4/18/2010


Una visita importante

Sara Sefchovich
La semana pasada, a raíz de las recientes y repetidas visitas a nuestro país de funcionarios norteamericanos de alto perfil, escribí en este espacio sobre lo que me parece que constituye su importancia: se trata de un cambio de actitud del gobierno norteamericano hacia México, para considerarlo vecino digno de tomarse en cuenta y no el traspatio del que han hablado tristemente célebres personajes de aquel país. También señalé que me parecía importante el cambio en el discurso del gobierno estadounidense para empezar a reconocer su parte de responsabilidad en asuntos como son el tráfico de armas y de drogas así como la cuestión migratoria.

Entiendo la visita de la señora Michelle Obama a nuestro país en este mismo sentido y dentro de la misma perspectiva. Se trata sin duda de un acto eminentemente simbólico, como lo confirma la amplia difusión que se le dio al hecho de que fuera “la primera visita oficial a la que ella asistía sola”, para así mostrar que México ocupa, supuestamente, un lugar especial para el gobierno de su marido.

Cuando digo que la visita es puramente simbólica, es porque, lo mismo que cualquier primera dama, la señora no tiene ningún cargo público ni tarea específica a cumplir, no es responsable de decidir sobre o de ejercer alguna política pública y no representa a nada ni a nadie más que a su marido. Pero, precisamente el hecho de que sea la esposa del presidente, significa que las posiciones y opiniones que manifiesta necesariamente son las del gobierno de su marido.

Por eso, cuando se anunció la agenda de su encuentro con la señora Margarita Zavala de Calderón, le dije a la BBC Mundo que me parecía grave que no se tocaran temas esenciales para la relación bilateral como son la cuestión de las drogas y de los niños migrantes devueltos por ese país, más todavía, siendo que la perspectiva que se podía haber asumido de ellos cabía perfectamente dentro del ámbito del quehacer que por usos y costumbres tienen las primeras damas y porque además, la señora Calderón ha hecho suyos estos asuntos, dándoles prioridad en programas específicos contra las adicciones y para recibir a esos niños en albergues.

Pero así estaba establecido y el guión se siguió. En los actos públicos, la señora Obama dijo discursos que no podían causar problema: que los dos países teníamos los mismos valores, como el del apego a la familia y que los jóvenes tenían que asumir la responsabilidad para un mejor futuro y sobreponerse a los obstáculos.

Y sin embargo, a la cadena de televisión CNN en español, la señora le concedió una entrevista en la que fue más allá. Allí dijo que consideraba necesario “un enfoque integral en la lucha contra el tráfico de drogas, que no sólo contemple la represión”, lo cual plantea una manera diferente de cooperación de la que hasta ahora se ha hecho, que consiste sólo en mandar dinero y equipo para usarlo en acciones represivas, y dijo también que le parecía necesaria una reforma migratoria, lo cual también plantea una manera diferente de entender la actuación de las autoridades y policías fronterizas.

Estas palabras tienen enorme importancia y seguramente enfurecieron a muchos conservadores, para quienes la única actitud hacia México debe ser de superioridad y regaño. Que la esposa del presidente haya venido a decir que somos amigos, que quiere regresar con sus hijas y que debemos trabajar juntos, no le da puntos entre esos sectores de la población, que no son pequeños y sí poderosos.

No se si las señoras Obama y Calderón efectivamente abordaron esos temas en sus encuentros privados, pero fue importante que la señora Obama los mencionara y sobre todo, a un medio norteamericano. Más aún, cuando la visita coincidió con la “Semana Panamericana” declarada por el presidente Obama, cuyo objetivo es, según dijo, un mayor compromiso con los vecinos del sur, algo que ya había planteado hace un año en la Cumbre de las Américas. Hasta ahora eso no ha pasado de ser, como dice Andrés Oppenheimer, “un gesto bonito sin acciones específicas”, pero todo parece indicar que las cosas podrían cambiar.

sarasef@prodigy.net.mx
Escritora e investigadora en la UNAM

El desarme nuclear de Obama

Guillermo Almeyra

Con gran bambolla y campaña mediática, Barack Obama quiere hacer creer que está trabajando por la paz y contra la posibilidad de una guerra nuclear. El reciente premio Nobel de la Guerra, quien ha enviado más soldados a Afganistán que Bush, ha incluido a Pakistán en el blanco de sus ataques, asiste mudo a la barbarie de Israel en Gaza y a su expansionismo colonialista en Cisjordania, resucitó la Cuarta Flota, estuvo detrás del golpe en Honduras y puso en Colombia sus bases agresivas, quiere hoy revestirse con una piel de cordero.

