
un beneficio individual), se han producido más de 40 aplicaciones
electrónicas de monitoreo. Son comerciales, a veces patrocinadas por
gobiernos que han impuesto su uso obligatorio a la población, como en
China o Australia. En la mayoría de los casos los gobiernos
aconsejana la población usar alguna aplicación, en ocasiones desarrolladas en colaboración con instituciones gubernamentales. En un artículo anterior mencioné que Google y Apple, clásicos competidores, se pusieron de acuerdo para desarrollar y ofrecer una aplicación de ese tipo (https://tinyurl.com/y9b2nhoa).
Aunque esas aplicaciones se promocionan ahora en el contexto de la
pandemia por Covid-19, se pueden usar para muchos otros fines. Por
ejemplo, a partir de las protestas por el asesinato racista de George
Floyd, por la policía de Estados Unidos, el comisionado de Seguridad
Pública de Minnesota, John Harrington, anunció que usarían los datos
recogidos por las aplicaciones de monitoreo, cámaras, etcétera, para
detectar quiénes son las personas que protestan, con quién se juntan,
qué hacen, dónde van, si son
terroristaso
crimen organizado, etcétera (https://tinyurl.com/ybll9s24).
Reveló así que las autoridades pueden recolectar la información de
sistemas de monitoreo electrónicos –sean privados o públicos–, y que
éstos se acopian en bases de datos que entregan perfiles de cada persona
al cruzar e interpretar la información. Por la cantidad de datos que se
requiere manejar, esos perfiles son construidos por programas de
inteligencia artificial, cuyos algoritmos son programados por personas
concretas. Para ello se basan en datos de la
realidadque ya existen, por lo que reproducen valores racistas, patriarcales, sexistas y discriminatorios de los pobres, migrantes, etcétera. Con el asesinato de Floyd se difundió un estudio que muestra que una persona negra tiene tres veces más chances de que lo mate la policía que una blanca. Traducido a
datos, el algoritmo no registra la violencia policial, sino la población afroamericana (o latina, joven, migrante, etcétera) es más peligrosa, más tendiente a ser criminal, que se junta con otras similares, etcétera.
Hay varios estudios sobre estas parcialidades de los sistemas de
inteligencia artificial. Siendo un tema injusto y de preocupación, es
sólo un aspecto del problema y es importante ver el conjunto de riesgos
que conlleva la omnipresencia de las plataformas digitales sobre
nuestras vidas. Las protestas crecientes sobre estas parcialidades de
los algoritmos probablemente obligarán a las empresas a revisarlos,
aunque no es sencillo que lo hagan y cometerán nuevas.
Más allá de la vigilancia para uso de las autoridades, el fin clave
de las plataformas digitales (porque es lo que le da más dinero y los ha
vuelto billonarios) es la recolección permanente de insumos sobre cada
uno de nosotros, nuestras familias y amigos, nuestras elecciones de todo
tipo (de consumo, políticas, estéticas, sexuales y mucho más). No
solamente lo que escribimos en redes sociales y decimos en público. Lo
que recogen esas empresas es mucho más de lo que creemos que
compartimos.
Además de lo que expresamos en palabras, existe una enorme industria
de recolección de datos y nuevos análisis biométricos que analizan
micrométricamente las diferentes expresiones de fotos, videos, cámaras y
sistemas que interpretan esas microexpresiones, conectándolas con
lugares, situaciones, emociones, reacciones a mensajes, etc.
A su vez, Facebook (y otras redes) complementa esos análisis con
perfiles sicológicos y georreferenciados, que les permiten ofrecer al
mejor postor comercial o político los datos de millones de personas por
grupos de edad, sexo, barrios, poder adquisitivo, preferencias.
Con la pandemia, Naomi Klein explica que los cabilderos de las
mayores plataformas digitales han estado muy activos en reclamar a los
gobiernos su esencialidad y que éstos deben rápidamente construir
infraestructura para permitir que expandan sus redes a todo rincón de la
tierra. Quitadas de la pena, mencionan que la pandemia les permitió
realizar un verdadero “experimento en educación y atención de la salud
virtual, y que pueden remplazar a millones de maestros y personal de
salud (https://tinyurl.com/ybcec6kl).
Han recolectado un volumen indescriptible de nuevos datos de
estudiantes de todos niveles y de pacientes y sistemas de salud que
agregan a sus bases de datos. En muchos casos, como también sucede en
México, los propios gobiernos entregan a estas empresas la gestión de
los datos sobre educación y salud (https://tinyurl.com/y8q7788x). Como dice Klein, se trata de una verdadera doctrina de shock en el nuevo capitalismo de la vigilancia.
* Investigadora del Grupo ETC
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