La firma de un acuerdo con Rusia para reducir supuestamente el número de ojivas nucleares y de vectores, esos vehículos (aviones, misiles, submarinos) que las transportarán hasta dejarlas caer en cualquier lugar del mundo, al igual que la reciente cumbre sobre la utilización pacífica de la energía nuclear, constituyen dos farsas que sólo pueden impresionar a los muy ignorantes y desinformados.

Por ejemplo, es delirante hablar de la reducción del arsenal olvidando los aumentos en los presupuestos de guerra y de los arsenales nucleares, así como el perfeccionamiento de los vectores, como el X51 de Boeing, que entrará en acción en 30 meses, el cual puede alcanzar cualquier país del mundo con sus cargas nucleares en menos de una hora. O la creación y futura producción en serie del supersubmarino ruso Yassen, con 24 misiles de crucero a bordo, cada uno de los cuales puede transportar seis bombas atómicas.

El tratado firmado se refiere sólo a las ojivas hoy operacionales, que están instaladas en su vector y que pueden ser disparadas al instante: 5 mil 200 de Estados Unidos y 4 mil 850 de Rusia. Pero en los almacenes militares hay otras 12 mil 350 no desmanteladas, o sea, una capacidad destructiva que puede hacer desaparecer el planeta.

El tratado START no limita el número de ojivas almacenadas, sólo abarca las actualmente desplegadas en vectores con un alcance de 5 mil 500 kilómetros. Cada vector, además, es considerado como si pudiese tener una sola ojiva nuclear pero, según el New York Times, un B52 estadunidense puede llevar 14 misiles y seis bombas nucleares.

Además, Estados Unidos declara tener mil 762 ojivas desplegadas en 798 vectores y Rusia mil 741 en 566. El nuevo tratado les permite conservar mil 550 ojivas desplegadas (apenas 10 por ciento menos de las declaradas) y tener 800 vectores. No hay, por lo tanto, desarme nuclear, sino una ligera reducción del arsenal, en particular del más obsoleto.

El tratado tampoco tiene en cuenta las bombas atómicas estadunidenses en países oficialmente no nucleares, que están instaladas como un collar alrededor de Rusia –en Bélgica, Alemania, Italia, Holanda y Turquía–, ni considera el llamado escudo protectivo de Estados Unidos, colocado en las fronteras rusas, el cual tiene fines agresivos.

Es delirante, por consiguiente, que se hable de una reducción del armamento nuclear mientras se sigue multiplicándolo. Y es una burla a los asistentes a la llamada pomposamente Cumbre Antinuclear –burla en la que éstos participaron conscientes y de buen grado– la inasistencia de Israel a la misma, a pesar de que posee no decenas, sino centenas de bombas nucleares y amenaza utilizarlas en cualquier momento contra Irán, país que no tiene ni una sola.

Al mismo tiempo, Barack, quien mantiene la política exterior de Bush, sigue amenazando con la destrucción nuclear no sólo a Irán, sino también a Corea del Norte y hasta a Venezuela, ya que el tratado obliga a Moscú y a Washington, pero éste se reserva expresamente en el texto del mismo el derecho de aniquilar a otros pueblos cuyos gobiernos no le gusten al establishment estadunidense.

Existe pues el peligro de que Israel lance un ataque nuclear contra Teherán, iniciando una guerra atómica en Medio Oriente que ni China ni Rusia verían de brazos cruzados. Por consiguiente, la paz del mundo está en manos de los nazisionistas de Netanyahu, racistas al extremo de considerar que los palestinos, los árabes y los iraníes son inferiores, subhumanos y, por tanto, pueden ser masacrados impunemente. El cinismo de los gobiernos asistentes al show de la Cumbre Nuclear y el del propio Obama simula contentarse con simples murmullos de desaprobación por el genocidio en Gaza o la judaización de Jerusalén y Cisjordania, mientras claman al cielo por el supuesto (e inexistente) peligro que plantearía el desarrollo de la energía nuclear en Irán. Obama, para colmo, pretende hacer creer que el ex agente de la CIA y socio de Bush, el fantomático Osama Bin Laden, podría arrojar bombas atómicas en Estados Unidos. El gobierno de Pekin, por su parte, para no tener demasiados problemas con Washington, adopta una política de bajo perfil, aunque hace advertencias sibilinas para que los analistas y especialistas las descifren en las cortes de Neardenthales con corbata que dirigen las grandes potencias.

Esta crisis mundial del sistema capitalista hasta ahora ha encontrado escasas expresiones de resistencia masiva, las cuales han estado ligadas sobre todo a los despidos y al desastre ecológico provocado por la depredación capitalista. Ha llegado, sin embargo, la hora de intentar frenar también a los belicistas, empezando por Israel y su protector: Estados Unidos. Frente a la amenaza nuclear mundial, hay que crear conciencia y organizar un gran frente mundial por la paz que controle y desarme a los terroristas de Estado y desenmascare al coro que pretende presentarlos como blancas palomas.

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